Por: Dalia Reyes
El nombre es una trampa. Esa palabra pocas veces la conoceremos escrita; las usamos las personas cuando estamos en terapia de recuperación después de leer trabajos escolares y nuestra ortografía se ha visto profundamente desgraciada.
El primer síntoma de este padecimiento lo tuve hace 20 años. Impartía, por primera vez, un taller de redacción a un grupo de entusiastas secretarias, cuya emoción no se había visto reflejada en sus escritos. Pedí leer 20 ejemplos de sus textos; tras ello, me fui al pizarrón y escribí "automóbil".
Pasé semanas en trance, no sólo por la errata, sino porque tardé un buen rato en identificar qué estaba mal escrito en esa palabra. Años después, se lo achaco a las muchas confusiones que tenían las chicas cuando hacían solicitudes de material para talleres y usaban indistintamente, la "b" y la "v" al nombrar el vehículo y al solicitar aceite de cierta marca. Como sea, el dislate fue mío.
Eso fue sólo el empezóse del acabóse. Los siguientes 20 años he consumido la mitad de mi vida leyendo trabajos escolares; no tiene usted una idea de la gran capacidad creativa, innovadora, aventurada en los estudiantes, listos para trastornar la mente más férrea y segura.
Una de mis alumnas tuvo la habilidad generosa de trastocar todos mis principios. No sólo porque insistía en escribir con fallas ortográficas, sino por construir una torre de babel en cada párrafo con edificaciones como esta: "… mas sin embargo, es importante la relevancia de destacar que los estudiantes no le dan importancia a este asunto que es de mucha relevancia para la educación". Debo reconocer que sí acentuó "educación", la palabra, porque la suya, no lo creo.
Es una cuestión visual: si vemos constantemente palabras mal escritas, nuestro subconsciente, que es muy ligerito, las grabará y tenderá a usarlas en la primera oportunidad. Ahora imagínense las grabaciones hechas por los futuros alumnos de esta futura profesora a quien le resulta de mucha relevancia la importancia de lo importante.
Ante la situación descrita, por medio de la presente y por lo anterior, les pido a todos y a todas hagan el grandísimo favor de escribirme bonito -con b- a fin de mantener en un estado aceptable de salud mi subconsciente y en equilibrio mi consciente, a sabiendas de que la evolución está reprogramando a las nuevas generaciones con otro lenguaje. Ay, Jesús, lo que habré de ver dentro de 500 años.