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ORDENANDO EL CAOS

TE QUIERO YO Y TÚ A MÍ

Dalia Reyes

La liberación femenina trajo consigo una muy bonita falacia: desafanarnos de los hijos por muy diversos caminos que eventualmente se nos vuelven laberintos.

Y digo falacia porque, a final de cuentas, todo lugar que el ingenio humano ha creado para guardar a los hijos se convierte en otro factor de estrés: las tareas son compartidas con los padres, los compañeritos de salón cumplen años dos veces al día y hay que surtirlos de regalos; cuando es el propio el cumpleañero, necesariamente tenemos que organizarle una fiesta so pena de gastar un dineral de sicología postraumática para acabar con el trauma infantil.

El abanico de oportunidades para deshacernos de los niños sí que se abrió, no sé si por trámite de Derechos Humanos o del TLC. El caso es que tenemos una lista considerable cuyo mérito principal es regalarnos un momento de solaz y tranquilidad existencial, un ratito para recordar quiénes somos realmente y para qué venimos al mundo sin que nadie grite ¡mamaaaaaa!

Las niñeras tarde o temprano se vuelven piedra en el zapato. El kínder fue el primer paraíso para dejar a nuestros tormentos. Pero esperar hasta los cuatro o cinco años era demasiado. Vinieron las guarderías: los aceptaban primero con la condición de que fueran solos al baño y comieran sólo con la boca, la de la cara, no la del estómago. Ampliaron el rango poco a poco hasta aceptarlos a los 20 días de nacido. (En un futuro próximo, la madre puede ir a parir ahí y el bebé será recibido con una canción de Barney).

Los centros de estimulación temprana ayudan en mucho con los bebés; no se diga las escuelas por horas, en donde nos los reciben con cita, sin cita o intempestivamente a la hora en que empezamos a sentir la histeria a punto de desbordar.

Las tías y las abuelas juegan un papel importante en el ajo. Hace una generación apenas, las abuelitas se jactaban de criar hasta tres generaciones: la propia, la de nietos y a veces los bisnietos venían a hacerle cosas a sus macetas cuando por razones de viruela o escarlatina la guardería les cancelaba el pase. Las tías -antes había una soltera involuntaria en la familia- acabaron convirtiéndose en segundas madres, o en primeras porque los chicos pasaban tanto tiempo con ellas que la mamá se llamaba Margarita a secas.

Las niñeras momentáneas en los centros comerciales, el gimnasio y el salón, ayudan también; las horas extras en el maternal -a 25 pesos la hora-, los talleres de verano, cursos vespertinos de karate, futbol, taekwondo y pintura abstracta con resistol y grenetina se vuelven un alivio.

Todo va bien, siempre y cuando el niño no presente erupción, porque la guardería llama a la abuela, quien va y lo deja con la tía porque ella tiene café con las amigas; misma tía que lo deja con la señora de la tienda para ir nosotras a recogerlo etiquetado y todo.

Ay, qué alivio y felicidad.

(dreyevaldes@hotmail.com)

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