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ORDENANDO EL CAOS

HÁBLAME QUEDITO

Dalia Reyes

"Dile que me hable quedito", pidió mi amiga. El hombre, apenas en su segunda clase de español, frunció el ceño con ciertas dudas, aunque se abstuvo de hacer comentario alguno: el inglés, traducido literalmente, era bastante comprometedor. Ella sólo pedía un "speak me slowly".

Los mexicanos entendemos "quedito" por lento, pero el resto del mundo le adjudica dotes de suavidad a la palabreja. Así las cosas, las confusiones cuando tratamos de comunicarnos con extranjeros, cuyos idiomas no son nuestro dominio, suceden confusiones mil.

Una amiga mía, cuando fue a vivir a Estados Unidos, masticaba mal y digería peor el inglés. Con todo y eso, se casó con un norteamericano, cuya actividad profesional tenía más que ver con las actividades manuales y poco con el arte. Ella, actriz, fue a hacer un monólogo para hispanos. Él, impresionado, declaró en inglés su gran gusto por haber conocido tan excelente expresión de las emociones; ella, con su buen español, contestó: "¡Pues si no te gusta ya te puedes ir a… la casa!". No entendió el mensaje, ni el matrimonio, pues unos meses después quedó soltera ella y él siguió acudiendo al teatro.

Hablar inglés hace unos años era cosa poco común. Cuando niña, si alguien conocía a un mexicano angloparlante era digno de admiración, cuestionábamos su origen y la forma cómo se había hecho de semejante habilidad tan lejana a nuestro alcance. El español nos bastaba y hablar una segunda lengua era para ciertos degenerados que querían andar por el mundo como vagabundos.

Junto con la tecnología, este asunto de las lenguas avanzó a trancos durante mi existencia: me tocó ver cómo, en el pasado, el inglés era para señoritas interesadas en casarse con un turista, y hoy observo que hablarlo no tiene nada de extraordinario.

En algún momento de la historia me perdí, pues no supe cuándo pasó la época de hablar inglés como sueño y plus en la vida, hasta trivializarlo tanto que una escuela particular competitiva ha de ofrecer por lo menos francés, si no es que chino, a fin de parecer decente.

La facilidad como ingresan ahora los niños al idioma inglés es maravillosa, es decir, forma parte de la vida cotidiana y no hay un violento proceso de repetición y estudio exhaustivo si desean comunicarse. Quienes lo enseñan, exponen no sólo cientos de vocablos nuevos en cada clase, sino que imparten una cultura global al mismo tiempo.

Recuerdo bien a una de mis añejas profesoras en el curso medio de inglés. Ella me envió a la dirección por el delito de grabar una clase a fin de practicar en casa la buena pronunciación del idioma; con ella aprendí que yo no era una espía, no debía practicar la pronunciación de mis maestros y urgía ir a otra escuela. Bueno, bye.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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