"Dile que me hable quedito", pidió mi amiga. El hombre, apenas en su segunda clase de español, frunció el ceño con ciertas dudas, aunque se abstuvo de hacer comentario alguno: el inglés, traducido literalmente, era bastante comprometedor. Ella sólo pedía un "speak me slowly".
Los mexicanos entendemos "quedito" por lento, pero el resto del mundo le adjudica dotes de suavidad a la palabreja. Así las cosas, las confusiones cuando tratamos de comunicarnos con extranjeros, cuyos idiomas no son nuestro dominio, suceden confusiones mil.
Una amiga mía, cuando fue a vivir a Estados Unidos, masticaba mal y digería peor el inglés. Con todo y eso, se casó con un norteamericano, cuya actividad profesional tenía más que ver con las actividades manuales y poco con el arte. Ella, actriz, fue a hacer un monólogo para hispanos. Él, impresionado, declaró en inglés su gran gusto por haber conocido tan excelente expresión de las emociones; ella, con su buen español, contestó: "¡Pues si no te gusta ya te puedes ir a… la casa!". No entendió el mensaje, ni el matrimonio, pues unos meses después quedó soltera ella y él siguió acudiendo al teatro.
Hablar inglés hace unos años era cosa poco común. Cuando niña, si alguien conocía a un mexicano angloparlante era digno de admiración, cuestionábamos su origen y la forma cómo se había hecho de semejante habilidad tan lejana a nuestro alcance. El español nos bastaba y hablar una segunda lengua era para ciertos degenerados que querían andar por el mundo como vagabundos.
Junto con la tecnología, este asunto de las lenguas avanzó a trancos durante mi existencia: me tocó ver cómo, en el pasado, el inglés era para señoritas interesadas en casarse con un turista, y hoy observo que hablarlo no tiene nada de extraordinario.
En algún momento de la historia me perdí, pues no supe cuándo pasó la época de hablar inglés como sueño y plus en la vida, hasta trivializarlo tanto que una escuela particular competitiva ha de ofrecer por lo menos francés, si no es que chino, a fin de parecer decente.
La facilidad como ingresan ahora los niños al idioma inglés es maravillosa, es decir, forma parte de la vida cotidiana y no hay un violento proceso de repetición y estudio exhaustivo si desean comunicarse. Quienes lo enseñan, exponen no sólo cientos de vocablos nuevos en cada clase, sino que imparten una cultura global al mismo tiempo.
Recuerdo bien a una de mis añejas profesoras en el curso medio de inglés. Ella me envió a la dirección por el delito de grabar una clase a fin de practicar en casa la buena pronunciación del idioma; con ella aprendí que yo no era una espía, no debía practicar la pronunciación de mis maestros y urgía ir a otra escuela. Bueno, bye.
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