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ORDENANDO EL CAOS

SI DUELE, EXISTE

Dalia Reyes

Desperté con una molestia importante en la parte razonable del cerebro. Bendito Dios, si duele, existe. Mi desvelo fue por lo siguiente: tengo sangre O +, mido 1.67 metros, tez morena clara, cabello castaño oscuro, sin señas particulares. ¡Oh, si me extravío cómo me van a encontrar si soy igual a las tres cuartas partes de mexicanos!

En el ya de por sí terrible choque con la realidad, nos damos en la nariz con la triste historia de que somos iguales a todos los que son iguales a nosotros, en forma y fondo.

Y si polos diferentes se atraen y los iguales se repelen, entonces aquí estamos muy repelidos. Viéndolo bien, esto es verdad irrefutable: ¿acaso no nos peleamos, agredimos, violentamos, odiamos, despreciamos unos a otros, nos robamos, matamos y chismeamos? ¿A poco no hemos deseado que a tal o cual lo apachurre el tren? ¿Cuántas mujeres han deseado que el marido fuera huérfano de madre, por lo menos? Por lo menos, las casadas.

Respecto de lo físico, es involuntaria esta igualdad. Sólo podríamos resolverla si nos mandan a Japón o Escandinavia, o bien, que todos los japoneses y escandinavos vinieran para acá. ¿Por qué nos aqueja esto de ser tan iguales? Yo lo sé: porque así nunca seremos inmortales.

Si fuese sorda, como Beethoven; precoz, como Mozart; tirana, como Hitler; ágil e inteligente como Lassie, tendría esperanza para despuntar en este mundo. Es que los humanos buscamos la inmortalidad cueste lo que cueste y hasta sus últimas consecuencias. Por eso la excentricidad, la exotiquez, la infracción y hasta el ridículo con tal de salir de la masa y no morir nunca, aunque estemos sepultados.

Los simples nos conformamos con que el hijo sea ingeniero, como el padre; licenciado, como el abuelo; profesor, como la madre o nada, como el tío. Nos basta con que lleven "en alto el apellido", puesto con un hierro en algunos casos y como estigma en otros.

Las comparaciones nos igualan a todos, desde el nacimiento: "la nariz del padre, los ojos de la abuela, las manos de la mamá y el genio de la suegra", y tienen que pasar muchos años para que entendamos que no somos pedazos de nadie, sino un ser independiente e irrepetible. Mas hemos pasado por tantas igualdades que recurrimos a lo insospechado para que todos se den cuenta de que somos diferentes.

Sin embargo, sucede algo extraño: buscamos la diferencia a cada momento, pero cuando salimos al mundo, vamos vestidos con las mismas miserias de cada día: el traje de deshonesto, el de mentiroso, el de ilegal, volvemos a ser lo mismo de ayer; el profesor se conforma nuevamente con cubrir su horario, la madre con terminar el día con sus hijos completos, el papá cubre una tediosa jornada y conformamos todos un mundo de inertes. ¿Cuándo entonces vamos a alcanzar la inmortalidad?

Bueno, no todas son malas nuevas, el primer requisito para alcanzarla ya lo cumplimos: creo que ya estamos muertos.

(dreyesvaldes@hotmail.com)

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