Los mexicanos somos muy dados a repetir esa frase tan corta como su duración en la voluntad nacional. No, señores míos, aléjense de semejantes pensamientos tan pécoros e indecorosos, puesto que yo, pudenda dama, hablo de la comida.
Toda la profunda filosofía de este comportamiento se puede apreciar en la dulcería, cuando, de dos en dos, se aventuran a ver una película y uno, inocente, le pregunta al otro: ¿Quieres palomitas? Craso error, pues debiera enjaretarle su bolsa, so pena de perder la propia.
No pienso ir al infierno, pues defender el sustento vital es cosa de la naturaleza y yo, de modo muy personal, defiendo como gato boca arriba mi comida. Dejo claro lo siguiente: ese asunto referente a "dame una probadita" no me suena bien, trátese de lo que se tratare.
En el caso específico del cine, meter mano en las palomas es algo así como mancharse comiendo mole. Es decir, una tradición cuya falta podría provocar el acomodamiento del universo, pero eso no la hace aceptable.
La causa de este furor en mi pecho, si debo de compartir mi posesión alimenticia, quizá tenga su origen en una niñez precaria, cuando tener una Coca Cola completa para mí era algo similar a ser dueña y señora del anillo deseado por el Gollum, y en éste me convierto luego de que alguien se apunta con "nada más me das un traguito de tu bebida y ya".
En estos tiempos del cólera, no entiendo cómo mucha gente puede ignorar tantos riesgos: virus, bacterias extrañas, herpes, fiebres, garrapatas y males sicológicos causados por interceptar lo que una ya da por propio.
No hay límite en esta costumbre. Lo mismo pasa en sitios de comida rápida o lenta, elegante o informal, de pie o sentados, en la mesa o en la cama, en público o en privado, solos o acompañados. (Sí, señor, sigo con la comida.) ¿Acaso a usted no la han mordido el churro, partido el taco o volado las palomas? Vamos, reconocerlo es el primer paso para volver a integrarnos a la sociedad con todo y nuestro pasado.
Es probable que la liberación de este sentimiento tan acendrado y tenido en silencio por años muy apenas empiece a tomar importancia, pues no hay sitios en internet con procedimientos mágicos para evitar la situación. Esto atiende, supongo, a dos razones principales: negarse podría hacernos parecer muy pobres y muy hambrientos; o bien, se siga considerando el clímax del amor entre unos que se quieren. Ahhhh.
Nota: el muy misógino corrector de Word me acepta "pécoras" pero no "pécoros" Pos este.
(dreyesvaldes@hotmail.com)