(Estaba por empezar el primer párrafo cuando me detuve a reflexionar sobre el título y el poder de las palabras, pues hay mucha diferencia entre "fantasía buena" que una "buena fantasía", no se diga si, ya entrados en gastos, decimos "una fantasía de las buenas". Con eso será suficiente para que cada mente agarre sus vuelos, algunos irán a Disneylandia y otros… Disneylandia irá a ellos).
Algún impacto causó en mí aquella frase "fantasía buena" pronunciada por mi madre desde que yo tengo uso de razón; es decir, no hace mucho. Esto refiere a ciertas joyas realizadas con materiales no tan tan preciosos, pero sí con resultados lindos. Debo agradecer a Wikipedia el hecho de aceptar el término "joya" así se trate también del joyero materno de entonces.
Bien pensado, y a través de los años, entiendo cuán profunda era la expresión, pues encerraba una historia personal cuyo planteamiento no contenía ni siquiera prendas de fantasía-fantasía, pues ahora sé que en su primera infancia ella tenía prohibido, incluso, soñar.
Una generación atrás, el colguije elegante era una seña vital para saber por cuál lado de la calle andar. Si algo debían traer prendido las señoras -a más de un chiquillo cada dos años- eran joyas de real valor, cuyo costo se incrementaba si había sido cedido por dos o tres abuelas atrás. La fantasía -en el cuerpo y en la mente- estaba destinada para ciertas mujeres empeñadas en resaltar su apariencia bárbara y sacar provecho de ella.
Cuando "tuvieron algo de agua las nubes" en la vida de mi familia, debió ser determinante la aclaración, porque implicaba la conciencia de no poseer una pieza carísima, pero tampoco era de ésas hechas para el mal gusto. No, señor, fantasía, sí, pero de las buenas.
Hoy por hoy, muchas fantasías se llevan de calle en precio a otras producidas con materiales venidos de la tierra profunda, pues se multiplican los diseñadores de bisuterías maravillosas, cuyos mejores aparadores son la gente famosa; entre más famosa, más grande la joya y menos recatada.
Siendo yo estudiante de secundaria, mamá sabía de mi llegada cuando yo todavía no daba vuelta a la esquina, y no era por tanto por el llamado de la sangre, sino porque colgaban en mi mochila un montón de adornos, llaveros y recuerditos que bien competían en volumen y ruido con el señor de los camotes. Cuando reportera joven, mis atuendos llamaban la atención por estar acompañados, indistintamente, por grandes piezas marinas o piedras engarzadas; no es necesario aclarar que nunca gané el premio a la mejor vestida.
Ahora, el destino me rinde honores, pues mis extravagancias se pusieron de moda y cambié de "hipiosa" a "creativa" en mi estilo. Nada he hecho yo, sólo dejé que pasara el tiempo, quien mejor me ayudó a entender la acepción actual de "fantasía buena": es aquella cosa que uno porta con gusto y comodidad, así diga la gente misa.
(dreyesvaldes@hotmail.com)