Lo lamento, muy señor mío; si se fija bien en el título de este artículo, la palabra "salón" sólo tiene una "o". Claro está, la frase nos remite a todos a esas otras chicas y esos otros salones; las mujeres curvilíneas y perfectas de, por ejemplo, "El libro vaquero", en cuyos escenarios la tragedia, el dolor y el abandono no demeritaban las apolíneas figuras tampoco; aún el llanto, válganles Dios, los hacía parecer más melenudos y sensualones.
Pero no, este salón al cual refiero es el muy mundano sitio a donde vamos más mujeres que hombres, con el ensueño de catafixiarnos, en un tris, por unos más bellos, más suavecitos, menos peludos y, en general, "más mejores".
Ni siquiera voy a hablar, propiamente, de esos centros en donde se dan cita el narcisismo y la autoestima, mi tema radica en lo lejana que estoy de comprender el maléfico incluido en esos productos mágicos expendidos por estetas y estilistas, y cuyos efectos -de los productos- caducan en un periodo no mayor a cinco cuadras.
Es seguro: usted ha caído en la tentación de poseer el tesoro ese en manos de su estilista y cosmetólogo, que la deja a una suavecita -el tesoro; digo, que el tesoro, y no el estilista, la deja a uno suavecita, no que nos deja suavecito el… ¡Por Dios, no debieran necesitar tantas explicaciones!- y cuya venta está vedada en cualquier centro comercial, tienda de conveniencia, puesto callejero, pues solamente lo poseen ciertos iluminados. Ahí está el efecto, a la vista: nos cortan el cabello, vacían sobre nuestra humanidad cierto linimento que, enseguida, nos convierte en Beyoncé, J. Lo o Tatiana.
Volvemos a casa con cierta euforia no presente en nuestras vidas desde el lejano día de la boda… de Beyoncé, de J.Lo o de Tatiana, porque la propia fue un desastre después del brindis. Ya tenemos en nuestras manos el secreto máximo; a duras penas aguantamos la agonía del amanecer. De un salto, volamos al baño y salimos listas para la transformación.
No hacen falta palabras mágicas, todo está contenido en esa botellita de 45 mililitros y $867.50 pesos. Agitamos -la botella-; inclinamos -la cabeza-; volcamos toda nuestra melena hacia adelante y dejamos que el cabello reciba el elixir de amor; unos minutos después... ¡nada pasa, seguimos exactamente igual que al levantarnos!
No estoy muy segura, pero esos productos de salón tienen un truco o un hechizo; o bien, mi segunda teoría: debo de ser nieta del Rey Midas, porque apenas los toco y se convierten en… No, entonces mi parentesco es político o no deseado, pues dista mucho de ser oro aquello que, al comprarlo, nos parece la piedra filosofal.
(dreyesvaldes@hotmail.com)