¿Qué vendrá luego? ¿La escuela para hijos? En verdad somos muy "desagerados", decía una amiga, disolutos, digo yo, pues andamos como vendaval de un lado a otro en asuntos familiares.
Cuando me estrené como mamá, busqué el manual de usuario en todos los entresijos del chamaco; no lo encontré, tampoco la garantía. Las jóvenes madres modernas no hacen esa tontería, debo reconocer: ellas están seguras de que el chiquillo viene integrado con un chip inteligente, el cual le indicará cómo comportarse en cada situación. Ambas, hijas mías, estamos equivocadas.
Preguntar a otras madres, compañeras generacionales, no me ha dado la respuesta mágica; tampoco a ustedes, niñas lindas, les funcionan las frases de moda: "déjalo" y "no pasa nada", en tanto los ingratos hijos de sus ingratas madres andan apretándole el cogote a otro inocente en lo más alto del túnel en el bendito restaurante con área infantil.
Claro, una piensa ya como abuelita, por eso llego al paroxismo cuando descubro inánimes a esas congéneres cuyas citas interminables en el cafecito incluyen la destrucción total o parcial del sitio a manos de sus capullitos. Me encantaría, sinceramente, cultivar esa capacidad para el marasmo en situación de crisis.
Cierto, a mis lozanías ya llegó el invierno, y no apoyo de ninguna manera la fórmula tradicionalista de tres fases: pellizco, nalgada y jalón. Infalible en su momento, se llevó a tal extremo con consecuencias tales como: baja autoestima, temor a la madre, moretones que duran más de una semana en sanar, notoria falta de cabello en cierta parte de la testa, en fin, cada uno cargamos con nuestra historia personal de chancletazos y persecuciones. Como sea, y desgraciadamente, diría Don Cornelio, todos los hijos salimos de buenos a más o menos aceptables.
Pero hoy, lo que es hoy, el cultivo de autoestima en los hijos ha crecido como la mostaza en los campos de maíz, se extendió como verdolaga en campo abierto, se posesionó como lirio en un lago. Es decir, considero, desde mi muy modesta percepción, que nos fuimos al baño haciendo piojito a nuestros hijos mientras a nosotros se nos subían tantas pulgas que, hoy, el perro piensa le hacemos competencia cuando nos rascamos la cabeza sin saber por dónde agarrar el toro de la indisciplina, el berrinche y la imposición por los cuernos.
Hay un montón de libros en el mercado, otro más grande de programas en la tele, en donde dan consejos facilísimos para controlar la ira en los chiquillos y llevarlos por el camino del respeto y la responsabilidad, sin embargo, deben haberlos hecho en el mismo sitio que nuestros programas educativos: en el extranjero; o bien, los chicos nuestros son extraterrestres, pues los consejos funcionan muy apenas o nada.
No hay receta, chip ni manual, resignémonos, pero vamos todos a permear las cosas entre la autoestima de los hijos y la nuestra tan perdida, antes de que los niños nos descharchen y vayan a dominar el mundo con una dictadura irreversible.
(dreyesvaldes@hotmail.com)