DONDE NADA UNO
Nada de nada es una expresión tajante. No ha menester explique yo con detalle, baste con invitarle a rememorar situaciones en las cuales esta frase acabó con no sé cuántas expectativas. ¿Nada de nada? Como pregunta, alberga la esperanza en, digámoslo así, algún caballero; ¡nada de nada! como afirmación determinante, la certeza de una dama. Pero esto es sólo un ejemplo.
Hay otras "nada" mucho más profundas. Podría dedicar la edición completa, en número monográfico, al uso femenino de la palabra. Cuando una mujer responde así a un hombre, quien la cuestiona sobre su estado emocional, ya se amoló la cosa; como sea, no dije tampoco que si me extendía en la reflexión a través de todas las secciones tendría una respuesta certera a la causa primicia de semejante contestación.
No es la "nada" de Nietzsche tan complicada como la anterior, pero démosle su lugar en la historia filosófica, cuyo Nihilismo tuvo a bien cimbrar a la humanidad. Claro está, nadie podría descartar que su dedicación vital al tema y sus desvelos, como pasó también a Sartre, fueron causados por un devaneo de mujer.
De todos modos, decía mi abuelo, hay una, la cual de mis desvelos es autora y, tengo la certeza, también entre muchos quienes ahora no entienden nada de lo que he escrito, pero ténganme paciencia, háganme el favor. Es la "nada" médica.
No requiero contar sobre un tercero adolorido, sino sobre mi persona contundida, rota y golpeteada; persona la mía, capaz de inventar un malestar incontrolable sin tener absolutamente nada. Así me lo dijo el doctor, a quien, de plano, le quise decir, mañana no me saque usted la muela.
El concepto asignado a esta palabra en el ámbito de la medicina es tan amplio, simultáneo y, como dice Doña Carmen Montejo en la tele, una ma-ra-vi-lla. Si el facultativo desea hacerle ver lo avanzada de su hipocondría, el diagnóstico será justo ése; si se trata de senilidad, igual; si hay demasiados pacientes y pocas medicinas, todos los que están sentados se están haciendo porque nada tienen. Bueno, todo eso imagino en los procesos eidéticos de un galeno quien, aún con radiografía en mano y hueso a medio pegar, afirma la ausencia de un mal visible y la locura evidente del enfermo.
No sean así, profesionales de la salud, miren que ustedes también son mortales; lo peor sobre la pena en un aquejado es escuchar sobre su rebosante estado con la consecuencia de saberse, además de dolorido, trastocado de la mente.
(dreyesvaldes@hotmail.com)
Por: Dalia Reyes