Yo también tengo, igual que usted, mi lado oscuro, flácido, sucio. En mi caso, es el derecho; en muchos otros -muchos, diría yo- es el izquierdo-. ¿Acaso piensa usted, señor mío, hable yo de política? Craso error el suyo, pues, si bien los parangones serían muchos, mi asunto es muy otro.
Hagamos a un lado la política y hablemos de limpieza. Sí, en el agua y el jabón radica la génesis de este artículo, el cual fue escrito con una mano limpia y la otra más o menos; como culpables, señalo a esos ingentes fabricantes de estropajos y guantes para restregarse una el cuerpo bajo la regadera.
Nadie niega la creatividad y amplia gama entre las opciones para tener una esponja o estropajo a la mano; con las primeras, el secreto radica más en caricias que en tallamientos; los segundos, hay incluso para la Semana Santa: capaces de hacernos sangrar los poros con su rugosidad y dureza extremas.
De ambos materiales es posible encontrar guantes para el baño. Hasta ahí, dijera Mafalda, vaya y pase. Son muy lindos, coloridos, para "ella" y para "él", rosados, celestes, amarillos; tienen un lado plano y felpudo; el otro, ofrece un gentil y moderado material para restregarse la mugre. ¡Voila: llegamos el meollo!
Alguien, por favor, explíqueme el porqué, la razón y la circunstancia por la cual los fabricantes de tales guantes solamente los hacen para la mano derecha. Ciertamente, se puede iniciar con ellos una bonita y limpia relación practicando la asepsia de pies a cabeza en el lado opuesto, es decir, el izquierdo queda pulidito y brillante, aromático y cenizo; mas, cómo hace una para retorcerse bajo el agua y alcanzar la diestra con la diestra misma; eso no lo sé, dijera el desaparecido Valentín Elizalde.
En un furioso intento por resolver el dilema, hace poco luché contra mi extremidad derecha y la forcé a posarse y tallar su mismo brazo; renegada, regresaba con violencia a su posición original propinándome sendos golpes en cadera y torso; enrojecida la piel y la ira, me alcancé hasta donde pude y friccioné con todas mis fuerzas a fin de suplir las ausencias de lavado en zonas impuras. Las últimas fuerzas quedaron reservadas para un acto final de heroísmo y determinación: lancé el guante hasta estamparlo contra los azulejos y salí de la regadera; medio sucia, sí, pero muy digna.
Aún debo mantener los vendajes sobre la epidermis lastimada -pero limpia-. Todavía sin resolver el enigma, mi sicóloga de cabecera me recomienda volver al estropajo original para estabilizar el cuerpo y la mente. Yo que usted, o me volvía zurda o usaba estropajos de mariposita.
(dreyesvaldes@hotmail.com)