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Ordenando el Caos

DUEÑA DE QUÉ

Dalia Reyes

De acuerdo estoy con la competencia. No hablo, hoy, sobre esa en la cual estamos empeñados los profes en sacarla de nuestros alumnos a como dé lugar; estas líneas las pergeño para profundizar en un tema empresarial, mercadológico, encarnizado y, en cierta manera, inexplicable.

He trabajado los últimos 25 años de mi vida en o para la iniciativa privada; me queda claro lo siguiente: camarón que se duerme se lo lleva la corriente; competir contra los otros, en buen plan, y hacerlo contra uno mismo, es secreto a voces para emerger como el nuevo Bill Gates ante el mundo. Pero ¿cómo se logra eso cuando se procede como candidato de dos partidos simultáneamente? Déjenme explicarles.

En estos tiempos, quien no recibe un catálogo con los productos más maravillosos del mundo, o no está vivo o no ha nacido. Como no pertenezco a ninguno de esos grupos, doy entrada a cuanto cuadernillo impreso y colorido me ofrecen amigas y conocidas. Soy su presa, lo sé.

Como sea, cada adquisición hecha a conciencia me deja cierto resquemor de haber equivocado mi elección entre tantos productos por los cuales puedo optar. No es indecisión mía, se los juro, sino ese lenguaje publicitario, persuasivo, seductor y reiterativo cada dos páginas sí y una no.

Las cremas para desaparecer las arrugas -quienes las tengan, es sólo un ejemplo, ésa, claro está, no la compro yo- vienen en tarros enormes, medianos, chicos y milimétricos. Todas esas versiones varían, básicamente, en el envase, pues sus promesas son idénticas: todas desaparecerán los signos de la edad, blanquearán la piel, quitarán las manchas, nos harán más felices y lograrán la paz del mundo; sus precios van de 50 a 500 pesos, respectivamente, pues si hay una regla en las cremas para mujeres es que el tamaño es indirectamente proporcional al costo.

Los productos para el cabello, tanto el de 120 mililitros como el de dos por uno en versiones de galón, dejarán brillo deslumbrante, caída natural, sedosidad envidiable, envidia entre las vecinas, celos de la comadre y admiración entre el sexo opuesto.

¿Cómo puede una quedar conforme así? Comprar el tarro chico a precio grande, nos deja con la incertidumbre de si la promotora se pasa las noches divirtiéndose con nuestro caso; hacer lo contrario, deja en tela de juicio la autoestima donde estamos colocados, pues invertimos tan poco en nuestra belleza.

Así, la competencia interna con promesas idénticas hace un lío mayúsculo al cual es difícil sobrevivir sano y salvo. Trato de sobrellevarlo, aunque siempre me asalta la duda: si todos son tan buenos ¿por qué sus precios cambian? Tal vez sea cosa de probarlos uno por uno y llegar a una sana conclusión: ir al súper y comprar a ciegas. Listo.

  dreyesvaldes@hotmail.com

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