1) Me gustan los perros; 2) Tengo por lo menos uno; 3) No debería llevar vida de perros, y 4) Yo tampoco.
Muchos psicólogos alrededor del mundo coinciden en encontrar el enorme parecido entre las mascotas y sus dueños; es mi caso. Si acaso la diferencia está en los ladridos: él lo hace poco y yo, hoy mismo, estoy que aúllo.
La Carta de los Derechos Humanos nos concede a sus autores la posibilidad de vivir en paz, con salud mental y el derecho a resolver nuestros problemas por la vía del diálogo. Sin embargo, no encontré ninguna cláusula en donde detalle cómo hace una para dialogar con un ser cuyas únicas palabras son gruñir y enseñar los dientes, hablo de un dueño, o con un canino, cuyo bagaje comunicativo consiste en ladrar y mover la cola.
Estoy metida en un intríngulis: los perros, tanto sedentarios como callejeros, están volviéndome loca con sus orgías nocturnas y aullidos madrugadores; poco he conseguido acercándome a sus dueños, si acaso, mis mayores logros los alcanzo haciendo acuerdos con los animales mediante diálogos con tinazos de agua o un periodicazo en la pared más cercana.
Los Derechos de los Animales quizá incluyan su derecho a formar grupos, protestar por malos tratos, ingerir alimentos sin IVA y disfrutar libertad de expresión. Por otro lado, yo debería gozar de uno inalienable: dormir como Dios manda, sin sobresaltos y seguidito, pero ahí tiene usted que a partir de la media noche, doy brincos en la cama tras un ladrido, dos aullidos, cinco quejas y un montón de persecuciones entre tantos caninos que parece plantón contra el gobierno, con todo y sus granaderos.
El perro también tiene su corazoncito, pero el mío ya casi estalla ante tanto desvelo y rencor. Los recolectores de perros callejeros aún no dan con el canino vigilante que les da el pitazo, porque cuando vienen no hay vida en estas avenidas; los protectores de animales no nos permiten decirles ni "ay caramba" en pro de su bienestar; las vecinas que alimentan esporádicamente a los animales sin dueño, deben de tener una casa búnker o están sordas como una tapia, pues siguen consintiéndolos muy orondas.
Yo ya no sé ni qué pensar. Cambiaría de casa ahora mismo si me prometieran una colonia en donde los perros sueltos estén extintos; los llevaría a una casa hogar si a) pudiera atraparlos o b) si existiera; quedaría sorda si todas las series televisivas estuviesen subtituladas. En fin, cualquier cosa con tal de librarme de semejante atrocidad. ¿Alguna sugerencia o solicitud para adopción?
(dreyesvaldes@hotmail.com)