En el recuento de los hechos, una preciosa niñita consideró relevante narrar el motivo por el cual su igualmente preciosa madre tenía los ojos enrojecidos: "se pelaron mis papás, lloró papá, lloró mamá y lloramos todos", dijo con tal precisión y énfasis en tan pocas palabras, que Julio Torri aplaudió desde su nicho celestial.
Han pasado bastantes años desde entonces; desconozco si quien ahora deberá ser una linda mujer haya llorado de nuevo en plenaria, mas de algo estoy segura: sus progenitores se cuidaron mejor y dejaron para el ámbito privado sus diferencias. A los niños de dos generaciones atrás, esto no les sucedía: andaban todos, padres e hijos, tan ocupados en la supervivencia que los llantidos (juro que Word me aceptó la palabra sin chistar) se dejaban para mejor oportunidad.
Pongo por caso a Doña Tina, con 17 partos y tres sepelios. Dudo mucho, y mis razones tengo, que haya discutido demasiado con su marido, más bien ocupaban su espacio juntos en "tiempo de calidad", lo digo por los resultados evidentes; ahora que las reconciliaciones son otra opción. Como sea, con tanto ajetreo, poco se ocupaba nadie de sentimentalismos si la vida diaria atropellaba las limitadas 24 horas en cuidar los grandes a los chicos, en alimentar los padres a los hijos y subirse a esa rueda de la fortuna, todos.
La mía aún fue una generación de personas atareadas en solventar la superficialidad de la vida diario; el ocio y la introspección nos llegaban, si acaso, con la mayoría de edad -entonces a los 21- si es que la madre no tenía a bien dar a luz a ciertos pilones muy de moda entonces. Sin descartar sus mejores intenciones para crecer a los chiquillos los más sanos, física y mentalmente posible, no era de humanos ni de humanas dedicar minutos personales, privados y de mutua comprensión a cada vástago si ya uno berreaba por la leche, otro andaba como sudadero en su pañal, el siguiente arribaba a casa con la nariz sangrante y otro más apremiaba por llegar al mundo.
La nuestra fue una generación limitada en tiempo. Cada familia requería de un traductor para identificar las muestras de afecto en miradas furtivas, señas rápidas, un golpecito juguetón o un pellizco en las mejillas; eso de pasar horas y días completos en convivencia plena y familiar es una nueva adquisición de nuestra sociedad a consecuencia del ingenio humano, no para hacer casas o días más grandes, sino familias más chicas.
Ojalá todos fuésemos capaces de aprovechar cabalmente esta oportunidad que nos da la época, de otro modo, lloraremos todos.
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