Le reclamé. Estaba airada; muchos más: mi cólera escurría por los ojos enrojecidos, coloreaba los chapetes y hacía temblar mis labios incontrolablemente. La talla era correcta, el color, los materiales, pero algo no estaba bien.
Lo juro, seguí los pasos al pie de la vista. Entré, como pude, en una blusa morada de manga larga; me embutí en los cortos -shorts, para el común de los mortales, y chores para mi vecina- de mezclilla y todo estaba a punto de turrón: las botas me miraron con cierta compasión; me acerqué a ellas y las calcé, con cuidado, pidiendo permiso a cada centímetro cuadrado de piel, de la mía, porque me pellizcaba a cada rato los chamorros con el cierre hasta las rodillas.
Pedí un espejo. Él se negaba a dármelo e insistía en que le diera yo un voto de confianza. "Te ves muy bien, créeme". Pero como esos recién salidos de la cirugía plástica, insistí. Mi reacción fue idéntica a la de Frankenstein al volver a la vida, si hubiese llevado esas botas.
No lo entiendo, las chicas del catálogo las mostraban con tanta gracia. Sus piernas largas no se ponían moradas con el frío; de alguna manera, logran andar por la vida a tres grados centígrados, con pantalones de cortos a cortísimos, minifaldas y micro vestidos. ¿O no es así?
El año pasado, adquirí una versión peluchosa de botitas para el invierno. La chica en el libro lucía el modelito con una malla lila semitransparente y una chaqueta corta color uva. Yo imité cada detalle y me puse el calzado para impresionar a toda la familia en la fiesta de mi sobrino; en cuanto él me vio, dijo con muchísima animosidad: "¡Tía, gracias, te disfrazaste de Barney para mi piñata!".
Sí entiendo algunos intríngulis de la mercadotecnia, pero, estarán de acuerdo, eso de vender zapatos de invierno en modelos con piernas desnudas es una vileza, para ellas, por el catarro, y para nosotras, por la frustración.
Y no es tanto por evitar la ropa ligera y mostrar nuestras compras recientes, el problema radica en un invierno bajo cero, común en mi ciudad, los ventarrones de noviembre y los chubascos vespertinos. ¿Quién estará decentemente vestido ante tales condiciones y con ese atuendo?
No es por presumir, pero con facilidad podría su servidora imitar a esas chicas, pero la salud preventiva es muy importante en estos días, así que, en lugar de las botas altas con tacón de 15, me compré unas pantuflas peluditas que van muy bien con mi sexy pijama de Lluvia de Hamburguesas II. Resolví el problema, pero la chica del catálogo no, porque ahora le toca lidiar con el trauma de cien clientas más.
(dreyesvaldes@hotmail.com)