Siglo Nuevo

Ôshima, el gran transformador

CINE

Violencia a pleno sol, 1966.

Violencia a pleno sol, 1966.

Arturo González González

Con su controversial obra fílmica, alejada de los moldes tradicionales, el director japonés Nagisa Ôshima se propuso contribuir a la transformación de su país en los complejos tiempos de la posguerra. Al hacerlo, legó al mundo un formidable acervo cinematográfico.

Abogado de profesión, cineasta por necesidad, polémico por vocación. Así era Nagisa Ôshima, quien murió el 15 de enero de este año; tras de sí dejó una rica y variopinta filmografía que consta de 23 películas en las cuales aborda sin ambages temas como la sexualidad, el honor, la desigualdad social, el amor, la política y el crimen, siempre subordinando la forma al contenido.

Vio la luz el 31 de marzo de 1932 en Kioto, Japón. Ya en la juventud mostró interés por la política motivado por los textos de su padre, un oficial del gobierno de marcada tendencia izquierdista que murió cuando él era niño.

Ingresó a la Universidad de Kioto a cursar la carrera de leyes. A la par de sus estudios incursionó en el teatro y comenzó a desenvolverse como activista. Vivía en el derrotado Japón de la posguerra. La agenda pública estaba dominada por el rumbo que debía tomar el país. La presencia norteamericana fue definitoria para convertir a la nación nipona en una democracia liberal. Al finalizar la ocupación estadounidense, en 1951, los simpatizantes de la izquierda temían por el retorno del autoritarismo imperial. Entre ellos estaba Nagisa, quien ya lideraba a la organización estudiantil de la universidad, encabezando protestas contra el régimen del emperador Hiroito.

Se graduó en los cincuenta, pero ya no le interesaba la abogacía. Si en aquella época al japonés promedio le era difícil encontrar trabajo, a un joven izquierdista le resultaba más complicado. Para su suerte (y la del mundo del celuloide) un amigo le invitó a trabajar como guionista y asistente de director en los noveles estudios Shochiku. Aunque nunca había sido aficionado al cine, Nagisa mostró muy pronto nociones de realizador de vanguardia.

Antes de emprender proyectos propios, como aprendiz dedicó parte del tiempo a escribir crítica cinematográfica y ahí comenzó a plasmar su concepción particular del séptimo arte. Sus premisas básicas fueron el cine como elemento de influencia en la construcción de un Japón moderno, la ruptura con el pasado feudal, xenofóbico, antiliberal y la superación de la mediocridad artística del mero entretenimiento. Desde sus textos, empezó a trazar los nuevos derroteros en el cine y la sociedad. Según Ôshima, el fondo (el mensaje) determinaba la forma de recrearlo. Por eso nunca se apegó a una línea estética en particular, cosa que le valió algunas críticas.

HISTORIAS DE JUVENTUD

Su debut llegó en 1959 con La calle del amor y la esperanza (Ai to kibô no machi), una provocadora cinta sobre un joven de clase baja que vende palomas mensajeras entrenadas para volver a casa, y su desafortunado encuentro con una atractiva y rica clienta. Las inquietudes sociales del novato quedaron claras desde su ópera prima, en la que explora la compleja interacción entre ricos y pobres y repasa las relaciones entre el fenómeno del crimen y la miseria. La compañía Shochiku quedó a disgusto con el final, el cual sugiere que las clases sociales distintas jamás podrán convivir armónicamente, por lo que el largometraje tuvo escasa difusión y pronto fue archivado.

No obstante, muy pronto Ôshima se reconcilió con la empresa. En 1960 rodó Cruel historia de juventud (Seishun zankoku monogatari), una especie de Rebelde sin causa sobrecargado, acerca de un delincuente juvenil que seduce a una chica de familia para luego abandonarla; ella no logra resignarse y comienza a seguirlo a todas partes. En el contexto ocurren las protestas de la juventud japonesa que tan bien conoció Nagisa. La película, generosa en escenas de sexo y violencia, comenzó a ponerlo en la mira del público y la crítica.

Durante los siguientes cinco años hizo poco cine y se involucró en proyectos de televisión. De las producciones de este periodo destaca La presa (Shiiku, 1961), relato sobre la captura de un prisionero afroamericano sometido a un trato cruel a manos de asiáticos durante la Segunda Guerra Mundial.

EN TERRENOS PROHIBIDOS

Con Los placeres de la carne (Etsuraku, 1965), que retrata a un hombre chantajeado por un delincuente para guardar el botín de un atraco, se abrió el periodo más prolífico para Ôshima y uno de los más relevantes. En menos de 10 años hizo 12 cintas. Entre ellas destaca Violencia a pleno sol (Hakuchû no tôrima, 1966), que cuenta la vida del fugitivo de una fallida granja colectiva, quien se relaciona con la criada de una familia adinerada; la obsesión le dura hasta que conoce a la esposa del dueño de la casa.

Otro interesante rodaje de esta época es Diario de un ladrón de Shinjuku (Shinjuku dorobo nikki, 1969). Un aficionado al robo de libros se enamora de la chica que lo descubre; luego del incidente, se buscan para hurtar juntos. La película combina escenas en blanco y negro y en color e incorpora una buena dosis de excentricismo, irreverencia y perversión sexual.

Una de las obras más aclamadas de toda su filmografía es El muchachito (Shônen, 1969), basada en la escandalosa historia real de una pareja que ha entrenado a su hijo para que se arroje frente a los autos y finja ser arrollado con la finalidad de obtener dinero de los conductores. Un repaso ácido a los valores familiares del Japón.

Mención especial merece La ceremonia (Gishiki, 1971), dotada de numerosos rasgos autobiográficos. La trama abarca varias generaciones de una familia de abolengo samurái pero tiene como eje central la vida de un entrenador de béisbol. Ôshima condensa de forma notable sus inquietudes temáticas y los recursos técnicos utilizados en obras anteriores. Después de ella, ya nadie dudaba de la maestría de este cineasta interesado en llevar a la pantalla grande la crisis de su país y el absurdo de seguir apegados a valores tradicionales.

QUEBRANTANDO MITOS

El resto de la década fue para Nagisa, sobre todo, de trabajo en la televisión. Su prestigio lo avalaba y montado en él decidió emprender la empresa más polémica de su carrera. Basada en hechos reales, El imperio de los sentidos (Ai no Korida, 1976) narra la relación extrema entre el dueño de un hotel y una prostituta. La exploración sexual de los protagonistas llega hasta el asesinato consentido con mutilación genital incluida. Más allá del tema, ya fuerte de por sí, Ôshima no tuvo recato alguno en las escenas de sexo y la cinta fue calificada por muchos como pornografía. Debido a la censura, vigente en Japón, tuvo que ser registrada como una producción francesa a fin de poder ser terminada. Algunos festivales internacionales como el de Nueva York decidieron excluirla. Muchos no perdonaron la transgresión: el nativo de Kioto cruzó una línea que la mayoría ni siquiera se atrevía a visualizar.

Para su siguiente largometraje decidió bajar de tono evitando ser tan explícito. El imperio de la pasión (Ai no borei, 1978) es la historia de un hombre que se convierte en amante de una mujer mayor, casada. Cegado por los celos, convence a su amada de asesinar al marido. Todo parece marchar bien hasta que la policía comienza a investigar la desaparición de éste; además, su fantasma aparece para perturbar a la viuda. Sin ser el filme más destacado de Ôshima, le valió el premio al mejor director en Cannes. Tal vez los críticos quisieron recompensarlo por haber despreciado su trabajo anterior.

La última etapa del ya consagrado cineasta fue dilatada en cuanto a proyectos fílmicos pero no menos valiosa. De 1983 a 1999 sólo realizó tres películas, todas de gran calidad. David Bowie actuó en la primera de ellas, Furyo (Merry Christmas Mr. Lawrence, 1983), acerca del cautiverio de un grupo de soldados británicos en un campamento nipón durante la Segunda Guerra Mundial. El planteamiento gira en torno a la relación del teniente coronel John Lawrence (Tom Conti), sus compatriotas y sus captores. Lawrence trata de hacer entender a los británicos la ideología japonesa, pero ellos lo consideran un traidor. Una extraordinaria narración sobre las distintas visiones del honor militar en Oriente y Occidente.

Su carrera cerró con una atípica producción de samuráis Tabú (Gohatto, 1999), protagonizada por Takeshi Kitano, un acercamiento desmitificador a la legendaria imagen de tales guerreros y sus prácticas homosexuales. Así Nagasi se reveló como un realizador sin miramientos hasta el último día de su vida creativa. Sin importar el género (prácticamente los exploró todos), logró asentar una filmografía dotada de poderosos mensajes y análisis sobre la realidad y la historia de su país, siempre con la firme intención de contribuir a transformarlo.

Twitter: @Artgonzaga

FILMOGRAFÍA SELECTA

1959 - La calle del amor y la esperanza (Ai to kibô no machi)

1965 - Los placeres de la carne (Etsuraku)

1966 - Violencia a pleno sol (Hakuchû no tôrima)

1969 - Diario de un ladrón de Shinjuku (Shinjuku dorobo nikki)

1969 - El muchachito (Shônen)

1971 - La ceremonia (Gishiki)

1976 - El imperio de los sentidos (Ai no Korida)

1983 - Furyo (Merry Christmas Mr. Lawrence)

1986 - Max, mi amor (Max mon amour)

1999- Tabú (Gohatto)

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