Otra historia de madres
Nada más falso que afirmar que alguien no tiene madre. Sublime o infame, todos tenemos una.
Para neutralizar el empalago que nos dejó tanta miel derramada el 10 de mayo, hoy voy a contarles la amarga historia de Aurora Rodríguez, nacida en 1879 en una familia adinerada.
Nunca fue al colegio pero se leyó toda la biblioteca paterna que más que iluminarla la convirtió en una misógina capaz de afirmar que “existen animales con un alma mucho más exquisita que la de la mujer”. Tan ávida de alcanzar el altísimo destino al que se creía destinada, seguramente Aurora odiaba su condición de mujer en un tiempo en que las mujeres no eran nada.
Al morir su padre, con quien vivió hasta los 35 años; dueña de su herencia y su destino puso el ojo a un capellán castrense y con el fin de preñarse se acostó con él algunas veces. Conseguido su propósito se mudó a Madrid en donde en 1914 dio a luz a su pequeña Hildegart. Año tras año Aurora obligó a Hilde a cumplir un riguroso programa de estudios aunque para ello tuviera que pegarle “algunas veces”. “La necesitaba íntegra para estudiar día y noche”, reconoció la madre. La niña aprendió a leer antes de los dos años y a escribir antes de los tres. Con ocho dominaba el francés, el inglés y el alemán.
Por testimonios de vecinos y padres de las compañeritas de escuela de Hildegart, se supo que “fue una cría que nunca tuvo amigos”. “La madre llevaba y recogía a Hilde de clases y era raro el día en que no la cubría de improperios y golpes por un lápiz perdido o el error en algún ejercicio”. Cuando Hilde cumplió los 14 la lanzó al mundo como conferenciante, periodista y escritora. A los 17 había terminado la carrera de Derecho y era famosa. “En los estudios Hilde es formidable, pero ese fenómeno de ir pegada siempre a su madre me evoca la imagen de una cría de canguro encapsulada en la bolsa marsupial”, comentaba un profesor de la joven. Vestidas ambas de negro, madre e hija caminaban siempre juntas y si cuando Hildegart iba a entregar algún artículo al periódico se detenía hablando con sus compañeros, Aurora la obligaba a interrumpir la charla y a marcharse con ella.
La joven, quien para entonces empezaba a disfrutar del éxito al que siempre la empujó su madre, se carteaba con el escritor H. G. Wells y con el famoso sexólogo Havelok Ellis, quienes le aconsejaron que fuera a pasar una temporada a Inglaterra. Esa propuesta fue como un sueño de liberación para Hilde, quien por entonces se había enamorado de un joven compañero del Partido Federal.
Existe una foto en la que contraviniendo las órdenes de su madre, había cortado sus pesadas trenzas y aparece con el pelo cortito, coqueto y rizado. Hilde se había convertido en una mujer que quería gustar. Una aberración para la madre. Cuando la joven intentó vivir por su cuenta, después de noches enteras de violencia y tortura emocional, la madre prácticamente la secuestró. No abría la puerta a nadie e incluso arrancó el teléfono. Hilde insistía en irse y la madre en torturarla hasta que una noche, de rodillas junto a la cama de la hija, después de mirarla dormir durante algunas horas, tomó un pequeño revólver que guardaba en el armario le disparó del lado izquierdo de la frente. Después le metió otra bala casi en el mismo lugar y otra en el corazón. Por último “aún disparé un tiro de gracia en el carrillo izquierdo”, mismo que destrozó el hermoso rostro de Hilde.
El mismo día del asesinato, cuando le preguntaron por qué había matado a su hija, Aurora contestó: “Porque era tan hermosa”. La madre nunca se arrepintió de su crimen, al contrario, se vanagloriaba por ello: “Como una gran artista que puede destruir su obra si le place, así hice yo con mi hija a quien había plasmado en mi obra”. Parece mentira pero se trata de un hecho real y se los cuento para que luego no digan que todas las madres somos sublimes.
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