La persona buena se siente cómoda en su vida habitual
Las sentencias que vienen entre comillas, son de Quevedo. Todo lo demás, son nuestros comentarios y apreciaciones.
“El bueno en la prosperidad se turba”.
La turbación consiste en un aturdimiento del ánimo y en una pérdida o menoscabo de la serenidad o del libre uso de las facultades mentales. Ante una repentina prosperidad, la persona bondadosa y de buen corazón, normalmente se turba, pues su modestia natural no le permite el envanecimiento. La persona de buen corazón siempre es inocente y sencilla, y ojalá que ésta Inocencia y ésta Sencillez no se conozcan a sí mismas, pues si se conocieran, se desvanecerían estas prendas del alma de un valor sagrado. La persona buena se siente cómoda en su vida habitual, y toda prosperidad le parece que se debe a múltiples factores y no solo a sus cualidades personales, por ello, se sorprende y turba.
En cambio, a una persona malvada, la prosperidad debida a su esfuerzo o al resultado de una acción malvada, le parece como algo que el merecía. El malvado carece totalmente de inocencia y de sencillez. La persona malvada nunca se turba ante la prosperidad, pues carece de los sentimientos delicados y de los valores espirituales propios de la persona de buen corazón.
“No hay fortaleza sin secreto, advierte Dios por Isaías. Habrá victorias, y se remediaron adversidades si aquel se conserva”.
Tenemos un secreto cuando guardamos solo para nosotros una cosa, información, un hecho que deseamos tener oculto. Lo ocultamos, porque lo consideramos muy importante. La fuerza del secreto reside, en que solo nosotros lo conocemos; y pierde su fuerza, al ser conocido por otros; y deja de tener poder alguno, cuando es conocido por la persona que no debería saberlo. El secreto es como el as de la baraja guardada en la manga de un chapucero jugador de póker.
Nuestro secreto nos puede salvar de muchas calamidades, igual que nos puede brindar innumerables servicios, siempre y cuando no lo develemos. Dice un refrán popular: “A quien dices tú secreto, das tu libertad y quedas sujeto”. Jaime I de Aragón en su obra, Libro de Sapiciencia, escribió: “Si confías a otros un secreto, ¿cómo querrás que lo guarde si tu no supiste hacerlo?”.
“¿Qué cosa hay más necesaria como saber el precio y valor de cada cosa, para no estimarla más ni menos de lo que vale?”.
Al referirse Quevedo al “precio y valor de cada cosa”, no lo hace en relación a un precio en dinero, sino que lo dice en el sentido de la importancia que debemos atribuirle a un objeto, circunstancia determinada, al esfuerzo que pongamos en una actividad, en lo alto o bajo en que valoremos la relación con un amigo, etc.
Un poeta árabe escribió, que dos eran las fuentes de la felicidad: gozar de una buena fama, y saber distinguir bien las cosas. Saber distinguir las cosas es, saberlas estimar en su justo valor, en su real importancia; no estimarlas en más de lo que son ni en menos.
¿Cuántas veces, no le atribuimos una alta estimación a una serie de actividades nuestras, que en realidad nos proporcionan una escasa satisfacción y un nulo provecho? Y en cambio, actividades que nos agradan mucho y para las que gozamos de capacidades naturales sobradas para llevarlas a cabo, no las hacemos. Decían los filósofos de la Antigua Grecia, que la tarea permanente y más importante de nuestras vidas, consiste en elegir bien, en elegir de la manera correcta.
Y como bien lo dijo Goethe, la Naturaleza nos dotó de cinco sentidos y de suficiente inteligencia para valorar con acierto una serie de opciones que la vida constantemente nos está ofreciendo. Las circunstancias a lo largo de nuestra existencia, están cambiando, y ante cada cambio, se impone que elijamos lo adecuado y conveniente.
Para Goethe, si pensamos cuidadosamente y observamos con detenimiento, estamos dotados por la naturaleza, independientemente de nuestro nivel educativo, para obtener provecho en lo que elijamos y hagamos. Y esto es, precisamente, la enseñanza de la sentencia de Quevedo: valorar a las personas, cosas, situaciones, en su justa medida; en atribuirles el valor que verdaderamente tienen, porque si la estimación que hagamos de ellas es errónea, estaremos pagando un precio (esfuerzo, prestigio, dinero, tiempo, oportunidades) que no tienen. Así, que valorar, estimar las cosas en su justa medida, constituye una de las cuestiones más necesarias para todos nosotros.
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