Columna Póstuma
Estamos perdidos en el laberinto de mitos y de dependencias a personas y cosas
Todo mito no es más que una cosa inventada por alguien, que intenta hacerla pasar por verdad, o cosa que no existe más que en la fantasía del alguien. Todos conocemos el mito de la Atlántida, de Prometeo, del Niño Fidencio, etc.
La inmensa hambre de seguridad del ser humano, lo ha convertido en la historia de su evolución, en un inventor de “mitos”. Los mitos, inventados por lo más irracional del ser humano, responden a una sed insaciable de conocer y de pretender asegurar un futuro feliz.
Nuestra actual sociedad de hiperconsumo ha creado el mito de la Bolsa de Valores, en la que con un poco de conocimientos nos podemos volver ricos, sin saber el inversionista que los pocos que ganan en la Bolsa, es a costa de los muchos que pierden en ella.
El mito de la moda, nos hace creer hasta lo más profundo de nuestra conciencia, que ciertos tipos de automóviles, lociones, ropa, clubes privados, nos llevan al éxito social y económico, y a la conquista del sexo y del amor. Y como los resultados de los mitos sólo se pueden producir en el “futuro”, no hay quien pueda quejarse, pues el futuro no tiene un tiempo de “caducidad”, sino que cada uno de nosotros lo extendemos en la medida de nuestras falsas esperanzas.
Es imposible que podamos combatir los mitos colectivos y nuestros mitos personales si no adquirimos un alto grado de independencia respecto de personas y cosas. Entre más dependamos de cosas y personas, más nos aferraremos a los mitos y al futuro. Toda ésta desbordante fantasía de nuestros mitos actuales (moda, necesidad de ser ricos económicamente, y de ideologías políticas vagas, grupos de ayuda dirigidos por gurúes que tienen la patente de la verdad) solamente los podremos combatir en la medida en que fortalezcamos nuestra independencia y nuestra libertad personal.
El salto es cualitativo: huir de la falsa esperanza del futuro y de los mitos, y defender nuestros valores y libertad personal, aun a costa de nuestra propia vida. ¡Quién no está dispuesto a morir por su libertad y su más sublimes valores, que no se queje de vivir una existencia sin dignidad, una vida caótica e invadida de una permanente angustia y apatía!
El poeta Romano Horacio, escribió: “Jamás considérese libre al hombre que teme”.
Y el gran pensador suizo, Rousseau, exclamó: “Es verdaderamente libre aquel que desea solamente lo que es capaz de realizar y que hace lo que le agrada”.
Jamás en la historia de la humanidad habíamos dispuesto de tanta información y de tanto progreso científico. Pero jamás también, habíamos padecido de tal ceguera como ahora. No nos damos cuenta, que todo lo ciframos en los mitos, en el progreso externo, en las ciencias y en el futuro. A las ciencias les hemos dado el valor de dios. Pero nunca hemos pensado que ninguna ciencia ha resuelto nada en definitiva. Las ciencias no nos entregan conquistas para siempre, sino que operan por capítulos: un progreso científico está en espera de nuevos progresos científicos. Además, la ciencia no tiene cerebro ni corazón. Por ello, la racionalidad perfecta de una ciencia que nos dio la liberación del “átomo”, produce bombas atómicas, de las que disponen genocidas como el presidente Truman, haciéndolas explotar en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, muriendo cientos de miles de personas, solo porque Truman quería la declaración verbal y escrita del gobierno de Japón, de su total rendición en la Segunda Guerra Mundial.
La ciencia progresa, pero no evoluciona la racionalidad de los hombres que disponen del dominio y dirección de ese progreso. La economía, sociología, física, etc, reclaman e imponen cada una de ellas, su autonomía. Como ésta diversidad de autonomías está sucediendo en la realidad, colisionan unas contra otras.
Nuestra ceguera no nos ha permitido “ver”, que solamente la “ética”, es lo único que puede enhebrar a todas éstas ciencias. Solamente la ética puede y debe ser el fundamento de toda ciencia y de todo progreso externo.
Es avasalladora en nuestras vidas la impresionante fuerza de la espera del futuro. Sedientos y hambrientos de ciencias y de progreso externo y de certezas, no tomamos conciencia que ni éste progreso ni las ciencias más desarrolladas podrán resolver nuestros profundos problemas existenciales.
Las soluciones vertebrales de nuestras vidas solo las podemos encontrar en las fuentes más puras y cristalinas: la independencia de cosas y personas, el amor a la vida, el amor a la belleza, y la defensa de nuestra libertad y de nuestros más íntimos valores, aun a costa de perder nuestra vida.