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PALABRAS DE PODER

Los dos polos de la personalidad

JACINTO FAYA VIESCA

Columna Póstuma

Unos, han decidido no vivir, sino existir; otros, se sienten hechos a mano

En éste gran Teatro del mundo o Campo de batalla, según lo queramos apreciar, los seres humanos viven de dos maneras muy diferentes:

Unos, han decidido no vivir, sino existir. Creen que nos son capaces de nada. Caminan sin hacer ruido, se encogen temerosos, para no verse ni que los vean. Cuando hablan lo hacen con la voz queda. Su peor miedo es ser notados por otros. Si están atrapados con varias personas en una amena discusión, no dan su opinión y se repliegan a la voluntad de los demás.

No se atreven, sino que se detienen. No saben si en verdad son incapaces para determinadas tareas, y antes de saberlo, se condenan a sí mismos como ineptos, por lo que atentan contra su patrimonio y su desarrollo humano. Con su encogimiento producen su deslucimiento.

Otras personas, en cambio, se sienten felicísimos. Están convencidos de que todo les sale bien. Si los demás ven que están en un error, más se afianzan en sus ideas erróneas o acciones improductivas. La vida la toman muy a la ligera, y son los campeones del optimismo. Si su optimismo los desbarranca una y otra vez, dicen que no son fracasos, sino aprendizajes.

Su optimismo está fabricado con pompas de jabón, pero ellos no lo perciben así. Les gusta ser “el ajonjolí de todos los moles”, y “meter su cuchara en todos los platos”. Están tan pagados de sí mismos, que aunque sus vidas sean puras ruinas, están tan satisfechos de sí mismos, que verdaderamente creen que al nacer, se rompió el molde. ¡Y es que están convencidos de que “están hechos a mano”!

Como podemos apreciar, se trata de dos tipos de seres humanos totalmente opuestos. Para el primer tipo de hombre, es decir, el que vive permanentemente desconfiado de sí mismo, nada mejor que hablarle con firmeza, no criticarlo, sino lanzarlo a la acción como lo hacían nuestros padres al darnos un empujoncito en la alberca. Nuestros miedos para tirarnos a la alberca podían durar meses o más, pero se extinguían con ese empujoncito en la espalda. A los que se creen incapaces, paralizados por el miedo, nada mejor que decirles palabras de aliento y asegurarles que ¡sí pueden! Nada de analizar sus temores; simplemente, empujarlos a la acción con palabras entusiastas y alentadoras. Estas personas podrían acuñar como frase, la siguiente: “ ¡Claro que puedo; lo que me importa es solo dar el primer paso!”.

A los que se sienten “hechos a mano”, no discutir con ellos su vida construida con fantasías, ni decirles que su felicidad y optimismo es irreal. Más bien, recomendarles un “atrevimiento prudente”. Animarlos a que estén más pendientes de sus logros “reales”. Que no se miren tanto para adentro, sino que se comprometan con proyectos y acciones que sí puedan realizar de acuerdo a sus capacidades, gustos y conocimientos.

Que se den cuenta, que el afirmar que todo lo pueden, y que si no han podido es porque no han querido, es un pensamiento destructivo para sus vidas. Que aprovechen su optimismo para “arrancar” del punto muerto en que se encuentran. Solo así podrán terminar con una de las frases preferidas de estos fantasiosos: “Si no me la dan de gerente, no jalo”.

Ambos tipos de personas padecen por igual, una desconfianza interior que los tiene como inválidos. Nada más contrario con ellos, que entrar al terreno de las especulaciones y discusiones. Aconsejarles, que poco a poco, en el oficio que elijan, se esmeren en desempeñarlo lo mejor que puedan. Que aprendan y estudien su oficio, y que se den cuenta, que una vez que lo dominen, se convertirán en “señores” de su trabajo.

Pronto sentirán los desconfiados, que las pequeñas acciones aumentarán enormemente su confianza en ellos mismos. Y que a pesar de que solo llegaran a alcanzar una “medianía” en su desempeño, pero cuando su confianza la desplieguen, parecerá que son maestros en su trabajo. Y si realmente llegan a conocer su oficio y a desempeñarlo muy bien, y ya sintiéndose confiados, a las demás personas les parecerá que se trata de verdaderas eminencias.

¿O no decimos de una carpintero, de una maestro albañil, de un pintor de casas, de un medico, de un jardinero, que son “excelentes”, cuando en realidad son un poco mejor que el promedio, pero es que se atreven ellos mismos a elogiar su propio oficio?

Una de las fuentes de la salud mental, de la felicidad y de una prosperidad decorosa, es “hacer bien lo que hacemos”. Y que cuando discretamente lo presumimos, echándole “crema a nuestros tacos”, nuestra confianza se acrecienta más y más, y los otros respetarán el oficio o trabajo que realizamos con maestría y confianza.

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