Nadie recomendaría que nuestros sentimientos gobernaran nuestra vida
Vigilar nuestros pensamientos distorsionados, las fantasías que nos torturan sin fundamento, nuestras conductas dañinas, no es renunciar a la espontaneidad ni convertirnos en esclavos de una vigilancia propia de perfeccionistas trastornados.
Nuestra espontaneidad se manifiesta en la expresión natural y fácil de nuestro pensamiento. Casi todos consideramos a la espontaneidad como algo fresco, franco, libre y sin artificio alguno.
"¡No le toque ya más, que así es la rosa!", escribió el poeta español Juan Ramón Jiménez.
La vigilancia sobre nosotros mismos no es contraria a la espontaneidad, ni tampoco la espontaneidad significa que debemos "dejarnos ir", como si se valiera decir y hacer cualquier cosa sin responsabilidad alguna.
Es bueno, que podamos sentir toda la gama de nuestros sentimientos, pues no sentir, revelaría un grave trastorno o enfermedad mental. Es bueno, que vivamos movidos por sentimientos, pero nadie recomendaría que nuestros sentimientos gobernaran nuestra vida. Puedo sentir un odio real hacia una persona, pero eso no me autoriza a dañar a quien odio; me puede atraer enormemente una mujer casada, pero ese sentimiento no debe lanzarme a intentar conquistarla.
La realidad, es que en el fondo, nadie vive en la espontaneidad pura. Los recuerdos de nuestra niñez, las máximas que nos inculcaron y que han obrado poderosamente en nosotros sin darnos cuenta, los prejuicios que nos tienen sujetos siempre; todo y mucho más, está mezclado con nuestros sentimientos más auténticos. Pero en sí, nuestros sentimientos no proceden de una fuente de agua limpia y cristalina, sino de una fuente de agua contaminada con lo peor de nuestros recuerdos, frustraciones, falsas esperanzas, sentimientos de venganza, añoranzas, etc.
En este sentido, carecemos de sentimientos incontaminados y puros, ya que nuestro cerebro ha grabado todo lo malo y bueno que nos ha sucedido.
¡Sentimos que de lo más profundo de nuestro inconsciente ha surgido un sentimiento o idea, que calificamos de auténticos, reveladores y anunciadores de una certidumbre! ¡Cuidado, pues no podemos hacer caso de todo aquello que consideramos espontaneo! La espontaneidad no es prueba siempre (y rara vez lo es) de certeza en las cuestiones que pueden implicar serias responsabilidades. ¡Me surge el sentimiento espontaneo de insultar a una persona en ese momento, y lo hago!, con seguridad, me habré equivocado.
¿Qué no recordamos las declaraciones de tantos homicidas y violadores que cometieron sus atrocidades no por que lo hayan planeado, sino porque simplemente se les ocurrió (fueron espontáneos) en ese momento?
Nuestra espontaneidad en temas delicados, debe pasar previamente por el tribunal de nuestra conciencia y de nuestra razón.
No razonar, negarnos a aplicar nuestro buen juicio y sensatez, es tanto como si un piloto apagara el radar y los instrumentos de navegación, y a la vez, pensara que no habrá problemas en el aterrizaje.
No estamos hablando de ejercer una autovigilancia férrea que nos impida sentir y actuar con libertad; de permitirnos pensar y comportarnos espontáneamente en todo aquello que contribuya a nuestra buena conducta y buenas relaciones interpersonales; espontaneidad en conducirnos alegremente, en halagar a otro si así lo sentimos, en expresarnos con franqueza si con ello no herimos ni dañamos a los demás; pero una espontaneidad propia de una fiera enfurecida, de una mente que todo lo distorsiona, de una persona que se siente franca cuando lo que en realidad es que se trata de un individuo brutal y ofensivo; todo ello no es espontaneidad, sino la expresión de un esclavo de sus prejuicios y de su desorden mental y emocional.
Necesitamos saber dominarnos y no "dejarnos ir", no irnos por "la libre"; debemos ser dueños de nosotros mismos, y eso implica ser responsables de lo que decimos y de lo que hacemos. Una persona que es dueña de sí misma, podrá ser espontánea porque no se dañará ni dañará a los demás; no se "deja ir" sino que previamente tiene en orden sus sentimientos, pensamientos y conductas.
Cuando notemos que nuestro "yo" grosero, injusto, irracional, pretende mostrarse "espontáneo", nuestro juicio y control emocional le debe decir a ese "yo", ¡no! Le ordenará detenerse y considerar las cosas en su justa proporción.
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