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PAN, rebelión en la granja

ALFONSO ZÁRATE
En política hay tiempos de sumar, otros de sumarse y otros de sumirse.— -Dicho popular

La advertencia devino maldición: a los panistas no los derrotó la derrota, los derrotó la victoria. El ascenso al poder, a partir de finales de los años 80, a nivel municipal y estatal, estuvo acompañado por malas cuentas, desvíos y desvaríos, y un desempeño gubernamental apartado de los principios de Acción Nacional.

El viejo partido que se proponía llevar la ética a la administración pública no resistió la tentación ante el arca abierta, se corrompió en el poder; las excepciones, que las hay, enfrentan hoy el dolor de constatar lo que arribistas y oportunistas hicieron de su partido.

Fox desperdició su momentum: el ánimo colectivo que buscaba un quiebre democrático; en su lugar, él y su grupo decidieron simular y pactar con el viejo PRI. Fox se desentendió del partido y se sirvió con la cuchara grande del presupuesto, que dilapidó en más y mejor pagada burocracia.

Felipe Calderón, panista desde la cuna, procuró no repetir los errores de su antecesor, pero cometió otros: le otorgó a los cercanos, sólo por esa condición, responsabilidades que los rebasaban, y no resistió la tentación de convertir a su partido en un apéndice de su gobierno.

Primero reemplazó a Manuel Espino, que le había jugado las contras, por uno de los suyos, Germán Martínez. Después del fracaso electoral de 2009, lo reemplazó por otro personaje todavía más chiquito, César Nava, envuelto desde hace rato en escándalos por su repentino enriquecimiento.

El último de los jefes nacionales del PAN, Madero, llegó a esa posición por el apoyo de Calderón (lo creyó manejable); pero en el último tramo de la competencia interna, mudó de parecer e impulsó a Roberto Gil Zuarth; demasiado tarde, ya no pudo frenar la operación en curso. Al final de su mandato, Calderón descubrió que ni todo el poder presidencial le alcanzó para inventar a Cordero como candidato a la Presidencia, lo que sí logró fue imponer a los suyos en las listas para el Congreso.

Inconformes con la "indisciplina" de Madero, los calderonistas estiraron la liga hasta romperla: lo ofendieron, lo caricaturizaron. Los grupos parlamentarios son, en gran medida, la expresión de los partidos en el Congreso. Pero el grupo de Calderón en el Senado le jugó las contras a la dirección del partido. En un artículo, Gil Zuarth anticipa: "Otro coordinador no resolverá que muchos veamos con recelo la peligrosa devoción que siente Madero por el presidente Peña…" Devoción, por cierto, que no le ha impedido denunciar el uso electoral de la política social de Peña y condicionar la permanencia en el pacto al establecimiento de un blindaje electoral. En la misma línea Javier Lozano no vacila en llamar a Madero "mentiroso e irresponsable".

Resulta lamentable reprochar a Madero su apoyo al pacto -que se ha traducido en algunas reformas y beneficios para el país-, lo que sí se le puede exigir, desde el panismo, es una revisión profunda del partido, de su organización y funcionamiento, de la ruta política e ideológica, de la militancia y sus liderazgos… La designación de Jorge Luis Preciado, un personaje casi insignificante, va en sentido contrario.

La disputa, me parece, tiene qué ver con tres cosas: 1) el control del partido y la naturaleza de la relación con el poder presidencial -aquí juega el control del grupo parlamentario en el Senado y los recursos que implica-; 2) el blindaje contra las revelaciones que se multiplican sobre abusos desde el poder que involucran a los hombres más cercanos a Calderón; y 3) la obsesión del propio Calderón y su grupo de defender lo indefendible: su gestión, Calderón no fue, como proclaman Cordero y varios más, un gran presidente, los saldos de su gobierno merecieron una reprobación que se expresó en las urnas.

Con una visión mezquina, cada acción de Peña -sus golpes a los poderes fácticos, los acuerdos que ha logrado con los mayores partidos de la oposición, la imagen internacional de su gobierno- parece recordarle a Calderón y los suyos lo que no quisieron o pudieron hacer desde la Presidencia; los logros de sus opositores subrayan sus fracasos, de allí el coraje que trasminan ante la concurrencia del PAN al Pacto por México. ¿No dijo Calderón que quería ser un buen expresidente? Para él ya pasaron los tiempos de sumarse y de sumar; son tiempos de sumirse.

(Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario)

Twitter: @alfonsozarate

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