Como ejercicio espiritual de Semana Santa revisemos dos formas latinoamericanas de ganarse el cielo. Venezuela escenifica la beatificación de Hugo Chávez mientras el Papa argentino busca parecerse al prójimo.
El primer ídolo de Chávez se apellidaba Chávez, no por narcisismo sino por casualidad. Néstor Isaías 'El Látigo' Chávez, promesa del beisbol, murió en un accidente aéreo. Hugo era adolescente cuando su héroe cayó del cielo. Años después visitaría su tumba para pedirle perdón por tener otros ídolos, Fidel Castro y el Che Guevara. No mencionó a Bolívar porque esa deidad los amparaba a ambos.
Antonio Guzmán Blanco, presidente de Venezuela en tres periodos del siglo XIX, inició lo que el historiador Luis Castro Leiva ha llamado "teología bolivariana", la conversión del Libertador en un profeta que trabaja horas extras en el más allá y cuyos deseos deben ser interpretados por el gobernante en turno.
En su libro Redentores, Enrique Krauze apunta dos características esenciales para entender la divinización de Bolívar. La Iglesia Católica ha tenido en Venezuela menos presencia que en Perú, México o Ecuador -el héroe cívico no tiene que competir con figuras como la Virgen de Guadalupe-, pero tampoco hay próceres que compitan con él: "La piedad cívica de Venezuela tuvo la particularidad de ser monoteísta, es decir, de centrarse en la vida y milagros de un solo hombre deificado: Simón Bolívar", escribe Krauze.
Simpático, elocuente, capaz de conectar con los millones de olvidados de la historia venezolana, Chávez combinó la retórica del predicador evangélico, el caudillo populista y el locutor deportivo. Mandó hacer estatuas de Bolívar con el brazo izquierdo en alto y le reservó una silla en reuniones decisivas; convirtió las camisas rojas en uniforme de su cruzada y al programa Aló presidente en confesionario de la patria. Dios y el diablo formaron parte de su teodicea. A propósito de Bush dijo: "huelo a azufre", y lloró ante los huesos de Bolívar, conmovido por la divinidad de la reliquia.
Se puede discutir su rango de estadista pero no su popularidad. La grey acompañó al mesías. Su dispendiosa administración se alimentó de petróleo mientras él se alimentaba de café (por recomendación médica pasó de 26 a 16 tazas diarias). Finalmente, la enfermedad lo hizo mártir. El novelista venezolano Alberto Barrera Tyszka define así el desenlace del caudillo: "A Hugo Chávez siempre le faltó una épica. Su condición de militar y su verbo encendido, su ambición y su retórica, siempre echaban chispas un poco más arriba de su propia vida. No vino de la guerra. No tumbó a un dictador. Ni su intento de tomar el poder, ni el golpe en su contra en 2002, tuvieron la envergadura suficiente para crearle una gesta histórica... Cuando empezaba a hablar desde la eternidad, llegó el cáncer. Tal vez entonces encontró su verdadera épica. Sacrificó su propia salud para ganar unas elecciones. Se inmoló en las batallas del quirófano, en la íntima y humilde tragedia de las jeringas, para lograr que su proyecto sobreviviera".
Su sucesor, Nicolás Maduro, anunció que Chávez aprovechó la muerte para asesorar a Dios y hacer que el nuevo Papa fuera argentino.
Si las señales chavistas apuntan al cielo, las del Papa Francisco apuntan a la tierra. En esta curiosa inversión de símbolos, el sumo pontífice se despoja de adornos y talismanes. Los escándalos por abusos sexuales, las filtraciones de los Vatileaks y el rechazo de crédito a la banca vaticana hicieron que la barca de San Pedro zozobrara. Jorge Mario Bergoglio llegó con un remedio: la sencillez como milagro. Si su antecesor tuvo el gesto mundano de jubilarse, él se arriesgó a ser más normal. Viaja en transporte público, se prepara la comida, rechaza dormir en un palacio y apoya al San Lorenzo de Almagro.
La imagen de la Iglesia estaba tan deteriorada que esta prédica de humildad llegó con la fuerza de lo insólito. El sentido común parece un atributo del Espíritu Santo.
El Papa Francisco maneja los signos del modo opuesto a Chávez. No construye un discurso de divinización; desmonta excesos gestuales. Así logra otra mixtificación: su llaneza semeja una elevada originalidad. Esto recuerda al protagonista de la novela Desde el jardín, de Jerzy Kosinski. Chance ha vivido encerrado en una casa donde ve televisión y cuida un jardín. Todo lo que dice es normal, pues proviene de programas televisivos y de su trato con las plantas, pero se interpreta en clave trascendente. Si comenta: "En un jardín las plantas florecen, pero primero deben marchitarse", eso se entiende como una perla de sabiduría aplicable a las finanzas. Por esa vía, Chance se convierte en presidente de Estados Unidos.
"No hay un puesto libre en todo el cielo", escribió el poeta chileno Vicente Huidobro. De manera distinta, Hugo Chávez y el Papa Francisco buscan una vacante.