Nuestro país merece algo mejor. La calidad del poder Legislativo está muy por debajo de lo que necesitamos, no por los críticos tiempos que ahora corren, sino porque la función del Legislativo es la de ofrecer a los ciudadanos las leyes y normas que apoyen la realización de su proyecto de vida.
La larga lucha que se emprendió para dejar atrás la hegemonía de un partido oficial y evolucionar hacia el respeto cabal del voto ciudadano, avanzó hasta cumplir la primera etapa de la democracia. Nos hemos quedado varados en ésta, sin proseguir a la segunda, la participativa. En lugar de avanzar, impulsados por la energía de las organizaciones cívicas con que rompimos el monopolio del septuagenario partido-gobierno, nos dejamos atrapar en la compleja red de la partidocracia que domina el Congreso y al escenario político nacional.
Sin freno ni límites, la coincidencia de conveniencias en que los mismos partidos se ven atrapados para conservar sus posiciones, por muy justificadas que a cada uno le parezca, la imbricada madeja que forma la partidocracia dispone y decide sobre los intereses más esenciales del país.
Es esa la partidocracia que siguiendo sus propias inercias, ha deteriorado desde las elecciones de 2000 una y otra vez la eficacia y respetabilidad del IFE, hasta dejarlo en su maltrecho estado actual lo que ha propiciado que se proponga hasta su desaparición y sustitución.
Son los partidos los que han aniquilado la relación del Legislativo con el titular del Poder Ejecutivo destruyendo la posibilidad de una comunicación directa entre ellos. Ha reducido la acción de las comisiones legislativas a inocuas comparecencias, foros y consultas sin consecuencia alguna.
El trato que se ha dado a las urgentes Reformas Fiscal y Financiera que se ha venido procesando en estos días es una irritante demostración de irresponsables excesos económicos y pragmatismo electorero que acaban en confusión y crudos arreglos, donde no son los intereses ciudadanos los que se defienden, sino los pesos relativos de los partidos. Y como ejemplo, qué caro le ha salido al Ejecutivo la aprobación de esta Reforma Fiscal!
Así, ésta ha cedido su paso a una miscelánea mal hilvanada. Cada uno de los elementos que componen la colección de impuestos, techos, topes, porcentajes podrá tener su justificación. El impuesto que se aplicará a la producción de los refrescos con edulcorantes requiere asegurar que sirva para alentar el aprovechamiento de las frutas como materia prima.
La tasa del impuesto de producción de los alimentos de golosinas y otros productos chatarra, aumentada en los últimos minutos de su discusión en el Senado de 5 a 8%, prueba lo fortuito de la determinación por mucho que hay que respetar su objetivo.
La Reforma Educativa, el otro eje central de los alcances a que el Ejecutivo quisiera llevar a la nación, se encuentra suspendida para todos los repetidos efectos prácticos y cuyas leyes secundarias aún no se han aprobado.
Lo que nos espera en cuanto a las reformas energética y la política debe preocuparnos. Se tratará de nuevas tandas de negociación entre las cúpulas de los partidos a pesar de que cada uno de estos asuntos necesite una atención a fondo que podrá escenificarse en repetidos foros para reunir los informes que sustenten las mejores decisiones, pero que se desvanecerán en los remolinos de intereses y cabildeos.
En suma, los pueblos no están condenados a tener los gobernantes "que se merecen". La fórmula presidencialista que tenemos, copia maltrecha de la anglo-americana, confirma aquí al igual que en su país de origen, su ineficacia para encontrar en cada problema la mejor solución.
¿Se trata de cambiar ya tan pronto como posible al sistema parlamentario? Quizá sí, pero no confiaríamos a nuestros actuales parlamentarios el tomar la decisión. Temo que harían de ella el marasmo que han hecho con cuanto tema han tocado.
juliofelipefaesler@yahoo.com