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Patishtán y los olvidados

PATRICIO DE LA FUENTE

Chasco tras chasco, escándalo tras escándalo, lo cierto es que durante los primeros diez meses del sexenio, hemos asistido a cismas provenientes de la clase política mexicana, al abuso, a actos de corrupción, prepotencia e influyentismo de quienes se resisten a abandonar viejas prácticas y viven en el error, pensando que su condición de servidores públicos y el halo de impunidad que los protege, les da licencia para matar, para hacer y deshacer sabiendo que las garras de la justicia y la rendición de cuentas, son minucias que jamás se verán obligados a enfrentar.

No cabe duda que el mayor problema que observa nuestro país, y que imposibilita su desarrollo y paso a la modernidad y a un sistema democrático maduro, es la corrupción como mal endémico a todos los niveles, desde el policía o el más obscuro de los burócratas, hasta quienes mueven y detentan los hilos del poder. Resulta cansado, y un tanto exasperante en mi labor como comunicador y periodista, dar cuenta de todas estas cosas casi a diario. No hay semana, parece, en que no tenga que dar una noticia desagradable, consignar nuevos escándalos, platicar de "Ladies", "Lords" o "Juniors" que, amparados por el fuero que protege a sus padres y al círculo al que pertenecen, se miran superiores al resto de la ciudadanía y actúan en consecuencia, es decir, impunemente. Disfruto inmensamente mi trabajo, pero también he terminado hastiado, triste, enojado, confundido por aquellas cosas que de mi país percibo como injustas y que nunca, aunque gane experiencia en el camino, me dejarán de doler. Supongo que es parte de nuestra condición humana, y del anhelo por un mejor país, cansarse y perder la esperanza en ocasiones. Nada, en treinta y cinco años, ha podido quebrarme como lo hace la injusticia, sin embargo, jamás renunciaré en el intento de dar cuenta de ello y alzar la voz.

Te platico esto, querido lector, pues hace algunos días recordé a Pablo Neruda, a una de sus frases que como lápida pesó en mi ánimo al asistir y narrar ciertas cosas. "El fuero para el gran ladrón, la cárcel para el que roba un pan", dice. Y es que cuando tengo que hablar y referirme a distintos casos de corrupción, recuerdo a una activista chiapaneca a la que entrevisté hace ya algunos meses en televisión.

Aquella mujer me contaba de un hombre hoy célebre y muy famoso, el profesor Alberto Patishtán, quien lleva casi diez años preso por presuntos delitos no cometidos, un hombre cuyo mayor pecado fue el haber defendido los derechos de la comunidad indígena a la que pertenece, y que, en aras del interés político de algún cacique, terminó en la cárcel, nunca fue juzgado, el debido proceso y sus garantías individuales violadas, los cargos fabricados.

Su caso llegó hasta la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin embargo al no interesarse los ministros por el asunto, hoy el expediente está de nuevo en Chiapas pese a las promesas incumplidas de dos o tres gobernadores, de alcaldes, magistrados y tantos otros que nomás no se animaron a honrar la palabra empeñada ya que el sujeto en cuestión, no era un hombre famoso, ni influyente, ni está en posibilidades de comprar a la justicia o sufragar el precio que implica una firma de abogados. Diez años lleva encarcelado el profesor Alberto Patishtán, pero por fortuna, un grupo de activistas se acordó de él y levantaron la voz. Merece su libertad, es inocente, pero nadie quiere dársela. Hoy su salida de la cárcel está en manos del Presidente, quien tendría que otorgarle una especie de indulto, sin embargo, Patishtán se niega a recibirlo alegando su inocencia.

"Los olvidados" de los que habló Luis Buñuel, ahí están, claman, gritan por ser escuchados pero yo, entretenido por escándalos mediáticos y por todo aquello que torpemente ignoro ocupado en vivir, metido en el barullo y frenesí del periodismo y las jornadas informativas que a veces parecen interminables, me olvidé de la activista chiapaneca y de Alberto Patishtán hasta que su caso cobró relevancia nacional.

Te pido que no olvidemos, yo ya no quiero volver a olvidar a aquellos que rotos por la injusticia y el desdén de un México que en ocasiones ni siquiera se atreve a mirarlos, se cansaron de gritar.

Recordé a Patishtán, recordé a Neruda y recordé que el día que esa gente se me olvide, ahí radicará el mayor de mis fracasos como periodista pero, ante todo, como ser humano. Porque extraviada la compasión y nuestra capacidad de conmovernos ante el dolor ajenos y ser solidarios, ahí habremos perdido por completo esa cualidad tan escasa en nuestros días pero que conforme pasan los años, cada vez más aquilato y atesoro en mis semejantes: la bondad.

Twitter @patoloquasto

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