Llegaron las "otras reformas" y todo continuó como si nada. En algunas, como fue el caso de la reforma educativa, se hizo una reforma de raíz para regresarle al Estado el control de la educación. La lideresa, "doña perpetua", terminó en la cárcel y se modificó la Constitución. Pero después de los brotes de violencia programada en Guerrero, y de las marchas de exhibición en el DF, todo siguió igual. Los maestros buenos (SNTE) doblaron las manos y los partidos firmaron el addendum del Pacto por México. Finalmente fue en Londres, cuando el presidente viajó como invitado especial del G8, donde lanzó el anuncio de la reforma energética: la insignia de su administración.
Eso sí aceleró el pulso de todos los actores y subió la presión arterial en los partidos políticos; se cimbraron las paredes del Pacto ante la posibilidad de que el PRD decidiera seguir su camino. Y hasta el atribulado PAN de Gustavo Madero, ahora bajo los embates de Felipe Calderón, anunció que presentaría su propia reforma. Ernesto Cordero, en medio de la lucha por el control del partido, se dio tiempo para animar al Presidente. Le dijo que el PAN esperaba una reforma "de fondo".
Para algunos actores políticos, como Morena, que han esperado impaciente este momento, el anuncio presidencial constituyó más que un banderazo de salida: fue una bendición. Tiene miles de brigadistas adoctrinados y esperando recorrer el país "en defensa del petróleo", junto a los vándalos profesionales, que hoy entran y salen de la cárcel como Pedro por su casa. Querrán convulsionar al país con movilizaciones como las de los "indignados" brasileños, con cientos de miles en las calles buscando doblegar al gobierno.
Marcelo Ebrard, posible candidato en 2018, retó a Peña Nieto a debatir y se opone a la privatización. Sostiene que una restructuración "de fondo" recuperaría la productividad. Pero, como en un diálogo de sordos, cada quien tiene una idea diferente de lo que entiende por "privatización".
Toda esa conmoción la desató la entrevista de Peña Nieto con The Financial Times en Londres. El presidente anunció que la reforma energética sería "transformadora", un adjetivo que la izquierda delirante y algunos ultranacionalistas se apresuraron a interpretar como la salida a remate de Pemex. Para ellos, lo peor fue cuando el presidente prometió (porque no hay otra manera de atraer tecnología de punta y capital extranjero), que su reforma incluiría "las enmiendas constitucionales necesarias para dar seguridad a los inversionistas". ¡Eso desató el pandemónium!
La tarea del Presidente se antoja imposible: convencer a los inversionistas extranjeros de que no se trata de un simple espejismo para atraer inversiones (lo cual significaría hacer reformas importantes a la Constitución), y al mismo tiempo asegurar a las izquierdas (la nacionalista y la delirante) que se respetarán la letra y el espíritu del artículo 27 constitucional (lo que implicaría conservar en la nación el "dominio directo" del petróleo). Una reforma "de fondo" parece incompatible con la tranquilidad política. Pero una solución intermedia pondría en riesgo la credibilidad del Presidente.
¿Dónde ceder? ¿Dónde admitir inversión privada: en Petróleos Mexicanos o en las subsidiarias? A nadie le interesa privatizar la Torre de Pemex, pero en el exterior se habla de concesiones sobre reservas específicas hasta por 25 años…
Las empresas extranjeras esperan actuar como dueñas de reservas específicas (aunque sea por tiempo limitado) y contabilizarlas en sus activos para compartir utilidades con Petróleos Mexicanos. Invertir en un Pemex "modernizado", pero desprestigiado, no es garantía.
Esa es la parte fácil de la reforma. La difícil será enfrentar a López Obrador, que pretende convertir la reforma en carta de presentación de Morena y eje central de una tercera candidatura presidencial. La especulación está dañando al país. Ha llegado la hora de conocer la iniciativa presidencial…
(Analista político)
Comentarios:
www.jorgecamil.com