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Perdón, pero soy de nadie

Minutario

GUILLERMO SHERIDAN

Desde que una tarde fatídica fui elegido por "El Brócoli" Anzures para formar parte de su equipo de futbol sufro la tiranía de dizque ser "de" alguien, de arrastrar ese posesivo que me desposesiona de mí, como una marca de hierro. ¿Tiene sentido insistir en que no soy de nadie?.

Sufrí esa manera de ser hijo único que consiste en ser el primogénito de una enorme prole. Prefería la soledad, el ajedrez y las novelas de aventuras, pero todo me obligaba a la bola. La presencia de los otros -dice Savater- es coactiva y dolorosa, por lo que urge establecer un lazo simbólico que nos facilite sobrellevarla con resignación. Ese lazo es el del grupo. Bueno, pues eso es exactamente lo que pensé cuando, por ser "de" la Colonia Vistahermosa, una muchacha de la Obispado me dijo que lo nuestro no podría ser jamás.

Más por azar que por volición, era yo "de" alguien, a pesar de cualquier esfuerzo en contra. Cuando comencé a escribir, publicar en la revista equis o en el suplemento ye, sin yo saberlo, se entendía que al entregar mis cuartillas entregaba también mi persona hacia tal o cual "grupo". Yo, inocente, ignoraba que no había inocencia en la supuesta elección. Comencé así por ser "de" Monsiváis porque publiqué en el suplemento La cultura en México; luego fui "de" Enrique Florescano cuando inició la revista Nexos; de ahí pasé a ser "de" Fernando Benítez en el suplemento sábado y finalmente acabé siendo "de" Octavio Paz en la revista Vuelta. En los tiempos crispados que corren, ahora soy "de" Enrique Krauze porque publico en Letras Libres y, supongo, soy "de" El Universal (aunque jamás he cruzado palabras con mis "posesionarios"). Pero es curioso que nadie me considerase "de" Scherer cuando colaboré en Proceso, ni "de" Payán cuando colaboré en La Jornada… ¿Por qué? Misterio.

Haber sido "de" Octavio Paz ha sido lo más complicado: el odio que suscita se trasladó a quienes colaboramos en sus revistas. Un odio rancio, pero siempre renovado en clientelas inauditas. Un odio que viene de la vieja pulsión que catalogó a Paz de "desviación ideológica" desde que regresó de la guerra civil española; se agravó por su simpatía hacia el trotskismo y André Breton; empeoró por sus pleitos con Neruda; se agravó cuando tradujo los escritos de David Rousset sobre el gulag; se hizo insufrible por criticar -o como se dice en mexicano: "atacar"- la dictadura cubana, y alcanzó el grado de gran capitán de la conjura universal contra "el pueblo" por criticar a la guerrilla salvadoreña en 1984.

Bueno, pues no pasa un día sin que por haber sido "de" Paz (o por ser, hoy, "de" Krauze) se me pase por una fiscalía que dicta sentencia sumaria e inapelable de lacayo, siervo, súbdito, mayordomo, palafrenero y caballerango. (Lo de "caballerango" -mi favorito- lo lanzó una briosa profesora chicana-feminista-zapatista.) Es curioso que estos insultos tan viejo régimen contradigan el amor al pueblo con que se suelen decorar los profirientes: a la hora de insultar, su repertorio es el de una marquesa ofendida por un "pelado". Con el paso del tiempo empeora: además de "reaccionario" y todo eso, se me ha enterado que soy "de" Televisa, "del" "Yunque" y hasta "de" la conspiración secreta sionista que -como todo mundo sabe- trama apoderarse del mundo y ponerlo bajo su nefasta bota.

La mexicana compulsa de la tribu, cuidar territorios como hipopótamos primaverales, juzgar que tener amigos implica la previa disolución del propio carácter, que escribir en revistas y periódicos supone como primer trámite el interesado sacrificio del albedrío y la aniquilación de la independencia… El deseo de ser quien se es debe regir antes que nada los afanes de quien aspira a leer y escribir en libertad: es la única forma de merecer camaradas leales. Lo decía don Francisco de Quevedo: por fuerza o elección, pero quédate solo. Sólo así se puede ser escritor: solo y, por tanto, en compañía de otros solitarios.

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