Foto publicada en El Siglo de Torreón el día cuatro de mayo de 1992, de don Joaquín Sánchez Matamoros, profesor, periodista, escritor, astrónomo y matemático.
(6 de 7 partes) VIDA Y OBRA DE DON JOAQUÍN SÁNCHEZ MATAMOROS, PROFESOR, PERIODISTA, ESCRITOR, ASTRÓNOMO Y MATEMÁTICO
Parte de los siguientes datos fueron tomados de mi libro inédito: "Bustos en Bronce en la Calzada de los Escritores Laguneros y otros más", en la Alameda Zaragoza de Torreón, Coah., como sigue:
"...Uno de sus artículos es "Aurora Boreal de 1860", que en una parte dice: "Este fabuloso fenómeno generalmente aparece en las llamadas zonas aurorales, que se encuentran a 20 o 25 grados de longitud de los polos magnéticos de la tierra. A veces se les ve fuera de esta zona, en áreas del norte de los Estados Unidos y de Europa. Sólo en rarísimas ocasiones llega a ser visible muy lejos hasta México, ¿pero qué son las auroras boreales? Los sabios creen que el despliegue de luz de colores en el cielo es resultado de la colección de átomos y moléculas de la atmósfera de la Tierra, con los protones y electrones que emergen del Sol y bombardean a nuestro planeta, animados de altas velocidades. Estos choques producen ondas de luz coloreadas, que constituyen la aurora...".
"Presea: La atinada decisión de las autoridades desde otorgar reconocimientos en vida a las personas que han destacado en los campos de la literatura, de historia, el arte, la poesía, la ciencia, merecen el estímulo en vida, como un ejemplo a seguir por los estudiosos. Además en vida, llegan a ver el fruto y reconocimiento de su esfuerzo, de su trabajo, de sus penurias para lograrlos mediante estrictas disciplinas. Pues bien, al maestro don Joaquín Sánchez Matamoros, se le entregó en septiembre de 1983, por las autoridades, la presea "Capullo de Oro".
Continuando con los cientos de artículos escritos por don Joaquín Sánchez Matamoros, transcribiré un fragmento publicado en El Siglo de Torreón el día diez de marzo de 1995, en su columna "Minutos Culturales", con el título de "Juicios de los famosos", como sigue:
"Tal vez los juicios más inicuos que registra la historia fueron los que se realizaron bajo el imperio del gran terror durante la Revolución Francesa. Cuando estalló ésta, se desbordaron con violencia extraordinaria las pasiones, los resentimientos y las ambiciones. El comité de salud pública adoptó una serie de medidas radicales y promulgó unas terribles leyes de excepción para aplastar a sus rivales y una ley de sospechosos para dominar a los tibios y a los indiferentes. Esta última estaba destinada a todos aquellos que, no habiendo hecho nada contra la libertad, no habían hecho tampoco nada por ella.
"Mediante estas leyes se suprimieron los abogados defensores y los testigos de descargo. Las pruebas de hechos fueron sustituidas por las pruebas morales. El acusador público del Tribunal Revolucionario -el monstruoso Fouquier Triunville- llegaba al extremo de negarle a los acusados el derecho de hablar en su defensa. ¡No tienes la palabra! Era su frase favorita. Y las sentencias de muerte -es decir, los asesinatos- llegaban infaliblemente. Sólo en París, los guillotinados ascendieron a 6,627 ajusticiados, sin contar las ejecuciones derivadas de las rebeliones de Nantes, Tolón, etcétera.
"Donde hay poca justicia -decía el poeta español don Francisco Quevedo y Villegas-, es un gran peligro tener la razón. Por eso fue que en los últimos días del terror que felices se sintieron los descamisados de la plebe cuando escoltar a la carreta en que el acusador público era a su vez conducido a la guillotina con qué deleitación, con qué saña virulenta le gritaban todos en coro: No tienes la palabra, no tienes la palabra.
"No menos infames que los juicios efectuados bajo la férula de Robespierre fueron los realizados en Salem, Massachusetts, ciudad puritana de los Estados Unidos. 19 infelices mujeres, acusadas en 1692 de tener pacto con el diablo, de poseer poderes infernales para realizar prodigios, fueron perseguidas, capturadas, y sometidas a los más espantosos suplicios para que se declarasen émulas de lucifer".
"El juicio legal fue una verdadera farsa. Pero su condena y ejecución constituyen una infame realidad. La mejor y la única defensa de aquellas desdichadas, su reivindicación ante el juicio de la posteridad, fue la confesión hecha por el juez que las condenó -llamado Samuel Sewall-. Tiempo después de las ejecuciones, en su famoso "Diario", confiesa públicamente que estuvo persuadido de la inocencia de aquellas mujeres, pero alegó que su deber ante la comunidad era solidarizarse con ésta y condenarlas. Con qué dolor, con cuánta vergüenza expone sus confidencias, pero el mal ya estaba hecho y la justicia falsificada.
"Recordando el Juicio de Salem, vienen a la mente las palabras lapidarias de George Bernard Shaw: Cuando un hombre estúpido hace algo que le avergüenza siempre dice que cumple con su deber...".