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Piedras Negras y su primer automóvil

Hora cero

ROBERTO OROZCO MELO

Hace unas semanas, encontré un ejemplar de la revista "Marte" que por muchos años editó mi querido amigo y tesonero periodista Candelario Salazar. Es el número 15 del tercer año y tiene la fecha 1 de enero de 1952.

En ella encontré un artículo interesante y no resisto la tentación de comentarlo a mis lectores. Se titula "El primer automóvil en Piedras Negras", fue escrito por don Manuel Faz Villarreal, como parte de unos "Apuntes para la historia de Piedras Negras", y narra las aventuras de su propietario, don Fructuoso García Zuazua.

Este "Tocho", dice el autor, fue aquel "niño rico, atrevido y buen mocito" que cita el maestro de América, don José Vasconcelos, en su celebrada obra autobiográfica "Ulises Criollo". No resulta extraño, por lo tanto, que ya crecido tuviera suficientes recursos para comprar, en 1904, el primer automóvil que circulara por las calles de Piedras Negras, entonces Ciudad Porfirio Díaz. Era un poderoso Oldsmobile que devoraba las distancias a razón de "18 millas por hora".

El automóvil fue enviado al señor García Zuazua desde la capital de la República a un costo de dos mil quinientos pesos. Asombra que si don Tocho vivía en la vecindad de Eagle Pass, Texas, adquiriera su auto en el D.F., pues de otro modo ese coche podría haber sido también el primer vehículo "chocolate" en pasar la frontera. Pero después llegaría desde Detroit, Michigan, hasta Eagle Pass, un vehículo idéntico consignado al doctor Andrew Evans.

"Los fabricantes los enviaron por partes -dice Manuel Faz-, así que el afortunado propietario, siguiendo las instrucciones adjuntas, debía armarlo personalmente, pues entonces no existían garajes con mecánicos especializados ni otras comodidades que disfruta el automovilista moderno".

Pero los flamantes automovilistas debieron enfrentar más dificultades: Evans tardó más de cuatro meses en armar su vehículo automotriz. Tocho no tuvo tantos problemas, aunque tardó en aprender el complejo mecanismo de aquel artilugio y animarse a tripularlo. Un tropiezo extra: en la frontera coahuilense no se vendía gasolina y debieron encargarla exprofeso para su uso. Luego estableció cada uno su propia estación de abastecimiento.

Finalmente empezaron a ser usados por sus propietarios los dos insólitos medios de transporte, que ya habían despertado la curiosidad y el susto de los habitantes de las ciudades fronterizas. Sin embargo, surgían nuevos contratiempos. Al salir a pasear, era común que los autos se quedaran en el camino por falta de combustible. No sabían calcular los neófitos choferes cuántos kilómetros recorrían los autos con un litro de gasolina. Tampoco resultaba agradable retornar a pie a sus domicilios y aplicarse a consultar los folletos para buscar las probables causas de las descomposturas. Luego volvían en un "buggie" (coche de tracción animal) al sitio donde se había arranado el automóvil, le echaban el "gas" y regresaban a sus casas con el "buggie" y el caballo amarrados a la defensa trasera.

García y Evans pasaron ese apuro una o dos veces; después llevarían con ellos a sus mozos y cuando sufrían alguna descompostura, éstos tornaban a la ciudad en búsqueda del coche de caballos, el libro de las instrucciones o de los galones de gasolina. Tocho solía contar que el doctor Evans lo solicitaba frecuentemente para arreglar las descomposturas de su Oldsmobile. El médico sufría para componer su carro más que para operar apéndices. Fructuoso ayudaba en lo mecánico con ínfulas profesionales y como primera providencia sacaba el crank de la petaca, lo introducía al frente del motor y le daba vuelta. El aparato empezaba a funcionar como relojito y ambos aplaudían de gusto. Luego cayeron en cuenta de lo que sucedía.

De tanto mover un fierro aquí y otro allá, el doctor Evans ahogaba el motor. Después mandaba llamar a su amigo nigropetense y en lo que éste cruzaba el puente y llegaba al domicilio de Evans, el motor se "desahogaba", así que al dar vuelta al crank el auto funcionaba al primer intento.

Si Tochito salía en su vehículo por las calles de Ciudad Porfirio Díaz, la población se conmocionaba. Los cocheros le temían más que al granizo, pues apenas lo veían aproximarse, ganaban las calles transversales, aunque en su ansia por escapar rompieran ejes y ruedas de los muebles de tiro. Si Tocho visitaba al doctor Evans en Eagle Pass, los aduanales de ambas garitas hacían señas de lado a lado del puente, detenían el tránsito y despejaban el camino; entonces lo dejaban avanzar. Como el automóvil no podía subir el desnivel que existía entonces entre el piso y el puente que unía a las dos poblaciones, los celadores tenían que subirlo en peso. La narración de Faz Villarreal culmina con un dato romántico: "La primera dama de Ciudad Porfirio Díaz en confiar su vida al subir con Tocho a su automóvil fue la señora Anita Velasco".

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