"La madre piadosa estaba junto a la cruz y lloraba mientras el Hijo pendía. Cuya alma, triste y llorosa, traspasada y dolorosa, fiero cuchillo tenía…"
Este fragmento del conocido poema sobre los sufrimientos de la Virgen María al pie de la cruz que pertenece a la liturgia cristiana, nos recuerda la impactante realidad de las madres que lloran a sus hijos muertos. No podemos ser insensibles ante la violencia. No nos acostumbremos. Este texto de la edad media, nos sigue conmoviendo porque "Y ¿cuál hombre no llorara, si a la Madre contemplara de Cristo, en tanto dolor? Y ¿quién no se entristeciera, Madre piadosa, si os viera sujeta a tanto rigor?". Lo grande de esta herida, debe desgarrar también el alma de todos los que seguimos viendo madres que lloran a las víctimas de la violencia (En una ocasión en un velorio nadie lloraba; sólo la madre del muchacho asesinado tenía lagrimas para su hijo que fue victimario y luego víctima). Sigue llorando la Laguna sus hijos y no puede ni debe olvidar que "un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado, no hay extensión mas grande que mi herida, lloro mi desventura y sus conjuntos y siento más tu muerte que mi vida" (Miguel Hernández: Elegía a Ramón Sijé).
¿Por qué llorar lo irremediable? Lloramos, pero no creemos que sea irremediable, nos revelamos ante la muerte y subversivos confiamos que el amado permanece, que la vida vence la muerte. Por eso la resignación, entendida como aceptación de algo fatal, la rechazamos. Porque implicaría someterse, consentir la violencia, permitirla, aprobarla y conformarnos a ella. Porque para nosotros, para la Laguna, como para cada madre, ningún hijo sobra y todos nos duelen. No se puede llenar con información manipulada el gran espacio que deja el que nos falta. El silencio en los medios de comunicación que se quiere imponer, no puede esconder las muertes, ya que la ausencia de los hijos es un grito silencioso, pero estridente, palpable y ensordecedor. Su invisibilidad es visible, su "no estar" es un constante presente, su silencio es muy elocuente.
Pero aún nos quedan otros hijos y por ellos tenemos que revertir esta tendencia con procesos que incidan efectivamente en la construcción de paz; buscar las causas más profundas de la violencia; sembrar y hacer germinar semillas de paz; Identificar las actitudes y los comportamientos generadores de violencias en las que contribuimos todos los días; proponer y trabajar en área concretas de conversión y transformación de la realidad; desenmascarar y modificar estructuras sociales, políticas, económicas, culturales, educativas y hasta religiosas que no favorezcan la paz o incluso provocan violencia.
Solidarios en el sufrimiento construyamos una red que promocione la paz, que rescate los valores familiares y los espacios sociales, que superando la pura crónica de lo ocurrido pasemos al ámbito de las propuestas en colaboración con organizaciones gubernamentales o no gubernamentales y creando incluso nuevas (paseo Colón, paseo Morelos, vecino solidario, partidos, participación política y social, etc).
Benedicto XVI en su mensaje titulado: "La educación a una cultura de la paz: el papel de la familia", llama a todos los que trabajan por la paz a cultivar la pasión por el bien común de la familia y la justicia social, así como el compromiso por una educación social idónea. "Ninguno puede ignorar o minimizar el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad desde el punto de vista demográfico, ético, pedagógico, económico y político. … La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz. Es necesario tutelar el derecho de los padres y su papel primario en la educación de los hijos, en primer lugar en el ámbito moral y religioso. En la familia nacen y crecen los que trabajan por la paz, los futuros promotores de una cultura de la vida y del amor". Es pues, en la familia en donde se juega la formación de los futuros violentos o de los futuros pacificadores. ¿Qué hijos estamos formando? ¿Hasta cuándo seguiremos llorando las muertes de los hijos de unos por la violencia de los hijos de otros? No podemos esperar que llegue la paz de parte de quienes son violentos, de quienes sacan beneficios de la violencia o simplemente de quienes no les interesa la paz. Es a nosotros los padres y madres de familia los que podemos hacer la diferencia formando a nuestros hijos con la ayuda de un proyecto coherente y el apoyo y protección de la familia por parte de todas las instituciones de la sociedad. El reto es restaurar la familia que ha sido profundamente dañada y rota por el nivel de violencia. Dios como buen Padre nos creó a su imagen y semejanza: es decir, Él nos creó como una gran familia, como un misterio de amor y paz. Además nos dio la capacidad de seguir construyendo esta gran familia que es la Comarca Lagunera.
Parafraseando el Stabat Mater dolorosa mencionado al inicio, unámonos al sufrimiento de María y de todas las madres que han perdido a sus hijos en la violencia:
"¡OH DULCE FUENTE DE AMOR!,
Hazme sentir tu dolor
Para que llore contigo…
Porque acompañar deseo
En la cruz, donde le veo,
Tu corazón compasivo.
¡Virgen de vírgenes santas!,
Lloré ya con ansias tantas,
Que el llanto dulce me sea.
Porque su pasión y muerte
Tenga en mi alma, de suerte
Que siempre sus penas vea".
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