Cultura de
La violencia
Algo que caracteriza a nuestro tiempo es el deterioro de la vida social que se manifiesta en el crecimiento de la violencia.
La cultura es, sobre todo, un comportamiento cotidiano, que refleja la "forma de ser" de cada cual; el resultado de sus percepciones y reflexiones, la respuesta personal a las cuestiones esenciales. Existe una cultura de violencia cuando ésta se ha internado en las formas de percibir y conducirse ante el mundo y, por lo tanto en las formas de responder ante las circunstancias que éste plantea.
Se dice que existe una cultura de violencia cuando las acciones de naturaleza violenta suelen ser el patrón legítimo de respuesta frente al conflicto. Debe hablarse de cultura de violencia, entonces, cuando ésta resulta ser el mecanismo comúnmente empleado y también aceptado, para resolver conflictos y mantener conflictividades (a través de las conflictividades se perpetúan las inequidades y las exclusiones de todo tipo, con lo cual suelen beneficiarse unos grupos, obviamente, en detrimento de otros). Entre otras causas se da la violencia por el desafío de vencer a quienes son considerados como adversarios o por el placer de causar dolor físico, miedo y terror.
Algunos factores culturales que aparentemente legitiman o inducen prácticas violentas son la crisis de valores éticos. Esta nueva época tiene una nueva escala de valores en la que predomina el hedonismo, el individualismo y la competencia. Otra causa de la violencia es la pérdida de respeto de los símbolos de autoridad, la desvalorización de las instituciones educativas, religiosas, políticas, judiciales y policiales, además de actitudes discriminatorias y machistas muy arraigadas. También ha influido el aspecto económico, la impunidad, las deficiencias en la administración de justicia, ya sea por incapacidad, irresponsabilidad o corrupción. Las instituciones han perdido la capacidad de formar personas sólidas, con deficiencias en educación familiar, escolar y religiosa.
Al no haberse combatido estos factores desde el principio, caímos en graves omisiones y en la indiferencia, el disimulo o la colaboración de instancias públicas y de la sociedad. Toleramos y propiciamos no sólo los gérmenes de lo que hoy son las bandas criminales, sino también el establecimiento de una manera violenta que impregna ya muchos de los espacios que forman la cultura. Tampoco es justo ahora exculparse, buscando responsables en el pasado y evadir la responsabilidad social y pública actual, para erradicar este mal social. Lo cierto es que, siendo tan profundas y complejas las causas de la cultura de la muerte, su solución en cultura de la paz y de la vida tendrá que ser también larga y compleja. No podemos esperar que de un día para otro y una sola persona, pueda resolver tan complicada situación, pero tampoco iremos adelante si cada quien no hace su parte.
La respuesta a los desafíos de la inseguridad y la violencia es no sólo de la autoridad pública, sino también de los ciudadanos que asumen su responsabilidad social y que, de manera individual o asociados, asumen sus compromisos y obligaciones para con los miembros de la sociedad a la que pertenecen. La respuesta urgente e inaplazable que es necesaria no se está dando. Los compromisos y acciones que ya debieran estar empezando, se están dejando para un futuro incierto y para "otros". Nuestro peor enemigo es la apatía. Si la cultura de la muerte está arraigada ya depende de muchos factores, es necesario comenzar a actuar sobre ellos, para empezar a tener incidencia en la cultura de muerte y cambiarla en cultura de paz.
Pero si seguimos viendo las mismas prácticas en el gobierno, en la Iglesia y en la sociedad, seguiremos teniendo los mismos resultados. ¿y los cambios estructurales? ¿Y el cambio de estrategia? ¿y las nuevas políticas públicas? ¿Y la formación de hombres y mujeres nuevos por parte de las instituciones educativas, eclesiásticas y familiares? ¿En dónde están los cambios en la transmisión de los conocimientos y de la fe? ¿En dónde nuestros compromisos y obligaciones como ciudadanos, como profesores, como sistema educativo? ¿está ya la familia siendo vehículo privilegiado para la transmisión de los valores religiosos y culturales que ayudan a la persona a adquirir su propia identidad? ¿No continúan aprobándose leyes que destruyen a la familia como la ley del aborto y otras? ¿No sigue creciendo en el seno familiar la violencia en sus diversas formas? ¿Qué se ha hecho por las víctimas de la violencia? ¿Cómo estamos cuidando y protegiendo a los niños? ¿Qué cambió después del incendio de la guardería ABC? ¿Cómo estamos acompañando a los adolescentes y jóvenes para protegerlos de la violencia? ¿Hay ya estrategias para enriquecer la identidad de los jóvenes? ¿Las parroquias tienen ya proyectos para fortalecer el tejido social? El fenómeno mediático sin duda influye en la cultura. ¿Qué programas se han quitado o se han puesto para promover la cultura de la vida y de la paz? ¿Sigue siendo bélica nuestra forma ordinaria de expresión? ¿Las campañas políticas no son una verdadera guerra en vez de ser la forma pacífica y civilizada de acceder al poder para servir a la comunidad y promover el bien común? ¿Cambiaron en algo las campañas? ¿Están proponiendo algo realizable en favor de la paz? ¿Estamos participando como comunidad en la construcción del bien común? ¿Ya tenemos policía? ¿ya tienen todos los vehículos sus placas? ¿Estamos participando en la toma de las decisiones que afectan a nuestra vida comunitaria y a la de la nación? ¿De qué manera estamos participando para reformar el estado de derecho? ¿El estado se está ya replanteando para ser constructor del bien común?
Si queremos la paz, debemos ser capaces de transformar con una verdadera conversión, lo que nos ha llevado a la cultura violenta, y caminar hacia la paz con pasos concretos y efectivos; actitud nueva acompañada de estrategias que incidan en la cultura. La tarea es complicada, pero si no empezamos, nunca será una realidad. Viendo aún lejos el proyecto, tenemos la tentación de claudicar, de desesperarnos, de huir de la realidad, de dejar a otros la responsabilidad; pero si nos sentimos partícipes en la construcción de la paz, las pequeñas cosas tomarán valor y serán pasos hacia ella.
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