México: En el ombligo de la luna
México: en el ombligo de la luna. Es así como los antiguos pueblos nahuas, que se desplazaron desde el mítico Aztlán, nombraron al antiguo islote situado en medio del Lago de Texcoco, en el cual estaba el águila devorando una serpiente. Desde su fundación México no ha cesado de crecer. Desde el inicio se agrandó...
...con las conquistas de los aztecas belicosos, que se apropiaron toda Mesoamérica; más tarde, continuaron su expansión los conquistadores españoles, quienes venciendo las diversas comunidades indígenas de la región, extendieron aún más las fronteras del norte y del sur.
Desde entonces, más allá de su extensión territorial, México ha continuado su multiplicación. Las combinaciones de civilizaciones prehispánicas con el mundo europeo han dado nacimiento a una de las culturas más fascinantes del planeta, enriquecida por los progresos de la modernidad y las diversas revoluciones - no necesariamente violentas - que han marcado su historia.
Más que una tierra de contrastes -evitemos los lugares comunes -, es necesario ver a México como un mosaico en el cual cada pieza guarda su personalidad, sus colores, sus formas y sus tradiciones, todos contribuyendo a la creación de su identidad general que mantiene la unidad. Los desiertos áridos laguneros no parecen pertenecer al mismo universo que los bosques de Chiapas o de Tabasco; los inmensos rascacielos de la ciudad de México no tienen nada que ver con las ruinas del Templo Mayor; se podría creer que los ríos del estado de Veracruz o las playas de Quintana Roo son opuestas a las sierras de Puebla; las opulentas ciudades coloniales de Guanajuato, Morelia o Oaxaca parecen pertenecer a un tiempo diverso al de las industrias de León o de Monterrey. Y sin embargo, cada una de esas porciones, cada una de esas piezas, se insertan en un ensamble mayor que identificamos sin problemas como México, en el que cada uno es susceptible de creer y de imaginar una multitud de imágenes dispersas, recuerdos, sabores, gustos y sonidos. Su riqueza se encuentra precisamente en esta fragmentación-unida.
Las fiestas patrias nos dan la oportunidad de comprender nuestra identidad, asumir objetivamente nuestro pasado y proyectar hacia nuevos rumbos nuestro porvenir. La gestación y el crecimiento de nuestra nación es un proceso siempre prolongado y nunca totalmente acabado, con luces y sombras que hay que ver con espíritu generoso y agradecido hacia quienes contribuyeron a su realización. No puede reducirse nuestro amor a la patria a un mero recuerdo de ciertos hechos que han marcado nuestro pasado y que han preparado lo que actualmente somos, es necesario pensar cual es el proyecto nuevo que nos pide nuestra Nación. Un proyecto que antes de reflejarse en leyes que provoquen reformas estructurales, exige pasar por el ámbito de la conciencia personal, de las convicciones, de los estilos de vida que lleven a una transformación personal profunda de actitudes, a un cambio de mentalidad que transforme e impacte la propia vida y el entorno social. Este cambio renueva el modo como vivimos y como nos responsabilizamos de la realidad que nos toca afrontar. Entonces las reformas estructurales podrán implementarse de la manera como convenga a México y no a intereses particulares.
Cada comunidad desarrolla su propia cultura con peculiaridades que proceden de su historia, su geografía y su particular idiosincrasia. La nación Mexicana es una realidad cultural, que no puede ignorar elementos importantes que manifiestan su profunda herencia y su particular modo de ser como pueblo, marcado de manera directa o indirecta por los valores que provienen de sus raíces como la religión, el lenguaje, las costumbres, y en general todo lo que ha contribuido y sigue contribuyendo a delinear el perfil de nuestro Pueblo.
La nación es una realidad socio-cultural anterior al Estado, que emerge gradualmente haciéndose una realidad cultural profunda, que posee una soberanía en la que la Independencia debe ser interpretada con base en la continuidad del mismo pueblo que conforma esta Nación. Esto muestra que las estructuras del Estado para cumplir con su fin deben colocarse al servicio de la Nación y no viceversa. De este modo, México no necesita un "proyecto de Nación", sino "un proyecto al servicio de la Nación", que permita reproponer lo más valioso de lo que hemos sido para poder darle auténtico futuro a lo que actualmente somos. En este esfuerzo, el compromiso de todos y cada uno es esencial. Todos somos protagonistas de nuestra historia. Para avanzar en la agenda social y política de nuestro País, es preciso reconocer e implementar mecanismos que garanticen la participación activa de todos los ciudadanos, buscando en el respeto mutuo un equilibrio social. Es fundamental que estos criterios democráticos se vean reflejados en las leyes que nos rigen. Una Ley que pasa por encima o no reconoce las implicaciones de la dignidad humana y la libertad de los ciudadanos, debe ser corregida.
La conmemoración de la Independencia nos da ocasión para aprender que nuestra historia es algo más que el sucederse de guerras y revoluciones. Las treguas de la violencia, los momentos de paz, han sido en realidad los que han permitido realizar obras culturales duraderas. Especialmente debemos valorar la búsqueda de la libertad y la identidad en la Independencia, para incorporarlos a otros valores que nos permitan responder a las nuevas exigencias de esta realidad histórica que vive nuestro País, dentro de un contexto global. Un pueblo logra su auténtico desarrollo cuando actúa en fidelidad a los aspectos esenciales de su identidad cultural, que están en consonancia con los principios constitutivos de la persona y su dignidad. Justamente en este camino de desarrollo, cada uno de nosotros tenemos un aporte original que debemos ofrecer a nuestra Nación.
Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces culturales y espirituales, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles, razones para la esperanza y la alegría y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familia. La situación de violencia, corrupción e impunidad es posterior y no es ni debemos dejar que sean parte de nuestra identidad. La Patria íntima, leve, cuya unidad "castellana y morisca, rayada de azteca" (del poema: "Suave Patria" de Ramón López Velarde) con voz femenina de nacionalidad, no proclama la violencia sino que la desafía con el arma poderosa de la no violencia al salir a celebrarse como Patria, al vaciarse en las calles con la alegría de quien se sabe libre y reclama su libertad. Esta Patria nace contra la lucha fratricida, contra le domino homicida de Caín, y esa Patria es leve, subjetiva, colorida, folklórica. Hay en esta Patria la "épica sordina" (ibid) que complementa el "bélico acento" del potosino Francisco González Bocanegra en nuestro himno.
La supremacía de la barbarie, que pulveriza o enloda todo nos invita a pensar en lo profundo y descubrir nuestra Patria. Ante la miseria que desplaza la pobreza; ante las caravanas del hambre que han levantado sus casas en las ciudades perdidas que han ido ciñendo -estrangulando- a nuestro Gómez y Lerdo, hasta volverse el principal paisaje; ante la delincuencia que se ha vuelto penosamente cotidiana con crímenes de todo tipo; ante secuestros como vasta organización y crecimiento a niveles insoportables; ante la ineptitud y/o complicidad de los gobiernos, no queda sino volver a esa Patria leve, modesta, la de los pequeños hechos y las cosas sencillas, la de la vida diaria sencilla en sus costumbres, que nos está llamando a una nacionalidad que desde hace mucho no escuchamos, esa Patria, en fin, como el íntimo y mejor refugio anta tanto terror y desamparo. No ya la Patria del oropel, no ya la Patria de lo irracional y tonto: no ya la corrupta ni la inicua sino la trásfuga de lo trivial, de lo obvio El México, el ombligo de la luna que motiva a la virtud, a lo no mítico, a lo innominable, a lo irreductible, a lo que no pueden manchar los que intentan destruirla porque es etérea, es íntima, ingrávida, insustancial disociada de lo álgido, de lo "no Patria". Afirma, a cambio, la humildad de las personas, de lo arcano y de las cosas.
Renuente a prácticas deshumanizantes, destructoras del país, La Patria perdura, opuesta a quien quiera exfoliar a México, y llama a la conversión desde dentro a cada uno de sus hijos a sentirse parte de ella, a estar a la altura de esa Patria fina, fuerte, fiel, nívea, ígnea, eclíptica, virtuosa.
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