Para nosotros no es tan significativo como lo es para los pueblos indígenas el florecimiento del Tepeyac y los cantos de los pájaros que cuenta la narración del Nican Mopohua. Todo el proyecto guadalupano es un proyecto de paraíso en un país que, necesitando de identidad, viene a encontrar en sus raíces no sólo reminiscencias, sino verdadera esperanza. La paz que anuncia el códice (tilma), en el solsticio de invierno es el nacimiento de una nueva época.
El 12 de diciembre se celebraba para los mesoamericanos el inicio del triunfo del día sobre la noche; los días empezaban a ser más largos. Sabemos que la cultura indígena tenía mayor exactitud para calcular este acontecimiento anual, que es la misma fiesta que la cristiandad había tomado de los romanos (la fiesta del Sol invicto) para celebrar la Navidad: El Sol que nace de lo alto; Jesucristo. No coincidieron la fechas entre mesoamericanos y españoles a causa del error que, sólo algunos años después, se corrigiera en el calendario eliminando 10 días para compensar el desfase (tres días cada 400 años, ya que la tierra dura 365 días, 5 horas y 48 minutos que se fueron acumulando entre el 325 al 1582 en que entró el vigor el calendario gregoriano). Es pues evidente la buena noticia que se había percibido por este "mensaje celestial" que, aunado a muchos otros elementos, sigue siendo vigente para enfrentar la nueva época con sus propios desafíos.
El concepto de paz que se tiene desde esta mentalidad, está ligado a mucho más que la ausencia de conflictos bélicos. Anuncia y proclama la grandiosa armonía entre el cielo y la tierra, entre la noche y el día, entre el europeo y el indígena, entre la historia pasada y la futura, entre la antigua y la nueva religión. La flor y el canto de ese cerro, se convierte en un anuncio, en una prospectiva cargada de esperanza. Una visión de futuro deseado, posible.
Ante la violencia y la crisis nacional, México puede encontrar en esta idiosincrasia nacional su proyecto, incluso para influir en el concierto mundial, pues el problema social no es privativo de nuestras tierras, No obstante que en cada nación, se ve reflejado en forma diversa la crisis de un sistema capitalista que no ha cumplido las expectativas. El cambio de sistema neoliberal por uno basado en una economía que se centre en el hombre y no en el dinero es ya una demanda que crece día con día. Las resistencias de quienes se benefician con este sistema, que no es sino el 1 % de la población mundial, pero por su gran poder, están controlando decisiones y recursos y provocando la violencia, la injusticia, la inequidad. La influencia de los grandes poderes internacionales se deja sentir a nivel nacional.
Son signos de esperanza las variadas formas de participación ciudadana que están surgiendo y multiplicándose por todo el país y en nuestra región Lagunera (algunas originadas precisamente desde la población indígena o con las tradiciones que definen nuestra identidad nacional). La solución está en que cada uno descubra la necesidad de actuar. Al constatar una vez más que algo está mal y no funciona en nuestra convivencia social y que es necesario exigir y adoptar medidas realmente eficientes para revertir dicha situación. No podemos quedarnos en la descripción de las principales actuaciones del crimen organizado que diseminan el clima de violencia, hay que actuar asumiendo nuestra responsabilidad social y vigilar que las instancias públicas asuman la suya. Para ello es necesario ir a la raíz de los graves males que aquejan a la sociedad.
El Papa Francisco en su reciente encíclica (26 de noviembre) llama a una verdadera y radical transformación, no sólo de la Iglesia, sino del sistema económico mundial. Aún en lo más desolado se puede florecer y el Tepeyac embellecido, que recordamos en estos días de peregrinaciones, puede ser el que demuestre a muchos que podemos reunirnos para celebrar, para compartir, para cantar, y lo podemos por tanto hacer también para exigir, participar, protegernos y transformar. Ante los huracanes la comunidad católica mexicana demostró que es solidaria y se está llamando a la población a generar una ruta estratégica nacional de intervención en crisis en un contexto de transformación social. Pero la situación de violencia está también llamando a acciones transformadoras. En la Laguna están surgiendo grupos, iniciativas y movimientos que, cada vez con mayor fuerza, llaman a la cohesión y al restablecimiento del tejido social, por lo que no pueden dejar de ser tomados en cuenta, no obstante el cinismo de algunas autoridades. Se trata de crear las políticas públicas necesarias para construir la paz en todos los niveles.
Otro signo esperanzador es la próxima formulación de un plan en la diócesis de Gómez Palacio, que tendrá que tomar en cuenta la necesidad de participación, la crisis social y de seguridad, la llamada del Papa a la renovación eclesial y la participación de los laicos y de la mujer, redimensionando las estructuras eclesiales.
No menos importante es la influencia que puedan tener, para bien o para mal, las reformas que están surgiendo a nivel social, los cambios recién realizados en las administraciones municipales de la región y los proyectos del IFE que, declarada su independencia gubernamental, tienen para promover la paz y la participación.
Se habla mucho de tejido social. Tomando la imagen de la tilma de San Juan Diego este tejido-ayate que es nuestra sociedad mexicana, está llamada a permanecer fuerte, no obstante el tiempo y las amenazas de ser rasgada. Llamada a ser proyecto de armónica paz para México, no obstante lo humilde de su origen (o precisamente por eso). La urdimbre fuertemente unida que forma esta tilma-códice en polícroma cultura, está pintada por el dedo de Dios para ser mensaje y proyecto divino de armonía.
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