Somos un pueblo de tradiciones con profundas raíces culturales y espirituales, amante de la paz, solidario, que sabe encontrar en medio de las situaciones difíciles razones para la esperanza y la alegría, y lo expresa en su gusto por la fiesta, por la convivencia y en el gran valor que da a la vida familiar. Este cambio de época generado por los enormes saltos cualitativos, cuantitativos, acelerados y acumulativos que se dan en el desarrollo científico, en las innovaciones tecnológicas y en sus veloces aplicaciones en distintos campos de la naturaleza y de la vida, nos afligen, pero no nos desconciertan, ya que hemos recibido dones inapreciables.
Esta esperanza no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo, sino más bien a captar el misterio que se esconde en ellos. Un signo de esperanza es una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. Un servicio al bien común es un servicio de esperanza que mira adelante. Entrar en la esperanza no decepcionará jamás. La corrupción, la guerra, la injusticia, la impunidad, son cargas puestas sobre nuestras espaldas que parecen contradecir la esperanza, pero tenemos necesidad de sonreír. ¿Cómo continuar a tener esperanza con todas estas desgracias que se encarnan y traducen en la historia de cada uno? No podemos ignorar que es una cuestión desgarradora.
En el llamado Postmodernismo, aparece una postura que va ganando cada vez más terreno entre nosotros: El "presentismo" que es un estilo de vida, sostenido por la creencia de que únicamente existe el presente, mientras que futuro y pasado son irreales. Por lo mismo, no se tiene ninguna deuda con el pasado y ningún compromiso con el futuro. El hombre postmoderno está convencido de que no es posible cambiar o mejorar ni él como persona, ni la sociedad. El hombre presentista, no se abre a la esperanza. Por tanto, ha decidido disfrutar al menos del presente, y así el círculo vicioso se va haciendo cada vez más amplio.
No podemos olvidar que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo vive precariamente el día a día, con consecuencias funestas. Algunas patologías van en aumento. El miedo y la desesperación se apoderan del corazón de numerosas personas. La alegría de vivir frecuentemente se apaga, la falta de respeto y la violencia crecen, la inequidad es cada vez más patente. Hay que luchar para vivir y, a menudo, para vivir con poca dignidad. Es el sistema capitalista neo-liberal que el Papa Francisco describe como "el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo", produce "una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás", (Evangelium gaudii n. 2).
Pero la vida humana digna y plena es, por su misma naturaleza, abierta al otro; La persona es definida como "un ser para el otro". Por ello la participación ciudadana se perfila como una solución viable a la problemática nacional. Con método, con procesos y con formación, podrá ser promotora de comunidades solidarias y participativas. La "interpersonalidad" está surgiendo en el mundo, en nuestro país y en nuestra región; se puede percibir claramente un despertar en este sentido en movimientos de participación ciudadana muy variados. La Iglesia universal está pidiendo con urgencia un cambio en la pastoral; es el Papa mismo, sus acciones y escritos los que están creando cambios a todos los niveles y llamando a una total participación de todos sus miembros.
Algunos signos de esperanza:
La Diócesis de Gómez Palacio, por ser nueva y estar en plena programación de sus actividades pastorales, se encuentra en una coyuntura que favorecerá la oportunidad de aplicar las renovaciones de la Iglesia universal sin resistencias significativas.
Los movimientos de autodefensa que han surgido como fruto de una movilización ciudadana y que han sido copiados de las policías comunitarias que algunas comunidades indígenas ya habían implementado desde hacía algunos años. La identidad nacional puede refundarse en nuestras raíces autóctonas. El aspecto comunitario y de participación, manifestado en la concepción indígena de paz como armonía con la naturaleza y con los demás hermanos, es la respuesta a la situación individualista imperante.
Un gran signo de esperanza son las fiestas de Navidad que nos recuerdan que Dios no es un absoluto indiferente al sufrimiento del hombre, sino el "Emanuel" que comparte la suerte del hombre y participa de su destino. La muerte y el sufrimiento son inseparables de la historia del hombre, pero son también la clave del misterio que no se engaña con propuestas ilusorias, vanales e inmediatas que obstruyen el camino. Las luces, adornos y motivos navideños enmarcan una actitud que se resiste a ser derrotada y que está dispuesta a caminar con esperanza y proyectar hacia el futuro.
El acontecimiento guadalupano es otro gran signo esperanzador. Nos da sentido de pertenencia, de identidad y de unidad. El ser capaz de movilizar a tantos, nos alienta a hacer grandes cosas a nivel de participación. Su fuerza es más que evidente.
Los cambios en la estructuras del país, aunque algunas dejan mucho que desear, tienen aspectos positivos que pueden desarrollarse. Falta, sin embargo, la aplicación concreta de las nuevas leyes.
La Ley General de Víctimas es un ejemplo de participación social que produce políticas públicas. La presión de un gran movimiento fructificó en una Ley de gran valor, pues marca criterios nuevos por parte del estado que van más allá de la atención a las víctimas.
La autonomía de las instituciones electorales que acaba de ser aprobada tiene la oportunidad no sólo de garantizar los comicios, sino de implementar programas de formación para la participación ciudadana. Dichos programas ya existían, pero ahora pueden tener mayor fuerza al no depender directamente de los gobernadores de los estados e incluyen prevención de la violencia, participación ciudadana y equidad de género.
Sigamos multiplicando los signos de esperanza. Seamos signos de esperanza para los desesperanzados.
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