Tranquilino Rivera García, conocido en la región Lagunera como "Indio Mangas Mochas", nace en Guadalupe, Zacatecas, en el año de 1883, año en que llega por primera vez el tren que trae en la valija del carro Express, el acta de nacimiento de Gómez Palacio, la ciudad...
...que después lo acogería para siempre y lo vería triunfar.
Tranquilino se desempeña, en su niñez, como pastor de ovejas o mensajero de los mineros de su tierra natal, a quienes les acarreaba sus alimentos: les llevaba la vianda, labor por la que reunía cinco centavos por semana, que le alcanzaban para llevar a su madre, café, piloncillo, sal. Nos platica su hija mayor Aurora Rivera Saldaña.
Nunca pisó la escuela, como fue el caso de muchos niños humildes de su tiempo. La Revolución lo sorprende a los 17 años y lo empuja fuera de Zacatecas, yendo a parar al Puerto de Veracruz, donde inicia un modesto negocio de nieve de raspa (con cepillo) y aguas frescas de frutas naturales. Allí se marca para siempre su destino y le imponen el mote que lo caracteriza, dada su piel muy morena y su vestimenta: pantalón y camisa blanca de cuello redondo y mangas arriba del codo.
De Veracruz, la leva lo lleva por distintas ciudades y logra instalarse una temporada en Ciudad Juárez, después en Tampico, en la Plaza de Armas hasta que el trajín de la vida lo trae a La Laguna y lo asienta en el mercado de San Pedro de las Colonias, siempre, como lo fue hasta su muerte, regenteando su negocio de nieve y aguas de frutas.
De San Pedro, donde se junta con una señora y procrea una niña de nombre María de Jesús, que lamentablemente queda huérfana al nacer, brinca a Torreón, para instalar su puesto de "aguas" en la Plazuela que albergaba antiguamente el edificio de la Presidencia Municipal.
En el año de 1927, por fin, al atravesar el Río Nazas, suelta las amarras de su ancla, estableciendo su residencia en la ciudad de Gómez Palacio, y por un corto tiempo instala su negocio en el mercado Baca Ortiz, a mitad de cuadra por la calle Ocampo.
Al estar atendiendo su aguaducho en el mercado Baca Ortiz, tuvo la oportunidad de apreciar a una jovencita que laboraba en la acera de enfrente en una fabrica de ropa, y que le llenó el ojo. Valiéndose de un carpintero de por el rumbo, amigo suyo de nombre Heriberto, que sabía leer y escribir, le pidió que le hiciera una cartita en la que le expresara a la pretensa que le gustaba, para que fuera su novia.
El amigo carpintero, ni tardo ni perezoso le redactó de la manera más romántica que le dictó su corazón y sapiencia, la susodicha carta, que una vez del conocimiento de la joven pretendida de nombre María Patrocinio Saldaña Puente, ésta, manifestó su desacuerdo, y le pidió a su prima Tiburcia Pérez, que a la sazón le había leído la misiva, ya que ella tampoco sabía leer ni escribir, que se la contestara en sentido negativo.
Tiburcia, pícara y, seguramente, viendo como buen partido a Tranquilino, le contestó afirmativamente y éste, al sentirse correspondido, se animó a abordar a María Patrocinio, la que al principio persistía en su negativa, pero a ruego y nieve y a nieve y ruego, por fin cayó, contrayendo nupcias el 15 de Febrero de 1928.
No paró ahí la cosa, resulta que del intercambio epistolar, que a pedido de los ahora esposos, hacían Tiburcia y Heriberto, como buenos cupidos, surgió un romance entre éstos últimos, que también los llevó al matrimonio. ¡El Amor es una cosa esplendorosa y… también contagiosa! No cabe duda que de ver, dan ganas.
Al contraer matrimonio, Tranquilino, trasladó su negocio a la Plaza Juárez, edificando un "tabarete" de madera por el lado de la avenida Hidalgo, para continuar con éxito inusitado, su tradicional negocio. A la par su esposa atendía un próspero "restorán" denominado Azteca, que se estableció por la calle Centenario, contiguo a lo que ahora son las oficinas de Telecom y Correos y que, aparte de atender a casi un centenar de ferrocarrileros, ofrecían comida, tacos y lonches a la población.
El secreto de su negocio era que utilizaba para sus aguas frescas fruta de primera calidad (piña, papaya, guanábana, melón, fresa, limón, jamaica, horchata y cebada) y en abundancia, igual que para sus nieves de garrafa. En la nieve de crema (fresa, vainilla, nuez, coco) su base era la leche "bronca" muy bien hervida (sin desgrasar, como lamentablemente sucedió posteriormente con la pasteurización) que la convertía en una delicia para el paladar.
En aquel tiempo la Plaza presentaba un aspecto rústico. Aunque contaba con un kiosco de la era Porfiriana, de aquellos con su plataforma de madera, a manera de tambor de resonancia y estructura de metal forjado, sus prados con abundante vegetación merced a la acequia procedente de Lerdo, los terraplenes de sus andadores carecían de recubrimiento.
Nos comenta su hija Aurora, nacida en 1930: "Allí -en el puesto de aguas frescas- crecí y, cuando entré a la escuela, sábados y domingos y en temporada de vacaciones, ayudaba a mi papá, al principio limpiando fresas y extrayéndole el corazón a la nuez y ya más grandecita atendiendo al público, permaneciendo así hasta que me casé en 1954.
"Durante los casi veinte años que estuve al lado de mi padre en el negocio de la Plaza Juárez, disfruté con el trato bonito de la gente de la región Lagunera y de un sin fin de vivencias; recuerdo gratamente las serenatas dominicales que ofrecía en el Kiosco la Banda Municipal de Música y que al concluir su jornada, mi padre don Tranquilino Rivera, contrataba, por su cuenta los servicios de la orquesta de "Cuco" Mesta o la de "Quico" Sáenz, para que no cesara la alegría de las jovencitas que incansables daban la vuelta alrededor de la Plaza, mientras hacían lo propio los pretendientes en sentido contrario, para guiñarse el ojo, u obsequiar los galanes una gardenia o un ramito de violetas.
"Naturalmente -continúa platicando Aurora-, desde las bancas de granito, los padres de los jóvenes, además de dirigir un ojo al gato, esto es, al disfrute de la música, tenían puesto el otro en el garabato, es decir, en sus -pollitas- por aquello de que andaban sueltos los comedidos gavilanes". Algo así como: "Las Muchachas por allá/los muchachos por acá/y sentados en las bancas/los papás y las mamás". Tal cual, la canción: Vámonos al Parque Céfira de Chava Flores.
"Los Bailes del 15 de septiembre, después de la Ceremonia del Grito de Independencia, eran inolvidables. -sigue comentando, Aurora- Se cerraba la avenida Hidalgo, (a la altura de la Plaza, esto es, a espaldas del puesto del -Indio Mangas Mochas-) quedando como pista todo el arroyo de la cuadra; Quico Sáenz o Cuco Mesta, indistintamente, los amenizaban y aquello se nublaba de parejas. Yo alternaba un ratito de atención a los clientes con una tanda de baile; sólo tenía que abrir la puerta trasera del puesto, para arribar a la pista…esos eran otros tiempos".
"Mi padre era un hombre sencillo, muy generoso -continúa Aurora, con su relato- tenía la gracia de que su negocio, donde quiera que estuviera, le rendía grandes ganancias, yo creo que no era suerte, sino que el hombre era muy trabajador y muy responsable. A las cinco de la mañana se aprestaba para abordar el tranvía que lo llevaba al mercado Alianza de Torreón, donde se abastecía de frutas e ingredientes para la nieve y las aguas frescas.
"Siempre solidario con la ciudad que lo adoptó definitivamente, cooperó con el hermoseamiento de la Plaza Juárez, cuando fue dotada de un elegante y resistente mosaico y de artísticos arbotantes, en sus andadores. Igualmente apoyó las obras de culminación del templo de nuestra Señora de Guadalupe, ahora elevado a Catedral, y, reiteradamente, aportó importantes donativos a la Benemérita Cruz Roja. El dinero le llegaba por carretadas y así rodando lo desplazaba generosamente, para felicidad propia, de su familia y de sus congéneres. ¡Un típico lagunero… de aquellos!"
Era una tradición dominical, también, que después de las diez de la noche el agua de frutas que no se había vendido, se repartía gratuitamente entre quienes quisieran acercarse a tomarla. El pueblo identificaba esa acción como: El Derramadero.
Devoto de las tradiciones cristianas, regalaba bolos en Navidad (dulces, cacahuates, naranjas) sin andar con pequeñeces: con el cucharón de la báscula. Repartía reliquia el día de San José, entre los presos y los niños del asilo (hospicio) y todavía se daba tiempo para hacerla de "viejo" de la danza los días 12 de diciembre y el día de la Santa Cruz.
Gozaba de un gran aprecio y prestigio entre la comunidad lagunera, nunca firmaba nada, su palabra valía. Se tuteaba con Monseñor Antonio López Aviña, cura de la Parroquia de Guadalupe y después Arzobispo de Durango, al que le mandaba todos los días su agua fresca y nieve y, por ser paisanos, se dirigía a él como "Toño".
Con su esposa María Patrocinio, formó una sólida familia, procreando seis hijos: Aurora, Petra, Raúl, José, Rosendo y Mauro Rivera Saldaña, quienes a su muerte, particularmente los dos últimos siguieron con la tradición.
Tranquilino Rivera García, no sólo fue un connotado gomezpalatino y un típico lagunero, sino que por muchas décadas fue un auténtico emblema de la ciudad. Nos encontramos el siguiente domingo D.M. Agur.
P.D. Hablando de aguas frescas, nos cayó como balde de agua fría la noticia de que la francesa Florence Cassez, secuestradora, fue liberada de un plumazo por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. ¡Qué poca "madera"! de los máximos impartidores de justicia de nuestro país. Seguimos como en "la colonia": güera mata prieta, "aiga" sido como "aiga" sido.