El oficio de asear calzado entraña dos aspectos: es un trabajo digno como cualquier otro servicio lícito prestado a nuestros semejantes y, realizado directamente al solicitante en su propio pie, es un acto de no escasa humildad. De los textos bíblicos se desprenden algunos relatos que se refieren al Peregrino; al arribar a un hogar cristiano se le recibía con un recipiente con agua para que, enjuagando sus pies, los liberara del polvo y el cansancio del camino. Lo usual eran las sandalias y, los más, andaban descalzos. Esos eran otros tiempos.
En los nuestros, por los años del cuarenta al sesenta, un cajón de bolear colgado del hombro de un niño, simbolizaba que un ser humano se iniciaba en el mundo del trabajo y, porque no, en el mundo empresarial. Su previa capacitación consistía en echar una ojeada al quehacer de los boleros establecidos, los maestros y, luego, luego a tratar de imitarlos con el primer samaritano que le encargara sus zapatos para que les devolviese el brillo.
Muchos niños que después fueron progresistas comerciantes en los diversos ramos, contadores privados, profesionistas, empezaron su vida productiva embadurnando de grasa no sólo los zapatos, sino hasta los calcetines de confiados paisanos, en los andadores de la Plaza Juárez, en los bares y las peluquerías de la ciudad.
Las "bolerías", pequeños templetes coronados con dos sillas, existentes en los andadores de la Plaza Juárez, a mediados de los cincuenta, eran en número de cinco. Estaban ubicadas: por la avenida Morelos, frente al puesto de Mingo, la de don Pomposo Hernández Cerda (fue la fundadora, 1927, cuando estaba en su apogeo el Club Lagunero) a quien por muchos años auxiliaron en sus labores, Miguel Martínez Duque "La Pingüica" y sus hijos José Asunción "Chón" y Humberto "Beto Pomposo", de apellidos Hernández Hernández.
Siguiendo sobre los andadores de la Plaza, por la calle Centenario, frente a lo que fue el salón Iris, se encontraba la "bolería" de "El Predy", un señor que se ayudaba para caminar, con una muleta. Entre sus operarios figuraron, José "Chepe" Navarro, Jesús Barraza y, posteriormente, sus hijos Víctor y Santiago.
La "bolería" que fue de Jesús Hernández Lira se situaba, en 1957, por la misma Centenario, frente al puesto de aguas de célix de don Jorge Willy; sus ayudantes, como en casi todas las demás, eran los diversos boleritos que rondaban La Plaza.
En Centenario, esquina con avenida Hidalgo, operaba la "bolería" de "El Cape", un tipo joven, alto, moreno, vestido a la moda con pantalón "Livais" y playera Van-lon, que no era muy afecto a tener ayudantes.
Por la avenida Hidalgo, frente al puesto del Indio Mangas Mochas, el maestro Manuel, daba cátedra de bien bolear. Lo sucedió en el negocio Alfredo Pérez González "El Pescadito" y finalmente un nieto de don Pompeyo Escalera.
Juan Hernández Lira, desde los primeros años de la década de los treinta, instaló su "bolería" en la calle Independencia, frente a donde ha funcionado el bar Los Amigos. Sus operarios, durante la década de los cincuenta, eran: Vicente Quevedo, los hermanos Raúl "El Bocas" y Alberto "El Sordo", de apellido De la Vara, Antonio Sánchez y Armando Muro "La Negra".
Los hijos de Juan: J. Trinidad (médico), Francisco (contador público), Margarito (L. A. E.) y Juan (ingeniero civil), de apellidos Hernández Mendoza, por cierto distinguidos estudiantes, también se sumaron al trabajo en esa época, durante su niñez y adolescencia. Posteriormente emigraron a la ciudad de México donde, trabajando para costear sus estudios, culminaron una carrera universitaria, nos comenta uno de ellos, nuestro amigo y vecino Francisco.
La "bolería" de Juan, era famosa porque contaba entre sus clientes a los políticos de la ciudad y los hombres de negocios. Sus operarios presumían haber atendido a los presidentes municipales: don Roberto Fernández, Lic. Genaro R. Mijares, don Dagoberto Aguilera y Dr. Francisco Galindo Chávez, amén de diputados, líderes y funcionarios de gobierno, de aquel entonces.
En 1959, el emprendedor Pompeyo Escalera Martínez, que años antes había inmigrado de Santa Bárbara, Chihuahua, adquirió la "bolería" que antes ocupó Jesús Hernández Lira, hermano de Juan, ubicada por la calle Centenario, ocupando como operarios a: Benigno González Barbalena y a dos jóvenes, José y "Chebo", del barrio de Trincheras, conocidos como" Los Tamarindos".
Actualmente, de las siete "bolerías" que dan servicio en la Plaza Juárez, cinco pertenecen a otros tantos miembros de la familia Escalera: dos ubicadas por la calle Centenario, otras tantas por la Hidalgo y la que está frente a El Sabino por la avenida Independencia, atendida por el ex boxeador Héctor "Bolerito" Escalera. Las dos restantes, establecidas en los lugares de más tradición, que correspondieron en otro tiempo a don Pomposo y don Juan, ahora están en manos de Antonio Casillas y su diligente empleado Ángel Mario Pérez González y de Antonio Martínez Serrano, apoyado fielmente por su operario J. Guadalupe Mendoza Triana, respectivamente.
Los antiguos boleros adquirían sus materiales en El Centauro, una peletería muy surtida propiedad de don Federico Ortega del Real, establecida frente al mercado José Ramón Valdés, a media cuadra por la avenida Allende, donde se ofrecía todo lo necesario para la reparación y aseo de calzado, monturas, jarcería, y llantas. A partir de 1962, abrió sus puertas en el citado mercado, frente a El Centauro, un taller de reparación de zapatos, después denominado Peletería Nueva, del joven Heriberto Espinosa Jiménez, que en el futuro sustituyó a la antigua empresa y se convirtió en el nuevo proveedor.
Volviendo al tema de los niños y adolescentes trabajadores, en 1958, los más necesitados o con deseos de superación, que asistían a la Plaza, se dedicaban a: bolear ($0.40 era el precio de la boleada), vender la Opinión de la Tarde (el periódico valía $0.20), lavar coches. Otros se acomedían, haciendo limpieza y mandados en los bares de los alrededores, o bien, ofrecían a los asiduos a la botana: huevos cocidos, patas y cueritos encurtidos de puerco, charales, cacahuates tostados y todo aquello que combinara con una refrescante "cheve".
"Los boleros provistos de cajón, de la segunda mitad de la década de los cincuenta, -nos platica Pedro Castro Vázquez, uno de ellos- que tenían como área de trabajo la Plaza Juárez, eran: Alberto mi hermano, Armando Muro "La Negra", sus dos hermanos, Leonardo y Francisco, nacidos cuates, que vivían por la calle 16 de Septiembre a la altura del Parralito; Gilberto "Gil" Porras González (actual peluquero), Armando Jiménez Vargas "El Chato" (contador público), Raúl de la Vara "El Bocas" y su hermano Beto "El Sordo", Rodolfo "El Cate" y su hermano Raúl, de apellido Peralta, éstos dos últimos del barrio del Recreo, "El Muégano" (apodado así, por los dientes manchados por agua ferrosa) y Humberto "Beto" Lira, entre otros muchos".
Eran chicos que gustaban de trabajar, sin perjuicio del tiempo libre para ser congruentes con su edad. Qué mejor campo que la Plaza para jugar a: las canicas, el trompo, el balero, la balita, al cuatro y, cuando surgía alguna inconformidad, hasta unos moquetes se daban; no desperdiciaban oportunidad, para reivindicar su calidad de infantes y adolescentes.
Dentro de las filas de los boleritos de la Plaza, anidó el gusto por el deporte, particularmente, el basquetbol, dada la cercanía con el flamante Gimnasio Municipal "Profesor Luis L. Vargas". Esa gran obra, del presidente Francisco Galindo Chávez, que sepultó el decadente "Deportivo", dio pie a que surgieran brillantes jugadores que, en principio, integraron la selección Gómez Palacio y, finalmente, la de La Laguna que conquistó el 5º. Lugar en el Campeonato Nacional de Basquetbol Infantil, celebrado en la ciudad de México, en 1959.
El honroso desempeño de los niños deportistas, movió el corazón de generosos profesionistas y notarios públicos, amantes del baloncesto, que a través de la organización "Acción Cívica y Social", otorgaron becas para que los más humildes cursaran la carrera de contador privado.
En esa exitosa Selección Laguna de Basquetbol Infantil, participaron: Pedro y Alberto Castro, Raúl de la Vara, Armando Jiménez, boleritos de la Plaza, Joaquín López Valadez, Esteban López y "El Porras" González, entre otros niños. Una generación triunfadora, merced a su decisión en el trabajo y en la vida, que se sobrepuso a las adversidades, acariciada por el estímulo de sus paisanos. Nos encontramos el siguiente domingo, D. M. Agur.
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