En este mes patrio, en el que celebramos un aniversario más del origen de nuestro país como nación soberana e independiente, recordamos que en los fundamentos del Estado mexicano reside un proyecto político eminentemente social. La Revolución Mexicana es, sin duda, la forja de las diversas corrientes plasmadas en la Constitución de 1917. Desde entonces el país ha transitado por una serie de proyectos políticos encabezados por los gobernantes en turno. Así vivimos el porfirismo, el cardenismo, el alemanismo, etc., los cuales son referidos como modelos políticos que nutren la praxis gubernamental y diversifican los tantos "ismos" de nuestro sistema político.
La izquierda, unida o dividida, al igual que todas las tendencias ideológicas, requiere modernizarse. Recuerdo que en los primeros años de este siglo el ex presidente español Felipe González expresó ante la cúpula de las izquierdas mexicanas, un comentario que muchos lo sintieron como crítica, pero más que eso fue una invitación a reformular su proyecto ideológico cuando calificó a la izquierda mexicana como primitiva. La pregunta de fondo es responder por qué sus prácticas atávicas siguen siendo recurrentes. En algunos grupos se expresa una tendencia autodefinida como "progresista", la cual significa dejar atrás lo antiguo para crear lo nuevo.
Progreso es avanzar, superar lo ya realizado y también es sinónimo de renovación profunda. Un ejemplo notable de que esto es posible es el que realiza Su Santidad el Papa Francisco en la renovación profunda y delicada de la Iglesia.
En el concierto de voces, de actores e intereses que coaligan de manera multiforme los actos y pronunciamientos de quienes se dicen defensores de las causas sociales se observa un arraigado sentimiento de rechazo y oposición que ni su propia dialéctica los ha ayudado a superar.
La libertad de expresión posee en la protesta pública una de sus facetas, más no la única; la movilización social tiene en el rencor una causa, más no la única; y el discurso a favor de las clases necesitadas tiene en el reclamo una voz, más no la única. Dice Jürgen Habermas "el primer paso hacia la reconstrucción de las condiciones de integración social conduce al concepto de mundo de la vida. El punto de referencia lo constituye el problema de cómo de procesos de formación de consenso que vienen amenazados por una tensión explosiva entre facticidad y validez puede surgir algo así como orden social" (Facticidad y Validez Pág. 83 Editorial Trotta 1998).
Es quizá momento de definir los aspectos positivos de ese "mundo de la vida", superando la visión tradicional del socialismo latinoamericano que veía en la revolución un solo camino y en el enfrentamiento violento su único instrumento.
Todas las fuerzas políticas, incluso la izquierda, coinciden en un Proyecto Nacional para conducir a la sociedad a mejores niveles de vida. De ahí que una izquierda útil se replantee aquellos métodos de movilización social que lleven hacia un modelo de superación con propuestas que inspiren a la sociedad a compartir una utopía y no a ser cómplices de una venganza.
Antes de que algunos críticos, por el título de este artículo, piensen que hoy sus luchas son inútiles, preciso que el concepto de utilidad que inspira estas letras no es el que fortalezca un liderazgo sino aquella nueva oferta política que inspire la convicción de cada ciudadano en ser partícipe de la superación individual mediante un proyecto personal, social y nacional fundamentado en la autoestima, el trabajo productivo y el respeto al orden jurídico y a las instituciones.
Rúbrica. Derecha la flecha. Recordemos la herencia de grandeza de las grandes ciudades prehispánicas, Teotihuacán, Tajín, Chichén Itzá, Monte Albán, Palenque etc., que han resistido el paso del tiempo y los embates del clima durante siglos. Necesitamos un nuevo proyecto de infraestructura nacional que trascienda el tiempo y resista las inclemencias del clima y, en algunos casos a grupos sociales enardecidos.
