Métase en prisión a un dirigente sindical, pero dense garantías al resto. Háganse las reformas a la medida de su aprobación. Acéptense los resultados electorales como hayan sido y, donde no, éntrese a canjear votos por prebendas. Apláudase la disminución de las ejecuciones si la hay, y si no, también; pero evítese hablar de la violencia. Ajústese las veces necesarias el informe del gasto de los partidos hasta cuadrarlo y aprobarlo. Ciérrense los tribunales cuando incomode ver cómo se juzga. Castíguese a quienes corrompen y se quejan de la corrupción, nunca al funcionario corrompido. Precísese que la extorsión con medida es tradición; en exceso, delito. Mitíguese el hambre sólo en temporada no electoral. Sacrifíquese a un ex gobernador, siempre y cuando no sea del grupo. Fortalézcase la idea de los ausentes y deséchese la de los desaparecidos. Aguántese a los poderes fácticos, pero dígase que están bajo control. Licítense contratos con transparencia y cuando no, pues no. Constrúyase un segundo piso en el país para que la clase dirigente transite sin los molestos empujones de la planta baja. Prepárese atole necesario y suficiente.
Cumplido y practicado lo anterior, difúndase el tremor del volcán como júbilo del centro de la tierra ante al vertiginoso resurgimiento del país como potencia media... conformista. Rellénense cascarones de ceniza a falta de huevos de harina. Festéjese cuanto suceda y si no sucede nada, hágase también la fiesta.
Cuando el índice de popularidad domesticó la toma de decisiones, cuando el no hacer olas doblegó el coraje de tomar riesgos, cuando la oposición copió el modelo del comercio en pequeño, cuando la meta de ocupar un cargo borró el punto de partida de ejercerlo, cuando de la resistencia se hizo necedad, cuando el registro de los partidos se volvió franquicia, cuando la derecha y la izquierda se aliaron para frenar al centro, cuando el diálogo se transformó en pretexto y el acuerdo en punto muerto, cuando al de atrás se le vio como arriero de problemas, cuando se confundió flotar con nadar, cuando se comenzó a pensar qué escribir en vez de escribir lo que se piensa, cuando de la ley se hizo negociación y de la negociación trueque de privilegios, cuando las elecciones se igualaron a los mercados sobre ruedas, cuando los consejeros y comisionados pusieron cinturón de seguridad en sus asientos, cuando el recurso público se volvió monedero privado, cuando los candidatos buscaron patrocinios en vez de votos, cuando la producción de gatos superó a la de liebres... el país encontró en el conformismo la talla de su ambición y en la mediocridad, el estado superior del desarrollo.
Celébrese que el país, cuando no aparece en uno de los últimos lugares en los indicadores internacionales, flote a media tabla. Estar arriba es anhelo, motor de la ilusión perenne, aspiración eterna, meta pero no punto de llegada. Las metas deben perseguirse, no necesariamente alcanzarse.
Como México no hay dos porque, al concluir una elección, casi siempre hay dos ganadores -uno espurio en la posición y otro legítimo en la oposición-, pero nunca un perdedor. Los políticos no celebran victorias porque no reconocen fracasos ni derrotas. México es un país igualitario porque se cuentan con los dedos los políticos que sobresalen o destacan, casi todos son iguales aunque militen en partidos, supuestamente, diferentes. La clase dirigente vive una crisis de legitimidad y de representación porque quien deslegitima su elección y pone en crisis su representatividad es, precisamente, ella: impugna los órganos electorales construidos por ella, descalifica a los consejeros seleccionados por ella, señala deficiencias de la ley legislada por ella. La competencia electoral es sello de la incompetencia política. De ahí que la sana incertidumbre electoral nunca concluya en la necesaria certeza política, sino en el marasmo y la confusión. En México, la democracia es cara -en la doble acepción de la palabra- porque cuesta más de lo que se quiere.
Cuando la clase dirigente no es capaz de ponerse de acuerdo ni en la hora y cada reloj o calendario marca a modo el tiempo, es innegable que el país vive un mal momento. Las manecillas del reloj parlamentario son de las más flexibles, el sol se acuesta y se levanta a capricho de los legisladores. La fecha fijada con anticipación para proceder al apagón analógico no marca un límite. El término establecido para la conclusión de un proceso electoral no incluye el proceso postelectoral. La firme determinación de realizar un periodo extraordinario es apenas una posibilidad, no necesariamente compromiso.
En México, la sola mención del cambio con ruptura aterra a la clase dirigente por el desempleo que le pudiera acarrear. Por eso abunda la literatura sobre el cambio sin ruptura y se cantan odas al gradualismo, el gimnasio donde se práctica el ejercicio de reformar y reformar una y otra vez las leyes, bajo una precondición aceptada por todos: México no es un país de leyes. Ese es, quizá, uno de los pocos acuerdos que la clase dirigente respeta y, por lo mismo, hace de la política la práctica de la complicidad como norma de conducta. Siempre es mejor cambiar las leyes que las conductas.
Ese ejercicio es la fascinación de la clase dirigente. Se radicalizan las penas por tales o cuales delitos pero, como no se abate la impunidad, ni quien las sufra. Se establece un tope de gasto en las campañas pero, como el rebase se paga sin castigo en cómodas mensualidades, mejor es rebasarlo. Se modifica, año con año, la miscelánea fiscal presentándose como una reforma de gran calado, pero luego a discreción vienen las condonaciones y las amnistías a los evasores. Potencia media... conformista.
-¿Por qué en otros países las redes y el activismo social cimbran o hacen caer gobiernos, pero no en México?
-Porque para que un gobierno caiga es preciso que primero se levante. En México los gobiernos no caen porque nunca se levantan.
-¿Y por qué, en México, los gobiernos nunca se levantan?
-Porque la gente nunca los respalda y, por lo mismo, no puede dejar de respaldarlos.
-¿Por qué, en México, la vía armada está cancelada?
-Porque es políticamente incorrecto hablar de eso.
-¿Y, entonces, por qué hay tantas armas y tantos ejércitos públicos, mixtos y privados?
-Ah, porque esas armas y ejércitos se utilizan para otros menesteres.
México es una potencia media... conformista.