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Problema de la DEA

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Menudo problemón se le viene encima a la DEA. Si de algo necesita para fortalecer su peso, rol y posición en el rejuego del poder de las agencias y burós de investigación e inteligencia de Estados Unidos es del narcotráfico y la violencia. Le resultan imprescindibles, y México se le está saliendo del renglón de su dictado.

Prevenir la violencia y la delincuencia, en vez combatirla y perseguirla no es música para los oídos de esa agencia. Es una mala noticia, sobre todo después de haber hecho de su combate el ariete para ganar presencia e influjo tanto en Estados Unidos como en México.

Ese giro en la estrategia, sin duda, nada agrada a la DEA. México se había convertido en una plaza importantísima para postular y practicar la divisa de que la única medicina para acabar con el narcotráfico era su combate armado. Ese enfoque, con tanta ingenuidad asumido por la administración calderonista, le venía como anillo al dedo.

La captura o abatimiento de capos sin afectar el flujo de la droga hacia Estados Unidos, y el aumento en el consumo de ella en México, le daba preponderancia a la agencia de un lado y del otro de la frontera y, además, le garantizaba su fortalecimiento. Capturar o abatir capos sin desmantelar cárteles significaba asegurar el relevo generacional de los criminales que, sin la experiencia y el oficio de sus antecesores, multiplicaba las bandas, generaba más violencia y diversificaba la industria criminal. Requisito fundamental para emplear y adorar a la Policía.

Más violencia, más criminalidad relacionada con el narcotráfico era tanto como un seguro de vida para los postulados de la DEA y, en el colmo de su felicidad, los costos sociales y políticos de su operación quedaban de este lado del río: la sangre, los muertos y la violencia.

La guerra contra las drogas, cifrada en el incremento presupuestal de corte policial y militar, insertaba a México en la lógica infernal de la violencia y eso es jauja para quienes, en ella, encuentran su negocio.

Elevar la capacidad de fuego y el calibre del armamento empleado contra el crimen favorecía y favorece colateralmente a otra industria: la de las armas. Armas legales para el país asistido, armas ilegales para el crimen combatido, bonanza para fabricantes y comerciantes de ellas. Armas para todos, a condición de no dejar de usarlas y renovarlas.

Asimismo, elevar la capacidad y el calibre de las armas provocaba otro efecto. El crimen también requería equiparse a como diera lugar para estar en condición de competencia con las Fuerzas Armadas y policiales, pero aumentaba su gasto y, entonces, para que la inversión no redujera el margen de ganancia exigía dar otro paso: diversificar su actividad, en campos distintos al del narcotráfico aunque golpeara directamente a la sociedad donde se encuentra inserto. El secuestro, la extorsión, la trata de personas, el contrabando de personas y mercancías, la piratería, el cobro de peaje fueron los campos donde los especialistas en el narcotráfico expandieron su negocio y adquirieron otras habilidades.

La guerra contra las drogas formaba un círculo, haciendo de la profecía del aniquilamiento una paradoja. Cuanto más se combatía a la violencia y a la delincuencia, más violencia y delincuencia generaban. El infierno para quienes se encontraban en medio, el paraíso para las agencias, oficinas y fuerzas oficiales de combate, nacionales y estadounidenses: se volvían imprescindibles y se les extendía un seguro de trabajo.

Esa circunstancia es más simple de como la plantean los amantes de la violencia y de la guerra.

Todo policía necesita de un ladrón para sobrevivir, sin el ladrón o delincuente desaparece la razón de ser del policía. Cuanto más poderoso el delincuente, más poderosa la policía. Por eso, frecuentemente el policía le da respiración boca a boca al delincuente y se emparenta con él sin confesarlo. Pese a la obviedad de su mutua necesidad, el asunto no es de fácil digestión moral y social porque transforma el sueño en pesadilla: el parecido del policía y el ladrón es mucho mayor al deseado.

Es de difícil digestión moral y social también porque, aun cuando el discurso oficial de las fuerzas del orden se engalana con la promesa de acabar con las fuerzas del caos, la realidad es que manifestaciones como la del crimen, la prostitución, la drogadicción, la migración son fenómenos sociales posibles de administrar, pero no susceptibles de solucionar como los problemas. Son fenómenos, no problemas. No en vano, esos "males" datan de hace siglos y, aunque lo nieguen, sólo se administran, pero no se resuelven.

La DEA lo sabe a la perfección. Tan lo sabe que administra el narcotráfico, pero no lo acaba, aniquilarlo sería tanto como pegarse un tiro y renunciar al poder e influencia que tanto acaricia dentro y fuera de Estados Unidos. La existencia de la agencia, su peso, influjo y fuerza, depende, paradójicamente, del narcotráfico. Por eso, impulsa una guerra contra la droga a condición de nunca terminarla.

Oír que México intentará salir de esa filosofía y enfoque guerrerista, nada ha de gustar a la DEA y a los halcones que, en la violencia, encuentran su nido.

Prevenir en vez de combatir la violencia y el crimen, concentrar el esfuerzo en abatir los delitos que golpean directamente a la sociedad en vez de concentrarlo en el abatimiento del flujo de las drogas es algo que le llevó mucho tiempo y le costó mucha sangre a Colombia. Ahí la producción de droga persiste, pero ya no derrama su violencia sobre la sociedad como lo hacía.

México ha anunciado que ensayará esa ruta y, sin duda, se topará con la resistencia de los criminales... y de la Policía, entendiendo por ésta a las agencias, las fuerzas y los cuerpos oficiales, nacionales y estadounidenses, que en la guerra justifican su razón de ser.

Ceder ante las presiones y acciones que, sin duda, emprenderán para presentar la prevención del delito y la violencia como el sinónimo de la renuncia a combatir el crimen, y para promover la especie de que esa nueva estrategia supone pactar con el crimen, sería un error. Sería tanto como volver a escribir con sangre en los renglones trazados por los halcones que ven en el combate y la persecución del crimen la garantía de su negocio y existencia.

El país merece explorar esa nueva ruta, salir del recuento de los muertos y los daños, del deshilvanamiento de su tejido social. El problema es de la DEA, allá ella con su guerra sin fin.

sobreaviso12@gmail.com

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