Columna del Seminario Diocesano
La injusticia y la Iglesia
Un evento que ha movido y conmovido al mundo en los últimos días es el nombramiento del nuevo Papa Francisco. Al verlo y al escucharlo el pasado miércoles en su primer mensaje me dio mucha esperanza. Además no puedo dejar de pensar en el Papa emérito Benedicto XVI, ya que gracias a él y a su discernimiento se ha provocado una transformación en la manera de hacer las cosas dentro de la Iglesia.
Esto me hace recordar a una persona que admiro y que en mi vida me ha dejado más de una vez sin aliento, a Jesús el nazareno. Un ser humano en toda la extensión de la palabra, que ama la vida, que hace las cosas nuevas y que da todo lo que es por el proyecto del reino. Sin embargo, este reino es distinto a la concepción que se tiene de poder, de riqueza, de opulencia, es un reino que busca la paz, la justicia y su única arma el Amor a los demás sean buenos o malos.
La iglesia debe ser presencia visible y efectiva de Jesús y debe entenderse siempre desde dos puntos: Jesucristo y el mundo. Nunca debe entenderse desde sí misma. La iglesia no debe cerrarse en sí misma, en su estructura y en su lugar acomodado en la sociedad, sino que debe abrirse al mundo, y ponerse a su servicio en la marcha de la historia.
La Iglesia no se puede quedar callada ante los pecados de injusticia que pasan día con día en nuestra realidad. Por ejemplo: el día de hoy existen millones de mexicanos que viven con un salario mínimo que no concuerda ni con la canasta básica, mucho menos con el derecho a una vivienda digna, a la diversión; con un "gasolinazo" que pega a los bolsillos de los más pobres y de los que menos tienen; y con unos políticos corruptos que ganan cantidades extraordinarias de dinero por un trabajo que no están realizando.
La Iglesia está llamada a ser de los pobres y marginados, con la fundamentación de la actitud de Dios y de su Hijo, pues Dios se ha identificado con la suerte del pobre y del explotado, y Jesús nos señala que se encuentra en el rostro del marginado y excluido. Esta marginación refleja la injusticia de nuestra sociedad y de nuestras estructuras que permiten y justifican el enriquecimiento de unos cuantos a costa de los pobres y excluidos, por eso la opción preferencial por los pobres implica también el anuncio de la Buena Nueva a los ricos y comodinos, sin vender, ni disimular el Evangelio, que nos exige no cometer injusticias, no dejar de ver al hermano necesitado y de aceptar el proyecto de Dios de compartir lo que somos y lo que tenemos. Si no estamos haciendo esto, ¿qué estamos esperando?
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