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PÚBLICO Y PROPIO

Columna del Seminario Diocesano

Édgar Sánchez Beltrán

Sumiso con el jefe; tirano con el súbdito

Todo lo que el hombre realiza tiene una causa, es decir, no hace las cosas por hacerlas sino que persigue un objetivo. Por poner algunos ejemplos: en la vida cotidiana lo que impulsa a las personas a trabajar es el amor a su familia, en un apostolado es el servir y ayudar a los demás. Sin embargo dos actitudes que pueden impedir que se cumpla con el objetivo que nos planteamos, son la del genuflexo y la de sus colaboradores, por un lado el encargado busca complacer sólo al jefe y no a la organización y sus colaboradores no participan en las decisiones por miedo, por indiferencia o por individualismo.

Estas situaciones suelen ocurrir en las instituciones y trabajos en donde a la gente se le denigra. Es un acto en el cual se les priva a los trabajadores y a los miembros en relación sobre libertad de expresión y de opinión. Es una forma de manejar a la gente a través de sus necesidades por lo que en ocasiones no hablan ni opinan.

Estas circunstancias que suceden en las empresas u otras instituciones es porque se ve al ser humano como un instrumento o una máquina que está para producir, como si no tuviera sentimientos o preocupaciones. Todo esto es pisotear su dignidad como personas limitándolas a sólo producir lo que se les pide y no echar mano de su creatividad; porque todo hombre es capaz de dar mucho más de lo que requiera una empresa.

Desde siempre se han visto actitudes similares en todos los contextos laborales incluso en el ámbito religioso. Tratando de encontrar las últimas causas del problema, surge el interés por ver de manera particular las características personales que nos orillan a actuar de tal manera que dejan notar un cierto egoísmo y una falta de sentido común así como una precaria actitud de trabajo en conjunto. Por lo regular siempre tratamos de "jalar el agua a nuestro molino" como dice el dicho, y pocas veces pensamos en el bien de los demás. Actuando así no nos importan los demás, mientras a nosotros nos vaya bien, es suficiente. Por eso no importa maltratar, humillar, engrandecer a los superiores, etc.

Me parece importante gestar una cultura en la que todo individuo pueda manifestar criterios humanos ante los otros, puesto que todos formamos parte de la humanidad y tenemos derechos a vivir en la dignidad, en la justicia, en la verdad, de tal manera que vivamos a lo que todos estamos llamados a la felicidad plena.

Teniendo ya consciente dicho fenómeno, que estamos dispuestos a aportar para lograr equidad ya seamos dirigentes o súbditos, es necesario partir desde la valoración de la dignidad humana y el valor del respeto mutuo.

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