A un año de concluir mi bachillerato la decisión más importante se aproxima y no sé con seguridad qué es lo que quiero hacer después. Hablo de qué carrera elegir, y que sea una sabia decisión. ¿Cómo fue qué usted eligió su profesión? ¿Cómo se dio cuenta de que estaba hecha con madera de escritora, y qué se necesita para tener un buen desempeño?, me pregunta por correo electrónico una jovencísima Virginia Núñez.
Su inquietud me remite a aquellos años en que muy joven también yo, parada frente a la vida me abrumaban las infinitas posibilidades. Tantos senderos por donde ir y yo tan sola, tan pequeña e inexperta para elegir. "La universidad, un trabajo, dinero propio, libertad… sueños que como pájaros atrapados empezaban a golpearse contra las ventanas que papá me cerraba. -Prohibido volar. Prohibido soñar. Una carrera comercial de todo mi disgusto y un traje de novia lo antes posible, fueron mi único horizonte" (fragmento de autobiografía).
No lo culpo, era un padre de su tiempo. En mi pequeña provincia, el conocimiento y el trabajo remunerado estaban reservados a los hombres. Las mujeres nacíamos para formar hogares y traer niños al mundo; por lo que sólo cuatro hijos más tarde, tropezando entre mochilas y loncheras de mis niños, me abrí camino a la universidad, donde elegí como Virginia quiere, una carrera que me asegurara la autosuficiencia.
La conseguí, sólo para darme cuenta de que aunque me proporcionara dinero, aquello no era lo mío. Volví a mis lecturas y a la necedad de escribir. (Aquí, si me permiten, introduzco otro fragmento de autobiografía) "Y ya lo ves padre, aunque te burles, insisto en ser escritora como te anuncié alguna vez desde la osadía de mis dieciséis años. Si en vez de burlarte me hubieras animado, es posible que me olvidara del tema; pero la prohibición funcionó muy bien y me puse a escribir, porque según yo creía por entonces, es lo único que se necesita para ser escritor. Y ya lo ves padre, lo que me paraliza después de tantos años son mis propios miedos, mi congénita holgazanería, la frustración que me provoca la insubordinación de la palabra que una vez suelta, se va para donde quiere y acaba diciendo lo que le da la gana. Me paraliza el miedo de no encontrar la forma de construir, en mundos inexistentes".
"Escribir, como reírse, es casi una obligación moral", dicen que decía Kafka… pero mis motivaciones fueron más elementales, me aburría y además, descubrí que sentarme frente a la máquina de escribir en fingida actitud de concentración; fastidiaba a mi padre. Eso me animó mucho. -"Ya en la Biblia está todo dicho. Déjate de tonterías y ponte a hacer algo de provecho", insistía mi padre y tenía razón; sin embargo yo necesito escribir para restaurar mis recuerdos. Para abrir un cauce a las lágrimas de modo que no me ahoguen, y para ver si de tanto empujar el lápiz, dejo de hacer garabatos y algún día consigo un arabesco. Escribo para orientarme, aunque en el laberinto de las letras me pierda siempre. Casi ninguna de las palabras que pongo en el papel concuerda con lo que tengo en mente. Las consonantes ser rozan y las vocales se tropiezan. Mis dudas desmienten cada frase. Corrijo y mato páginas, lleno mi basurero de letras erradas. Hace ya un buen rato que rebasé las diez mil horas que se requieren para dominar un oficio, y las palabras aún se me insubordinan.
Con todo este rollo pretendo decirle a Virginia, y de paso a mi pequeña Andy (¿Dónde andas Andy?) quien jovencísima como Virginia, tiene como ella las mismas dudas existenciales; que no tengan miedo, que toda decisión se toma con un cincuenta por ciento de posibilidades de error. Que la vida es un misterio al que hay que arrojarse sin miedo y con pasión. El corazón es muy sabio, atiéndanlo. Abran bien grandes los ojos para captar la belleza, pero también la fealdad del mundo. Con el corazón de par en par perciban la bondad, pero también la maldad. Interésense por todo. Escuchen a Mozart, el jazz de John Coltrane y a los mariachis. Visiten los museos y observen con atención la pintura y la escultura que nos han dejado los maestros. Súbanse a la Rueda de la fortuna, viajen sin cámara fotográfica para que no desenfoquen la realidad; y lleven siempre un libro en la mochila. "Cartas a Un joven poeta" donde Rainer Maria Rilke responde mucho mejor que yo a sus preguntas; debe ser su libro de cabecera. Amen, estudien, sueñen. Y para terminar jóvenes amigas, permítanme cantarles una vieja canción que dice así: "Cuando yo era pequeñita, a mi mamita le pregunté, ¿seré yo rica, seré yo guapa?, y ella me respondió: ¿qué será, será… el tiempo te lo dirá… qué será, será.
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