Ha sido interesante atestiguar las reacciones al quebranto de salud que sufrió el ciudadano Andrés Manuel López Obrador la semana pasada. No voy a referirme a los comentarios de quienes le desearon lo peor: el odio y la estupidez forman una combinación hedionda. Me interesaron más las reacciones de quienes lo han acompañado ideológicamente y simpatizan con su política.
Quizá el mejor ejemplo es "López Obrador", un editorial que su amigo Arnaldo Córdova publicó el domingo en el diario La Jornada. Luego de lamentar el incidente ("parecía hecho de hierro y, de verdad, parece que lo está") el politólogo considera que "ahora tendremos que repensar muchas cosas y volver a decidirlas".
La primera cosa a repensar es "su modo tan personal de realizar el trabajo político". Y el primer repensamiento es el imperativo de "ir sustituyendo en la medida de lo posible el intenso trabajo personal [de AMLO] por métodos de dirección más colectivos, en los que participen muchos más".
Es intrigante que haya sido necesaria una crisis de salud para criticar el estilo personal de gobernar de AMLO. Más lo es que la aconsejable política de compartir las responsabilidades dentro de un movimiento político no se desprenda de la naturaleza misma de ese movimiento, sino que sea consecuencia de un hecho imponderable.
Se pensaría que al interior de un movimiento que tiene en la democracia su objeto y que, por tanto, se rige por una ética equivalente, lo congruente sería que las decisiones fuesen equiparablemente democráticas. El comentario en el sentido de que los "métodos de dirección" del MoReNa no son tan colectivos como deberían incluye una crítica a que tales métodos radiquen más en el líder que en la militancia.
La observación de Córdova autoriza a preguntarse si esta propensión a concentrar en la persona del líder el sentido del movimiento, sus prácticas y controles, no habría de continuarse como política de gobierno en caso de acceder al poder.
"López Obrador ha sido un dirigente excepcional que, en su sola persona, ha sustituido al partido", escribe Córdova. Esto no es una crítica a un partido con "millones de partidarios" (apéndice colectivo de una sola voluntad), antes bien es una alabanza al "gran líder" (sic). Colegiar decisiones, pluralizar voces, sistematizar el debate y el disenso no tiene relieve. El mando es de AMLO y cada uno de sus seguidores es prolongación de su voluntad: "su obra permea toda la realidad en la que actúa. Su ejemplo se vuelve duradero e imperecedero y la fuerza de su acción particular deriva siempre en una expansión masiva". El resultado, agrega, es un movimiento "disciplinado". Aún con su líder enfermo, "nadie lo olvida y todos invocan su nombre y su imagen".
Una vez que AMLO recupere cabalmente la salud, propone Córdova, "será de vital importancia ponerlo todo a discusión: su papel como dirigente indiscutible, los métodos de dirección y el estilo individualista de dirigir". Dudo, luego de leer los párrafos previos, que haya ironía en esta sucinta descripción de un autócrata. En teoría, fuera de Norcorea, no hay líder "indiscutible".
Proponer "nuevos mecanismos de deliberación" sólo por entender que nadie es inmortal, y no por los beneficios inherentes a la libre discusión de las ideas, intriga y preocupa. También preocupa que alguien cercano a AMLO exprese su convencimiento de que el partido y su líder son una y la misma cosa: "perder a uno significa perder a los dos. El uno depende del otro. Uno no se explica sin el otro." Los millones y el individuo".
Y sin embargo, "habrá que convencerlo [a AMLO] de que el trabajo individualista es una forma obsoleta de dirección política". Pues sí. Y ¿quién será el guapo que se atreva? Tanto ceremonial para informarle lo evidente ya incluye cierto escepticismo ante su respuesta. Sus amigos y consejeros no han logrado convencerlo de esto, obviamente, en los últimos 15 años. Quizá lo consigan en los siguientes.