Miles seguramente extrañan a ese México donde el PRI todopoderoso y hegemónico hacía y deshacía a sus anchas sin dar cuenta de ello, así, tan quitados de la pena. Sí, varios imagino recuerdan con nostalgia los días de gloria de aquel partido oligárquico y sin contrapesos, que vería florecer a hombres como Gonzalo N. Santos -"La moral es un árbol que da moras"- y a Carlos Hank González, quien sin empacho ni rubor decía que un político pobre era un pobre político. Fueron mejores tiempos, más de uno considera.
Qué chocante y pesado les debe resultar a varios de nuestros funcionarios de todos los partidos, colores y sabores, el saberse bajo el escrutinio de los medios de comunicación y sobre todo, por parte de una sociedad civil mucho más informada, pensante y provista de herramientas tecnológicas que los empodera y convierte en auténticos paparazis. Y súmale además, querido lector, que como bien indica Koffi Anan, la confianza entre la gente y los líderes está rota.
Ha de ser espantoso para personajes de la vieja guardia de Atlacomulco como Humberto Benítez Treviño, especulo, leer lo que de su hija se dice en redes sociales, sentirse indefenso, y el que el capitán de meseros no le haya ofrecido a la niña de sus ojos, cerrar el restaurante como cuando Doña Carmen Romano de López Portillo salía a comer a la Zona Rosa capitalina, hace ya algunos ayeres.
Qué tiempos aquellos, señor Don Simón, donde amenazábamos a los periódicos con no venderles más papel a través de Pipsa, o retirarles la publicidad gubernamental cuando algún encabezado o columna de opinión, contravenía o denunciaba nuestra forma de hacer las cosas. Bastaba con una llamada de Don Fernando desde Bucareli, "pa' que no se pasaran de lanzas". Era tal nuestro poder, recuerdan, que Luis Echeverría llegó al extremo de infiltrar a la cooperativa de Excélsior y correr a Julio Scherer, periodista incómodo, comunista y tendencioso, de la dirección general.
Esto no nos habría pasado en el cénit del PRI de antaño o ya de perdida cuando ocupábamos Los Pinos, dirán ciertos panistas quejumbrosos amigos de Felipe Calderón, al ver que a dos años de distancia, miles de ciudadanos siguen enchinchando con los mil trescientos millones de pesos que costó la Estela de Luz, y hablan de los negocios turbios que hicimos so pretexto las Fiestas del Bicentenario.
En vez de disfrutar de los fuegos artificiales y la variedad de aguas frescas y tequila que tan amablemente les servimos, se lamentan, y ahí siguen estos desgraciados, duro y dale con que transparentemos los gastos y aclaremos lo que dicen que fue uno de los mayores desfalcos de los últimos tiempos.
Otros han de maldecir a quien osó inventar los teléfonos inteligentes dotados con cámaras de alta resolución. "Y es que ahora cualquier naco que tenga un aparato así, se puede colar al estacionamiento de San Lázaro y fotografiar nuestros coches importados con vistosas charolas de legislador, luego subir las fotos a Twitter y armar un relajo. O los reporteros metiches, piensan, que nos critican por dormirnos en las sesiones y se escandalizan con tal facilidad como cuando la Cámara se gastó dos millones de pesos en la compra de fistoles de oro.
Vulgares periodistas de "El País", quizá espeta muy en confianza y entre amigos el senador Carlos Romero Deschamps, "que ahora van y replican las falsedades que de mis hijos publica la prensa mexicana y, tan intrusivos como siempre, ya andan preguntándose cómo es posible que el presidente Peña haga caso omiso de lo que millones llaman nuestra vida de jeques, y no mueva un dedo como cuando metió a Elba Esther Gordillo a la cárcel y aseveró en cadena nacional que nadie estaría por encima de la ley", vocifera.
Porque en efecto, apreciable lector, sabes bien que este ejercicio de imaginación retrata lo que en su fuero interno piensan e imaginan muchos políticos acostumbrados a otro México, a una sociedad iletrada e ignorante que aplaudía sus políticas asistencialistas, se quejaba poco, y nunca se atrevió a cuestionarlos. Porque a la fecha, no hay cosa que mejor les resulte y reditúe en las urnas a varios de ellos, como un México cruzado de brazos, agachista e ignorante.
Sí, en cuanto al escrutinio a la cosa pública y a asumir nuestros deberes cívicos y el ejercicio democrático se refiere, hemos avanzado muchísimo, pero no lo suficiente pues, pese a que los vigilamos con lupa, no logramos todavía que se haga justicia y muchos continúan escapándose por la puerta trasera.
"Y dale otra vez con el maldito Reforma", dijo el profesor aventando el periódico al piso tras leer un reportaje a ocho columnas, que consigna la vida palaciega que lleva en España, y notar que hasta allá trasciende su mala fama. "Y dale con los coahuilenses, con mis enemigos políticos, con medio México enchinchando con el asunto de la deuda y el minúsculo faltante de treinta y cinco mil millones de pesos". "Tan a gusto que estábamos entre puro amigo español estudiante de maestría, y ahora nomás me falta que ellos abran la prensa o se metan a Internet, y se den cuenta de algo que equivocadamente piensan millones: que desfalqué a mi estado y sigo sin dar explicación alguna. No falta mucho para que en voz baja comience a decirse aquí, en los pasillos de la universidad, lo que en México se grita a los cuatro vientos: que soy de lo peor", maldijo espetando un "pinche Internet, pinches periódicos", el nobel becario de master.
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