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Razón de Estado

Federico Reyes Heroles

La discusión es compleja. La historia vieja. En el origen está Maquiavelo y Guicciardini en el siglo XV. Son los primeros que hablaron de esa necesidad del estado, de la razón de estado. Como reacción vendrá Locke, el gran liberal inglés del XVII, que veía en el estado una gran amenaza de la privacidad. También Rousseau que puso al individuo en el centro de la discusión, ceder libertad individual para ganar libertad colectiva. La tensión es la misma, la necesidad del monstruo, el Leviatán, que nos defienda, el peligro del monstruo que nos avasalla, ceder libertad para ganar seguridad. Difícil equilibrio. La portadilla de la primera edición de El Leviatán, reproducida por el FCE, es muy emblemática. Muchos pequeños rostros conforman un gran ser que en una mano derecha lleva una espada como símbolo de la violencia ejercida legalmente, en la izquierda el cetro, símbolo del poder. El estado como conjunción de intereses de los pequeños, el estado como un mal necesario.

Hobbes pensaba al hombre como el enemigo del hombre. ¿Ha cambiado esto? El estado poderoso por encima de los intereses privados no ha desaparecido, por el contrario ha mostrado su eficacia. En los países escandinavos -por cierto los de mayor justicia e igualdad de todo el orbe- la omnipresencia estatal es asunto de la vida cotidiana: el estado interviene en el orden familiar -lo cual hubiera sulfurado a Locke quien defendió al paterfamilias como autoridad suprema, al hogar como espacio sagrado. Pero ¿y la educación, y la violencia intrafamiliar, y los derechos de los niños? ¿No tiene el estado derecho e incluso la obligación de ordenar esos ámbitos? Locke estaría muy incómodo en el siglo XXI. Sin embargo, como liberal, defiendo la libertad negativa de Isaiah Berlin, la menor interferencia en la libertad personal, la máxima contención del estado en la vida privada. Pero de nuevo, para garantizar libertades se necesita al estado, él no puede caer. Los tiempos cambian, también las necesidades del estado.

Con la urbanización y con las modalidades de convivencia y transporte de la vida moderna, las sociedades son más vulnerables. Unos cuantos litros de una sustancia pueden envenenar el agua de toda una ciudad con millones de habitantes. Hoy nos trasportamos por aire en aparatos que llevan a cientos de personas y por mar a varios miles. Una bomba en un túnel de Manhattan podría matar decenas de miles. Modernidad y vulnerabilidad parecen ir de la mano. Pensemos en los daños que se pueden causar por la vía cibernética a países enteros. El 11 de septiembre es un trágico recuerdo de cómo unos cuantos individuos fueron capaces de poner en jaque a la nación más poderosa del orbe.

Dos bienes jurídicos protegidos se enfrentan todos los días: la privacidad y la seguridad del estado y con ella la de todos. Desde la perspectiva del ciudadano el espionaje es una flagrante violación de nuestro ámbito exclusivo y sabemos que cuando el estado invade el totalitarismo merodea. Pero cuando nos subimos a un avión, cuando cruzamos un puente, cuando nos hundimos en un túnel o cuando bebemos agua, queremos que el estado garantice nuestra seguridad, la de nuestras familias. Hay datos duros de la disminución de las guerras, a mayor número de democracias menos guerras predijo Kant. Pero a la vez, las células radicales y muy agresivas se multiplican. Por un lado en el mundo crecen ciudades, las clases medias y también la vulnerabilidad, por el otro aumentan los pequeñísimos grupos de radicales decididos a entregar su vida por matar, en aviones, barcos, puentes, túneles, escuelas, maratones o usando sobres con venenos terribles. Y el estado, ¿qué debe hacer?

De nuevo Maquiavelo y Guicciardini. La prioridad de todo estado es su supervivencia, si eso se pierde lo que sigue es un naufragio colectivo. Quien sea capaz de dañar al estado es un enemigo común. Pero la razón de estado también puede ser un pretexto para la destrucción de la privacidad. ¿Debió Truman en total secreto lanzar la bomba atómica? Las opiniones se dividen, para unos fue un criminal para otros un héroe que ahorró la pérdida de muchas otras vidas en los campos de batalla. Si Chamberlain hubiera tenido visión de estado, no hubiese permitido que Hitler lo aplastara y con ello abrirle el camino a los bombardeos de las B1 y B2 sobre Londres. ¿Qué queremos del estado?, un ser ético o un ente eficaz en la defensa de nuestras libertades. Por supuesto que la respuesta fácil es las dos: ético y eficaz.

Es ético que los estados espíen, lo políticamente correcto es no. Nadie quiere esa amenaza a la privacidad rondando en el aire. Pero ¿es realista en este sorpresivo siglo XXI? Hoy en día es muy extraño que los estados no espíen, pero debe haber motivos de estado no de gobierno o partido. Por eso se busca el equilibrio involucrando al poder judicial en la decisión de espiar. El dilema está ahí: seguridad con espionaje o inseguridad en privacidad total. El estado es el estado.

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