Razones de los precios
Es verdad que México no tiene ya los problemas de inflación que nos afectaban en décadas anteriores. Hace ya mucho que no registramos los niveles de 100 por ciento al año o más que nos agobiaban en los ochenta. Los índices que hoy tenemos en un año antes los registrábamos en un mes.
Eso no significa, sin embargo, que no debamos estar preocupados por la escalada de precios que estamos viviendo en México en estos momentos. Si bien el índice general de precios al consumidor mostró un incremento ligeramente alto, de 4.65 por ciento, en los 12 meses concluidos en abril de 2013, los productos agropecuarios tuvieron un alza mucho más importante, de 17.25 por ciento en el año, lo que nos lleva de regreso a los momentos en que México era uno de los países con mayor inflación en el mundo.
Unos cuantos insumos, entre ellos el tomate verde, el limón, el huevo y el pollo, han sido los principales responsables de este fuerte encarecimiento de los alimentos. Sus repercusiones, sin embargo, son muy significativas. Las familias de más escasos recursos son las que dedican un mayor porcentaje de su ingreso a la compra de alimentos. Por eso, las consecuencias de incrementos de la magnitud de los que estamos viendo tienen un impacto social muy negativo. Cuando una persona obtiene un aumento salarial de cuatro por ciento o incluso nada, tener que pagar 17 por ciento más que un año antes por los alimentos es un golpe devastador.
Cuando se empezaron a registrar las presiones al alza en los precios del huevo y del pollo, a raíz de una serie de brotes de influenza aviar, la Secretaría de Economía quiso negar la realidad y afirmó que no había razones para pensar que el sacrificio de cientos de miles de aves fuera a afectar el precio del huevo o del pollo. La realidad ha sido otra. La menor oferta produjo de manera natural una elevación en el precio. Después de la negativa a entender la realidad de mercado, la Procuraduría Federal del Consumidor, la Profeco, un organismo dependiente de la Secretaría de Economía, emprendió una campaña de hostigamiento a comercios que habían aumentado el precio del huevo a los cuales amenazaba, suspendía o sancionaba. De nada sirvió que la legislación mexicana no contemple los controles de precios en estos productos. En México la ley es lo que dice la autoridad.
La realidad es que la única manera de abaratar los precios de los alimentos es aumentando la oferta o disminuyendo la demanda. Como ya es difícil que los pobres de nuestro país aminoren su consumo de alimentos, el incremento a la oferta parecer ser la única opción.
Como el gobierno no se atreve a eliminar los obstáculos a la inversión en el campo, por ejemplo, la fragmentación de la tierra en ejidos y propiedades comunales, que son el principal obstáculo a la generación de alimentos, la solución ha sido importarlos. Esto, sin embargo, no ha sido suficiente, en parte porque los productores y distribuidores no saben si estas importaciones son temporales o definitivas.
Si realmente queremos disminuir los precios en el largo plazo la respuesta de fondo es desmantelar el sistema que obstaculiza la inversión productiva en el campo. El problema es que los líderes políticos, sindicales y ejidales que se benefician de estas restricciones son muy poderosos y nadie se atreve a afectar sus intereses.
Twitter: @SergioSarmient4