Siglo Nuevo

Regalo de Reyes

OPINIÓN

Regalo de Reyes

Regalo de Reyes

Adela Celorio

Existe solamente una privación... no poder entregar tus regalos a las personas queridas.

May Sarton

Con la nariz tapada me arrojé al vacío que desde hace algunos años es para mí el mes de diciembre. En medio de luces, brindis, abrazos y ¡muchas felicidades!, la tristeza se recrudece, las ausencias se hacen más presentes, y sacando sonrisas de donde no hay, multiplicando los abrazos por aquellos que escatimé, los “te quiero” que no supe decir en su momento, atravieso la temporada de fiestas como quien atraviesa un páramo.

“Que pase pronto y que este año termine bien”, recé. Con los ojos como fuentes brotantes y con la fe de que una mañana amanecería por fin enero, atravesé diciembre. Ahora, acomodada la pena en mi almario (lugar donde se guardan las cosas del alma), con los ojos por fin secos, estreno agenda con 360 días como billetes nuevecitos para que los gaste como yo quiera. Aunque la experiencia demuestra que nunca consigo cumplirlas, he vuelto a hacer una lista de buenas intenciones mientras repito como mi admirado Obama: Yes, we can. Y aquí me tienen, pacientísimos lectores, estrenando este 2013 y la nueva oportunidad de entrarle a la vida como quien va a bailar a Chalma, dos pasos adelante y uno para atrás.

De entrada el principio es bueno porque entre otras cosas los Santos Reyes, que nunca escucharon cuando con la inocencia intacta de niña con tres hermanas yo les pedía por favor un hermanito, ahora con muchísimos años de retraso, cuando ya ni recuerdo para qué quería al hermanito, modernizados, los Magos se valieron del Facebook para dejar en la pantalla de mi computadora este regalo: Eres mi hermana porque llevamos la misma sangre. Te invito a que nos veamos y nos conozcamos. Carcomida por la curiosidad respondí de inmediato: conozcámonos. Llegado el momento quise ser yo misma quien abriera la puerta para recibir a un hombre de mediana edad que con la misma estatura, los legendarios ojos verdes y la misma mirada de tigre de mi padre, preguntó: “¿Tú eres Adela, verdad?”. Sí, igual que mi abuela y mi bisabuela paternas, respondí subrayando mi legitimidad. Después del inicial asombro nos abrazamos largamente con la complicidad de dos hermanos que hubieran compartido juguetes el día de Reyes, pasteles de cumpleaños, los pleitos de nuestros padres, las olas en las playas de Veracruz y los cinturonazos por alguna bribonería. Como siempre que quiero quedar muy bien, la cena me quedó tan horrible como si la hubiera cocinado Morticia Adams, aunque mi hermano la comió de buena gana y hasta aseguró que estaba buenísima, mientras nos arrebatábamos las preguntas: cuándo, cómo, dónde... ¿A qué horas andaba mi padre de adúltero?, si como aseguraba el código que él mismo escribió, tramitaba la vida “con la frente alta, bien rasurado y la verdad como escudo”.

Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. [...] No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro, cuenta el Pedro Páramo de Rulfo; y no sé por qué en ese momento me vino a la cabeza. A los 11 años Vargas Llosa conoció a su padre. Al príncipe Alberto de Mónaco le han aparecido dos hijos, a Schwarzenegger un clon; y según una reciente publicación, hasta al rey de España le están saliendo principitos. Ya lo dice mi retoño; ni las mejores familias resisten un close up.

“Conocí a nuestro padre a los 14 años”, cuenta mi recién-hermano, y ahora que el mundo ha dado tantas vueltas no me parece escandaloso. Historias he escuchado en las que una segunda familia, esa de la que todos hablan en secreto, se apersona en el funeral para reivindicar su derecho de llorar públicamente a su adúltero difunto, y de paso reclamar algunos bienes, ¡faltaba más! Me consta que hubo un tiempo en que los padres sembraban niños en cualquier maceta y la ‘casa chica’ que algunas veces era la más grande, formaba parte de una doble moral socialmente aceptada. “Nuestro padre fue un hombre de su tiempo. En la debacle que vivimos hoy, muchos niños tienen padre biológico, adoptivo, putativo, padrastro o varios”, comenté. “¿Por qué sientes la necesidad de justificarlo?”, preguntó el recién-hermano deteniendo mi verborrea. “No nos corresponde juzgar lo que nuestro padre haya hecho; lo nuestro es asumir la verdad, conocernos, acercarnos, y si es posible querernos para reponer el tiempo perdido”. Escuchándolo recuerdo para qué quería un hermanito.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Regalo de Reyes

Clasificados

ID: 826285

elsiglo.mx