Cada vez que mi hija descubre un grupo de rock del periodo clásico, pregunta: "¿Cuántos músicos siguen vivos?". La respuesta depende del obituario del día.
Las canciones que surgieron para consagrar el instante circulan en Internet como mensajes del más allá. De acuerdo con el novelista ciberpunk William Gibson, uno de los fenómenos más extraños de la modernidad es el de oír cantar a los muertos. Ignoramos la entonación que tenían nuestros tatarabuelos, pero Sinatra, Elvis y Pedro Infante acompañan nuestra vida.
"La música, misteriosa forma del tiempo", escribió Borges en una época en que las melodías provocaban asociaciones memoriosas. Hoy en día, la música depende menos de la circunstancia en que fue compuesta que del lugar donde se consigue. En la cripta de Internet, todos los sonidos ocupan un momento presente.
Recuerdo el programa de los domingos en la noche que transmitía "el hit-parade de la Unión Americana". Al final de la emisión, una pieza se alzaba como la dueña de "trono, corona y cetro" de la popularidad, lo cual significaba que era la mejor canción de la historia de esa semana. Parte de su atractivo estaba en su condición evanescente; había que disfrutarla antes de que fuera relevada por otra.
Durante siglos, la música se dirigió a los muertos a través de cantos órficos, elegías, réquiems y responsos. Ahora los muertos responden.
En la melancólica tradición del tango, resulta lógico que Gardel cante cada vez mejor. Lo extraño es que el rock haya pasado por el mismo proceso. En el ritmo que surgió para consagrar lo nuevo, Jim Morrison no tiene rival.
Hago una pausa en estas reflexiones para pasar a un personaje que las explica. Me refiero a un peculiar subproducto del rock: mi amigo Damián. No se trata de una persona nostálgica porque no tiene necesidad de añorar el pasado: vive en él. Se dedica a hacer coches de colección con partes dispersas que consigue en la economía informal que no expide facturas. Oculto el nombre verdadero de su taller mecánico, pero consigno el más apropiado y extraoficial: Rigor Motriz. En ese enorme galerón, he visto un Studebaker, un MG, un Thunderbird, una flotilla de vochos y un modelo irreconocible que anunció como "Cadillac especial". Esos autos han sido reparados con infinidad de piezas pertenecientes a otros autos.
Damián tiene las uñas negras, no por exceso de aceite multigrado, sino porque se pone esmalte para rendir pleitesía a las potestades del rock pesado. En 1975 coincidimos de mochileros en Europa y vimos a Black Sabbath en Düsseldorf. Durante 43 años el disco Paranoia no ha dejado de sonar en su mente ni en su taller. Aunque 1970 brindaba otros atractivos que la paranoia satánica, mi amigo fue uno de los millones de fans que llevaron ese álbum al primer lugar de ventas. Desde entonces, el grupo no había tenido un éxito similar. Ahora, gracias a la secta dispersa por el mundo a la que pertenece Damián, el disco 13 ha concedido a Sabbath un récord geriátrico: se trata del primer conjunto que regresa a la cima 43 años después.
"¡¿Te das cuenta?!", Damián señaló una foto que no quise tocar por temor a que el tinte para el pelo del guitarrista Tony Iommi se me quedara en los dedos. Me pareció patético que ancianos tan evidentes se esforzaran en depender de sus melenas. Lucían tan naturales como caballos con crines de nylon.
No dije nada porque Damián estaba en éxtasis. Su taller retumbó al compás de ¿God is Dead?, canción que parece concebida para que a Nietzsche se le caiga el bigote.
Damián me explicó que Sabbath ha sacado 19 discos pero tituló su última obra con el número 13 por su prestigiada mala fama. Su entusiasmo me reveló un misterio.
En un entorno donde los grandes músicos fallecidos siguen vigentes en la red, en ocasiones resulta más importante sobrevivir a medias que mantenerse en forma. El agónico Black Sabbath establece un peculiar contacto entre el más allá y un presente ávido de necrológicas. Si en 1970 usó la paranoia como superación personal, en 2013, época enamorada de los zombis, cautiva con su muerte en vida.
Sería una ofensa para el grupo declararlo en buen estado de salud. Además, la mirada de Ozzy Osbourne pide no ser considerada de este mundo.
Este sábado 13 de julio Damián hará una misa negra en Rigor Motriz para festejar el retorno de los muertos vivientes. Quienes pensaban que el futuro pertenecía a la sacarina de One Direction no contaban con los oscuros sexagenarios que volverían para cantar Alma dañada.
El baterista Bill Ward no aparece en el disco porque "ya se le olvidó tocar" y el guitarrista Iommi llegó ahí después de pasar por sesiones de quimio y radioterapia. Pero la fuerza de este regreso radica precisamente en la vida a medias.
Como los coches del taller de Damián, el cabalístico 13 está hecho de piezas vetustas cuyo principal mérito es que no funcionan bien. Fiel a su macabro espíritu, Black Sabbath ha conquistado a una era donde los muertos gozan de cabal salud y los veteranos interesan más si tienen un pie en la tumba.