Sanofi Aventis es una de las grandes compañías farmacéuticas a nivel mundial. Grande por la cantidad de dinero que genera (en 2012 vendió 34.9 mil millones de euros), por el número de empleados (110 mil) y por tener representaciones en 100 países. Grande es también el número de medicamentos creados y comercializados, entre ellos Dimodan; la disopiramida, compuesto químico del Dimodan, es un fármaco utilizado para el tratamiento de arritmias.
En la clínica es frecuente que un paciente responda a un medicamento en particular y no a otros, sobre todo cuando el enfermo recibe varios fármacos. Esa situación sucede en personas con más de una enfermedad. Cambiar un medicamento, a pesar de la sabiduría y destreza del doctor, es complicado y en ocasiones conlleva riesgos. Esa ecuación la conocen médicos, pacientes y compañías farmacéuticas. Cuando no se dispone del fármaco, como ha sido el caso del Dimodan y de otros, médicos y enfermos padecen las consecuencias, quizá no letales, pero sí lo suficientemente graves como para cuestionar la ética de las compañías farmacéuticas, sobre todo de las poderosas, cuyas obligaciones y capacidad de maniobrar se comprenden cuando sus números se acercan a los de la industria militar o la relacionada con el narcotráfico.
Si resulta complicado entender la comparación previa, baste agregar que algunas industrias farmacéuticas generan más dinero que el Producto Interno Bruto de no pocos países centroamericanos o africanos. Si el interés hacia el paciente -el ser humano- es el centro de las políticas de las farmacéuticas deben demostrarlo.
Entresaco unos renglones de la página de presentación de Sanofi Aventis, "Bienvenido a Sanofi Aventis México. Nos asumimos como una empresa ética, transparente y comprometida con la sociedad mexicana. Esto implica mejorar la calidad de vida de las personas a través de soluciones terapéuticas, así como velar por un equilibrio e impacto positivo en nuestro entorno, con el cuidado del medio ambiente, la ética corporativa y valores; la responsabilidad sobre nuestros productos y la contribución al desarrollo social". Comparto tres entradas de la filosofía de Aventis mundial: "Los pacientes primero"; "En efecto, hemos colocado al paciente en el corazón de nuestro enfoque"; "Somos una corporación líder a nivel mundial dedicada a los cuidados integrales de la salud, enfocándonos en las necesidades de los enfermos".
En los últimos años, en los medios de opinión, las farmacéuticas han sido objeto de incontables denuncias y señalamientos. Se les desprecia mucho, se les alaba poco. En las objeciones y críticas no se habla de los investigadores que trabajan para las compañías. Se juzga a las farmacéuticas por múltiples razones: precios de algunos fármacos inaccesibles, poco interés en generar moléculas cruciales para enfermedades poco redituables o raras, distribución inadecuada, cobrar en los fármacos el gasto -hasta la tercera parte- erogado en publicidad, contribuir a la invención de enfermedades -disease mongering- tema peliagudo del cual he escrito en otras ocasiones, enfermar a la persona sana, dedicar cifras millonarias a publicitar sus productos en la televisión, retener por tiempos "demasiado largos" algunas patentes y un largo etcétera cuyo final encargo a los lectores (sanos y enfermos).
La mayoría de las farmacéuticas vende, de día y de noche, la idea de que el paciente es lo primero. La mayoría de las quejas contra ellas cuestiona esa idea. No es admisible que las grandes farmacéuticas dejen de producir o distribuir un producto vital como es Dimodan sin previo aviso. No es admisible que no lo importen y dejen a la población médica y a los enfermos inermes. Aunque existan medicamentos similares, en ocasiones, tal y como lo escribí líneas atrás, es imposible sustituirlos; es más fácil comprar otro tequila u otro chorizo que suplir un medicamento: la ética del chorizo no tiene que ver con la ética de las farmacéuticas, donde el paciente amén de ser lo primero, ocupa el interés fundamental de la compañía, tal y como lo dice Sanofi: "Nos asumimos como una empresa ética".
Dimodan no es caso único. Escribo sobre él -comparto mi sesgo- porque su escasez afectó a un familiar, alterando gravemente la función cardiaca, e incluso poniendo en entredicho su vida. Junto al Dimodan, en las últimas semanas han desaparecido del mercado otras medicinas, algunas enmarcadas dentro del rubro Life Saving Drugs. No hay, o no hubo, Imuran (Glaxo Smith Kline), Bieuglucon (Roche), Ledertrexte (Wyeth), Cellcept (Roche), Amenox (Sanofi); la lista anterior es pequeña. Médicos, pacientes, y sobre todo compañías farmacéuticas pueden, sin duda, ampliarla.
Debe ser infrecuente que en los países ricos haya desabasto. Esgrimo tres posibles razones: a) el escrutinio y la presión de las agencias gubernamentales, b) en Europa o en Estados Unidos las compañías son más cuidadosas, c) la responsabilidad hacia el paciente es otra. Sea cual sea la razón, indispensable sería conocer la opinión de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios. Sea cual sea la razón, las farmacéuticas tienen la obligación de replantear sus códigos éticos para hacer creíble su eslogan, "el paciente es lo primero".
(Médico)