En las antiguas tragedias griegas y las posteriores renacentistas, que simplemente son la raíz de todos los géneros literarios que conocemos en nuestros días (y a las que algún degenerado mutiló para crear telenovelas), existe el rasgo esencial de la peripecia, un suceso inesperado que cambiaba de golpe y porrazo la suerte del protagonista de la historia, para bien o para mal. Esos acontecimientos ocurren de forma fugaz, totalmente sorpresiva, son golpes intempestivos. Consciente estoy que no tengo ni la mínima estatura literaria para escribir del género de la tragedia griega, pero encuentro necesario el comparar las peripecias con los errores que marcaron los destinos de los juegos 1 y 2 de la vibrante Serie Mundial que estamos viviendo.
A lo largo de un juego de beisbol hay millones de posibles jugadas, y es casi increíble cómo sólo una puede marcar la gran diferencia entre ganar y perder. En el juego uno, con corredores en primera y segunda, David Ortiz roleteó hacia la segunda base, al ver el roletazo directo a la posición del camarero Matt Carpenter, ni siquiera esperé a la consumación de la jugada y me levanté de mi asiento para atender una llamada, craso error.
Carpenter tiró comprometido a segunda, y lo que parecía una jugada clara de doble play para terminar con el problema de la primera entrada, colgar el siempre importante primer cero, y salir con las banderas desplegadas tras dominar al más peligroso bateador zurdo del equipo rival, se convirtió en una situación de casa llena con sólo un out. Así de cerca estuvo la defensiva de los Cardenales, pero en cambio, 3 pitcheos más tarde, ya estaban perdiendo por 3 carreras a 0, y había sido mancillado el as de su rotación de abridores. Apareció la peripecia en ese mal tiro hacia la segunda base, donde también hubo un deficiente pivoteo del campo corto Kozma.
Por supuesto que el juego se abrió en las entradas posteriores, hasta terminar con paliza de Boston por 8 carreras a 1, pero siempre quedará la pregunta de ¿qué hubiera pasado si no se comete ese error? Probablemente Wainwright hubiese tomado confianza y lanzado los innings posteriores con mayor entereza. Posiblemente Jon Lester no hubiese lanzado tan buen juego al no contar con ese "colchón" tempranero de 3 carreras. Y así pueden surgir cientos de especulaciones, pero es parte de la magia de este deporte llamado beisbol donde la historia se escribe pitcheo a pitcheo, como la vida misma, que se va construyendo (o destruyendo), paso por paso. En ninguno de los dos casos nos podemos adelantar a las cosas o saltar un capítulo.
Y en el juego 2, después de una temeraria decisión del manager de Cardenales al ordenar doble robo con jugadores en primera y segunda, y un out, vino la peripecia en forma de desgracia para Boston. Después de un fly de sacrificio no tan profundo, Gomes tiró un poco abierto hacia home, donde no hubo posibilidad de jugada, con lo que se empató el juego a 2 carreras, en jugada de "pisa y corre". Pero la clave vino a continuación, cuando el pitcher acudió atinadamente a hacer la cobertura detrás de home, y al pasar la pelota al catcher, el lanzador recogió la de 108 costuras para tirar a tercera y tratar de sacar a un elemento que corrió mal las bases, el resultado: Breslow "tiró para el monte" y los Cardenales se fueron arriba.
En ambos casos, las jugadas parecían claras para los jugadores defensivos, sin embargo, la dosis de fortuna juega también su papel en el Clásico de Otoño. El beisbol es un juego perfecto, milímetro por milímetro, pero el juego es ejecutado por seres humanos, y todos, absolutamente todos los seres humanos somos falibles y perfectibles. Lo mejor de todo es que aún nos restan al menos tres juegos cargados de emociones por vivir, y claro está, nunca podremos adelantarnos a las cosas, así que nos tocará averiguar lo que el beisbol nos tiene deparado, por la vía clásica: la de observar los juegos pitcheo por pitcheo; vaya "sacrificio". Buen fin de semana, y recuerden disfrutar la vida, hasta que caiga el out 27.
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