Ser papá: lo tuyo
Cada día nacen cientos de miles de niños. La mayoría son hijos deseados. Pero desear no es sinónimo de razonar y con mayor frecuencia de la que puede pensarse las parejas tienen hijos casi ‘en automático’, sin analizar a profundidad cómo repercutirá en sus vidas la llegada de ese nuevo miembro de la familia, quien en vez de arribar a un entorno seguro y confortable, compartirá las consecuencias de ser traído al mundo por cubrir un requisito social.
Es costumbre cumplir con ciertas reglas tácitas de la sociedad. En la generalidad de las culturas se estila adoptar un patrón tradicional que inicia desde que el individuo nace y lo encamina a cumplir con ciertas expectativas. Por ejemplo, casi siempre desde la infancia a la persona se le se cuestiona qué quiere ser de grande y conforme crece se le advierte la relevancia de meditarlo detenidamente, pues de ello dependerá su futuro. Se supone que es una de las decisiones más repasadas y aun así está demostrado que muchos se inscriben a una carrera universitaria sin recapacitar y eventualmente terminan dedicándose a algo ajeno a eso o dando un rendimiento mediocre en un trabajo que los hace infelices. A menudo admiten no haber previsto los efectos. Pero cualquiera que sea su situación, las consecuencias son individuales.
En esa tradición de nacer-crecer-prepararse-trabajar, hay otro escalón “a cumplir” que resulta todavía más trascendente y suele analizarse acaso menos: ser padres. Para incontables individuos, la paternidad no es más que un pendiente en la lista de “cosas por hacer”.
Los ejemplos están por todas partes: papás y mamás que se muestran insatisfechos; que toman cualquier petición de sus hijos como un castigo; que se lamentan porque su vida “ya no es como antes”; que piensan: “Si pudiera regresar el tiempo, no tendría hijos”.
La mayoría no titubea al decir que es ingeniero, médico, abogado, diseñador o chef porque “es su vocación”. ¿Acaso no sería correcto ver también a la paternidad como vocación pensando en que, idealmente, sólo deberían ser padres quienes sienten un llamado o convicción interior para ello?
Si una pareja no examina todo lo que implicará el plan de tener un hijo es muy probable que en algún momento lo exponga a algún descuido y éste puede llegar a impactar de manera negativa el desarrollo del niño, lo que la Organización Mundial de la Salud considera una forma de maltrato infantil.
Procrear no debe ser un requisito a cumplir ni algo hecho “porque sí”; lo óptimo sería que cuando una pareja anuncia su propósito de tener un hijo, tras esa noticia hubiera una profunda cavilación sobre la trascendencia que esa decisión tendrá en el resto de sus vidas.
DETRÁS DE LA ‘TRADICIÓN’
La familia es quizá la más importante de las instituciones sociales y en ella las personas constantemente se preguntan cuál es el siguiente paso a dar.
En culturas colectivistas como la nuestra se le da mayor énfasis al grupo que a las necesidades individuales. Así, la familia se encarga de recordar y vigilar que cada uno de los miembros cumpla con ‘lo que sigue’, acorde a las expectativas sociales, las cuales incluyen no sólo establecerse en pareja, sino tener hijos propios (todo dentro de un rango de edad).
Esa tradición posee varios orígenes. Por un lado, en el pasado se veía a los hijos como una inversión. Al ser la agricultura la principal fuente de sustento, procrear era la manera de garantizar la mano de obra para trabajar la tierra, además de asegurar protección durante la vejez. Asimismo, la religión (el catolicismo, en el caso concreto de México) siempre ha puesto un acento especial en la importancia de reproducirse y ver la sexualidad con ese único propósito.
Tales factores propician que desde la infancia, la socialización vaya encaminada hacia la reproducción. Se ‘entrena’ a la gente para concebir la procreación como algo indispensable.
En contraste tenemos a las culturas individualistas, como las anglosajonas, desde cuya perspectiva son más valoradas las necesidades de cada ser humano. Se reflexiona si la paternidad es o no parte de sus planes.
La enseñanza de la paternidad como una obligación social inicia en casa durante los primeros años de vida, cuando se forma la identidad.
La Doctora en Sociología Laura Evelia Torres, especialista en desarrollo infantil, paternidad y maternidad, expone que en el caso de las niñas es más evidente la persuasión, al inculcarles el ‘deber’ de jugar con muñecas. No es extraño que algunas pequeñas no se sientan atraídas por ese juguete, mas en caso de rechazarlo son convencidas mediante frases como “pobrecito bebé”, “si tú no lo quieres lo vamos a tirar a la basura”, “llora porque no lo cargas”. Y cuando lo aceptan se les elogia, y no hay que olvidar que los niños buscan aprobación, pues desde su nacimiento aprenden que de ella depende su supervivencia.
En los hombres no se da este tipo de situación, mas desde chicos se les transmiten mensajes encaminados a ver la paternidad como sinónimo de virilidad. A la par que está muy arraigada la creencia de que las mujeres sólo se ‘realizan’ al ser madres, provenimos de una sociedad en donde históricamente tener muchos hijos ha sido sinónimo de ser ‘muy hombre’, idea aún presente en el subconsciente de muchos.
La televisión y el cine contribuyen a fomentar la procreación como indispensable y sinónimo de éxito. En las tramas tradicionales el “vivieron felices para siempre” incluye la llegada de los hijos. La generalidad de los comerciales muestra amas de casa que son heroínas por preparar la comida o limpiar la casa con tan eficacia que sus hijos y esposo sonríen; o simplemente para vender cualquier producto o servicio ponen a cuadro a una familia feliz integrada por papá, mamá y uno o dos hijos, no personas solas ni parejas sin niños. Esa publicidad refuerza el concepto de “vales si sigues este modelo”, o “son felices, si quieres sentirte feliz debes ser como ellos”. Los especialistas en conducta humana explican que las agencias publicitarias repiten los patrones ya plantados pues de cambiar la idea y presentar algo distinto, requerirían de más tiempo para lograr la aceptación de la audiencia.
Tu deber social
La sociedad presiona constantemente a sus integrantes a cumplir con los estándares del ciudadano modelo. El promedio de edad para casarse ha aumentado, pero todavía se espera que todos contraigan matrimonio. Y resulta de lo más usual que el día de la boda (o incluso antes), familiares y amigos pregunten “y los hijos, ¿para cuándo?”. Una vez casados, frases como “a ver cuándo nos dan la sorpresa”, “se están tardando” y “¿para cuándo el nieto?”, se volverán parte habitual de casi cualquier conversación.
Tales comentarios surgen en automático como parte de la formación recibida en donde convertirse en padres es parte de un mandato a cumplir. Quienes rebasan los límites preestablecidos (la edad, por ejemplo) para cubrir ese requisito inquietan a los demás, pues interiormente los consideran un atentado contra la ‘normalidad’.
Si en dado momento comunican a otros su voluntad de no ser padres, se vuelven blanco de críticas y/o inspiran compasión. Desde los dictados de la sociedad se les ve como seres incompletos. No se concibe que puedan tener un proyecto de vida distinto al ‘oficial’ y aunque expresen que la procreación no está incluida en sus planes, la tendencia es pensar que en realidad algún tipo de problema (físico o emocional) se los impide.
Quienes insisten en no querer ser papás o mamás se exponen a ser catalogados de egoístas; lo curioso es que mientras ellos enlistan fácilmente los motivos de su postura, aquellos que afirman querer ser padres suelen verse en aprietos para decir al menos una razón y a veces ésta resulta ser justamente un argumento egoísta.
LAS ‘GANAS’ BAJO LA LUPA
Los motivos esgrimidos para tener o no hijos podrían llenar páginas; pero la paternidad es una decisión que va más allá de amparar posturas. La pareja necesita tener claro por qué lo desea e identificar si esas razones son intrínsecamente positivas; ya siendo padres, muchos descubren que sus porqués no fueron cuidadosamente revisados y entonces arriban los lamentos.
Aun en nuestros días es común tener hijos como una búsqueda de aceptación de la sociedad, desde el núcleo cercano (la familia) hasta el más extendido (todavía hay empresas en donde las mejores oportunidades son para personas ‘estables’, traducido esto como casadas y con hijos).
En los hombres pesa el temor de que si no procrean los juzgarán poco viriles. En las mujeres se mantiene el concepto del embarazo como sinónimo de ‘la realización personal’. Perpetuar el apellido, contar con alguien a quién legar “todo por lo cual nos estamos esforzando” e incluso “darle gusto a los abuelos” a fin de ganarse una herencia, son otros motivos comunes. Numerosas mujeres crecen escuchando que si no se casan deben tener al menos un hijo “para no quedarse solas”. A la par, los hombres llegan a ver en sus descendientes una garantía de compañía y sustento para la vejez.
Hay quienes vivieron una infancia desafortunada y piensan tener hijos “para darles lo que ellos no tuvieron”, o tratar de probarse a sí mismos la posibilidad de criar a alguien sin repetir los errores de los padres.
Además, en no pocos casos las parejas tienen hijos como un intento de hacer a un lado la monotonía o de salvar un vínculo ya deteriorado, como si al llegar el nuevo integrante sus problemas se fueran a resolver solos.
Desde luego, cualquiera de esas razones dista de reconocerse como válida; pero no se pondera a tiempo.
ESTRENANDO VIDA
En algo no miente la sabiduría popular: a los futuros papás se les advierte que con los hijos vienen responsabilidades y cambios ‘no retornables’. Sin embargo, poco se habla de ellos.
Responsabilidades que nacen y crecen
Aun antes de que nazca el niño comienzan las responsabilidades. La pareja debe encargarse de preparar un entorno propicio para el hijo en todos los sentidos. En lo económico será imprescindible tener o reunir un ahorro que de entrada cubra los gastos relativos al parto y garantice la disponibilidad de lo necesario para el recién nacido: ropa y muebles como mínimo, pero según el caso tal vez haga falta efectuar modificaciones a la casa o incluso mudarse a una más amplia; acondicionar el coche, reservar un lugar en una estancia infantil, conseguir una niñera o dialogar sobre el cuidado del pequeño cuando la madre vuelva al trabajo o deba salir. Incluso debe platicarse con anterioridad si existe la posibilidad de que uno de los dos renuncie a su empleo durante una temporada o consiga uno nuevo de media jornada. En cualquier caso, ambos deben comprometerse a pasar más tiempo en casa: quien anhela ser padre debe estar dispuesto a brindar tiempo, sobre todo durante los primeros años de vida, que corresponden a la formación emocional (por eso se le llama ‘etapa crítica de desarrollo’). Se ha insistido en que lo significativo no es cuántas horas se pasa con ellos, sino la calidad de éstas; pero en realidad ambas cuestiones van de la mano.
Es importante seleccionar de antemano un pediatra que se encargue de la atención médica del pequeño, pues es sabido que en los primeros años requerirá no sólo chequeos de control sino una serie de vacunas.
A la madre le concierne prepararse físicamente para recibir al hijo. Idealmente, antes de buscar el embarazo debe asegurarse de tener hábitos sanos de alimentación y ejercicio, y descartar el consumo de cualquier sustancia que pueda ser dañina. Lo óptimo es que su compañero se solidarice, para generar un ambiente saludable.
Nacido el niño, tendrán que mantenerlo como su prioridad; no se tratará de si tienen o no ganas de atenderlo, la disposición debe ser total. No importará si tuvieron un día bueno o malo en el trabajo, o si vuelven agotados. Aunque la jornada haya sido especialmente pesada deben asumir que están a cargo de ellos, mostrarse amables, ayudarles en las tareas y destinar tiempo a convivir.
A las juntas escolares debe concedérseles el espacio que demanden; más aún, la responsabilidad se extiende a no esperar a que la escuela los llame sino tener la iniciativa de dar seguimiento continuo a los avances de su hijo.
Igualmente se vuelve ineludible adoptar responsabilidades desde lo emocional y lo psicológico. La primera es no crearse expectativas en cuanto a recibir ‘algo’ de su hijo; más bien la meta es predisponerse a brindarle todo, empezando por un amor maduro. Es vital garantizar y preservar un espacio seguro, libre de violencia de cualquier tipo, y asegurarse de nunca utilizar al niño como peón o instrumento para manipular la relación con la pareja.
Reaccionar acertadamente, prevenir situaciones, son cuestiones para las cuales deben anticiparse; es indispensable habituarse a ir un paso adelante de las necesidades del niño. La generalidad de las parejas opta por aprender sobre la marcha y no tendría por qué ser así. Es preciso responsabilizarse de recibir una preparación básica.
En la niñez será esencial dotarlos de herramientas emocionales para interactuar con otros, así como proporcionarles una educación integral (académica, valores, hábitos saludables, acceso a actividades artísticas y lúdicas), asumirla como una tarea personal y no pretender depositarla en otros. Es básico mostrar congruencia con aquello que predican como correcto y el ejemplo ofrecido.
La crianza en los primeros años debe enfocarse en que llegada la adolescencia los hijos hayan alcanzado un conveniente nivel de independencia; es compromiso de los padres asimilar que en tal etapa ya no tendrán el control absoluto de su ecosistema. Deben documentarse para orientarlos y enseñarlos a responsabilizarse de cuestiones como la elección de una carrera profesional, el desarrollo de una sexualidad sana y la interacción en ambientes que en dado momento los expondrán al consumo de sustancias nocivas.
Si se asumen las responsabilidades paternas con el debido análisis y empeño en cada etapa del crecimiento, es más factible que llegada la adultez el hijo sea autosuficiente y a la vez mantenga un estrecho vínculo con sus padres.
Cambios sin freno
Los cambios ligados al nacimiento de un hijo no se limitan a modificar los hábitos de sueño durante el primer año del bebé, si bien ese aspecto tan conocido suele obviarse a pesar de que posee un significativo peso.
El Doctor en Psicología Social Rolando Díaz-Loving, responsable del proyecto de investigación Funcionamiento familiar en familias hispanas: factores individuales, culturales y psicológicos, señala que los infantes de nuestra especie en primera instancia son totalmente dependientes y aunque no pueden hacer nada por sí mismos están aprendiendo desde que nacen. Así, un cambio radical es acostumbrarse a anteponer el bienestar del hijo sobre la propia comodidad y esto implica necesidades y gustos, por igual.
Si antes reservaban parte de sus ingresos para el esparcimiento, es probable que parte de ese dinero (o su totalidad) cambie de destino y se convierta en ahorro para colegiaturas y demás. O bien, si puede seguir designándose a entretenimiento, sus preferencias ya no serán la prioridad en este renglón, tendrá que cambiarse el teatro o el ballet por un espectáculo infantil. Durante los siguientes años la cartelera del cine se limitará a películas para niños. Si la banda a la cual siempre anhelaron ver en vivo por fin actuará en el país, las posibilidades de comprar boletos (y tal vez pagar el traslado) se reducen frente a la responsabilidad de costear las clases de natación, o simplemente por lo que conlleva ‘desaparecer’ durante unos días. Si de viajes se trata, en muchos casos tocará despedirse de las escapadas espontáneas de fin de semana y de los ‘mochilazos’.
La vida social puede cambiar radicalmente; las fiestas hasta altas horas de la noche quizá cedan su paso a reuniones tempranas, de preferencia en ambientes libres de humo o más aún, a fiestas infantiles. A la mayoría les pasa que al conversar con amigos solteros, notan que sus temas de conversación se transformaron, centrándose en pomadas para las rozaduras, tipos de alimento apropiados para cada etapa, personajes infantiles de moda...
Si antes renovaban su guardarropa cada temporada es probable que deban renunciar a esa costumbre, pues el del hijo deberá reemplazarse de manera continua por su crecimiento y la ropa y el calzado de los niños son especialmente costosos. En la adolescencia, el cambio de coche o la redecoración del hogar podrían descartarse frente a los honorarios del odontólogo o el pago de un viaje de estudios.
Quienes aman el orden deben considerar la posibilidad de que sea difícil mantener todo en su sitio; desde luego, es deseable que el entorno se mantenga limpio, pero una vez que aparecen los niños (y sobre todo a partir de que empiezan a caminar) se vuelve complicado no encontrarse con juguetes por aquí y por allá, y en alguna ocasión descubrir que la impecable pared ha sido redecorada con crayones.
Adiós a los malos hábitos de alimentación: no se puede decir a los hijos que es bueno comer vegetales y no hacerlo, o que el refresco es malo y tomarlo. Hasta el tiempo dedicado a la televisión y la programación seleccionada cambiarán, si la serie que tanto disfrutan los adultos es a la misma hora que una caricatura, habrá que ceder el control remoto; claro, hay más televisores. Pero durante una buena cantidad de años, es imprudente dejar solo al niño. Por lo mismo, los momentos de intimidad escasean; la pareja requerirá esforzarse y reservar espacios exclusivos tanto para conversar como para disfrutar su vida sexual; de no hacerlo, la relación empezará a deteriorarse. Más que nunca será esencial la fluidez en la comunicación y la atención mutua.
Conforme el hijo crece los ajustes serán de distinta índole, pero continuarán presentándose a lo largo de toda la vida. Por supuesto, es impredecible saber cómo esas transformaciones irán afectando a la persona. Sin embargo, es de esperarse que quienes razonan su incursión a la paternidad se adapten mejor y experimenten menos frustración. Como resume el Doctor Díaz-Loving: “Si la pareja sabe a lo que se está metiendo y prevé lo que seguramente vendrá, entonces no lo percibe como un cambio, porque ya lo tenía planeado”.
ELECCIÓN CONSCIENTE: UN REGALO
Tanto si la pareja revisa a fondo la decisión de tener un hijo, como si lo tiene sin meditarlo, habrá repercusiones en el desarrollo de ese ser humano.
El Doctor Díaz-Loving expone que tratándose de una elección consciente la posibilidad de que los padres sean andróginos aumenta, es decir: un hombre y una mujer que en la misma medida sean tiernos, cariñosos, responsables, trabajadores; que se sienten contentos al estar juntos y también al convivir con otros. Ello repercutirá en la interacción con su hijo y a la vez fomentará en él un estilo de apego seguro y le dará las capacidades necesarias para aprender a establecer relaciones interpersonales armoniosas. De lo contrario es más factible que crezca con dificultad para comunicarse o tienda a crear vínculos poco saludables.
Si el niño recibe la atención que necesita, tiene acceso al estímulo correspondiente a su edad, así como a elementos y juegos que motiven su creatividad y habilidades, se propiciará el desarrollo de su inteligencia verbal y matemática. De no ser así, es más probable que no sienta necesario explorar ni explotar sus capacidades y que en general el aprendizaje no le parezca atractivo.
Asimismo, si se le proporciona un ambiente donde predominen las emociones consistentes y congruentes (sin variantes de humor: gritos en un momento, risas al siguiente); si ante situaciones de estrés, ansiedad, tristeza o enojo se actúa de manera propositiva, el pequeño obtendrá las herramientas precisas para construir una inteligencia emocional (capacidad esencial para enfrentar de forma asertiva cualquier situación que se presente). En el otro extremo se crea la percepción del mundo como un sitio revuelto, confuso, y “no se desarrolla una inteligencia emocional, ni social, ni verbal y matemática, ni deportiva, ni artística. Para lograr ese crecimiento, el ser humano requiere un ambiente en donde no exista el caos sino que las cosas tengan un sentido y sean posibles de integrar”, ahonda Díaz-Loving.
NO SEAS PAPÁ POR CONVIVIR
No existe un único motivo válido para elegir ser padre. Pero sí hay algunos aspectos a considerar por toda pareja antes de dar ese paso. Lo primero es tener la certeza (individualmente) de haber completado su propio desarrollo. Con suma frecuencia, hombres y mujeres sin definir aún su plan de vida se embarcan en la paternidad careciendo de la solidez emocional y psicológica suficiente para guiar a otra persona. Parte de la madurez radica en la objetividad y capacidad de diálogo (con la pareja y el hijo), lo cierto es que lamentablemente demasiados padres se limitan a dar instrucciones y órdenes, sin escuchar.
Puede parecer obvio, pero es primordial que la pareja posea una buena perspectiva económica. Pese al difícil panorama financiero, mucha gente sigue aseverando que el dinero no debe influir a la hora de pensar en los hijos. Sin embargo se ha probado lo irresponsable de procrear sin poder garantizar la satisfacción de necesidades elementales como nutrición balanceada, una vivienda digna, acceso a servicios médicos y educación. En efecto sería absurdo aguardar a tener un estado de cuenta capaz de cubrir hasta los estudios universitarios, pero sí es factible y deseable aspirar a una economía que durante los siguientes años garantice seguridad en esos rubros.
Es fundamental que quienes se disponen a tener hijos sean capaces de responder el porqué de su intención, o más aún: para qué. Respuestas como “darle gusto a nuestros padres”, “para eso se casa la gente”, “va a mejorar nuestra relación”, “para estar completos”, “para que alguien nos cuide en la vejez” o “para dar sentido a nuestras vidas”, tal vez ameriten replantearse.
En realidad las razones para procrear son múltiples, cada pareja podría descubrir las propias. La Doctora Torres expone que algunas de ellas podrían ser: “Para formarlo. Porque le quieren enseñar algo. Porque quieren darle amor. Esas respuestas reflejan que piensan en el niño, no en sí mismos, y que tienen algo para ofrecerle. Es vital haber asimilado que el hijo no llegará para completarlos ni con la consigna de brindarles satisfacciones. Deben cuestionarse si quieren invertir su vida en la de alguien más”.
En principio todos poseamos la capacidad biológica de reproducirnos, mas no debe confundirse ésta con una necesidad ni un instinto. De lo que sí podemos hablar es de una vocación para ser padres, la cual se construye a lo largo de la existencia. Y así como incontables individuos están convencidos de que ‘lo suyo’ es tener hijos, debe validarse la postura opuesta.
Si bien gran parte de la población no lo ve de esta forma, hay quienes no están ‘cortados’ para ser padres; algunos no reúnen las características que ello demanda, pero sobre todo hay muchos quienes no se interesan en serlo. Eso no les resta valor como seres humanos.
Cada uno es libre de diseñar el plan de vida que más satisfacción le ofrezca. Si dos personas comparten un proyecto en donde la paternidad no encaja, es su elección y en ningún caso están obligados a defender su visión ante los demás.
Cuando la pareja abraza la paternidad conscientemente y se prepara para recibir al nuevo miembro de la familia, la experiencia no podría ser mejor para ambas partes. Entre los múltiples regalos que llegarán con ese hijo está la oportunidad de volver a experimentar la capacidad de situarse plenamente en el presente, compartiendo con él la emoción de cada pequeño aprendizaje.
Fuentes: Doctora en Sociología y Maestra en Psicología Laura Evelia Torres, investigadora, profesora Titular “C” Definitivo de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala de la UNAM, jefa de la línea de investigación Análisis de las Interacciones Familiares; Doctor en Psicología Social Rolando Díaz-Loving, investigador, profesor titular “C” de tiempo completo y jefe de la División de Investigación y Posgrado de la Facultad de Psicología de la UNAM; Organización Mundial de la Salud (OMS); CNN México; BBC Mundo.